—¿Desayuno siempre sola? —le pregunté a Hache mientras lo veía servirse un vaso con leche fría, se veía totalmente chistoso, quiero decir, sus pies jamás tocaban el piso y se tenía que agachar considerablemente para colocar el cartón con leche dentro de la nevera, movía su cola al mismo tiempo. —¡Oh, yo también quiero uno!
Él me fulminó con la mirada, me encogí de hombros, avergonzada, hice que volviera a sacar la leche, pero me sonrió.
—No siempre, la mayoría de veces —me contestó vaseando el líquido blanco en un recipiente de cristal. Lo seguí con la mirada hasta que se sentó frente a mí en la mesa de la cocina, tomó el cereal del centro de la mesa y se sirvió un poco en su vaso con leche, luego tomó una cuchara y lo revolvió.
—¿Eso no se haría mejor en un plato hondo? —opiné.
—Yo no te digo cómo vestirte —entrecerró los ojos, lo hice también observando cómo llevaba la cuchara a su boca.
—«¡Macky, el vestido rosado se ve mal con la chaqueta verde! No deberías ponerte esos zapatos. ¿Bufanda en primavera? ¡Estás loca, hacen veinticinto grados!» —Imité su voz. ¡Claro que me decía cómo vestirme, hasta cómo debería secarme el cabello!
—Eso no prueba nada —bajó la voz, avergonzado—. ¡Yo no hablo así de infantil! —me señaló con la punta de su cuchara.
—¡No hables con la boca llena! Solo digo que yo jamás comería cereal con leche en un vaso de cristal —me crucé de brazos y miré a otra parte, tomé mi vaso y le di un gran trago.
Él hizo una mueca de "no me importa" y me dio una sonrisa.
—Quiero pan —dije, saboreando mi sorbo.
—Está arriba del refrigerador, si quieres te lo bajo —se ofreció.
Busqué la nevera y me fijé hasta arriba, me volví a Hache y levanté una ceja. —¿Crees que no podré hacerlo? —seguí con los brazos cruzados.
—Oh, estoy seguro —se burló.
Planté mis dos manos en la mesa y sonreí. —Sólo mira esto.
Recorrí menos de pocos pasos para estar frente al refrigerador, lo miré de arriba abajo.
«En mi cabeza era más chaparro.» Le dije al aparato. Vi a Hache, un poco arrepentida de mi desición.
Estiré mi brazo. No lo logré. Salté y estiré mi brazo. Una segunda vez, no lo logré. Rabié, y supuse que me veía tan infantil como Hache, haciendo berrinche.
Salté una cuarta vez, pero, algo me dijo que mi salto había sido muy elevado para ser un simple salto. Ahora casi podía tocar el techo. Miré por detrás del hombro, un chico de sonrisa encantadora me estaba sosteniendo por la cintura e hizo posible que el pan se postrara ante mí muy de cerca. Inspiré hondo.
—Macky, aún eres muy pequeña —me dijo, dulcemente.
Él me sostuvo la mirada, tan... tan fija. Evité cualquier contacto visual y tomé el pan. Tracé mi vista en sus dos brazos, sosteniéndome con mucha facilidad. El corazón se aceleró.
—N-No te pedí que me ayudaras, yo podía hacerlo sola —tartamudeé.
Sus brazos me apretaron un poco. —Macky... ¿puedo decirte una cosa? —preguntó, serio.
«¿Qué va a decir? Cuando un chico se pone serio y pregunta algo como eso, ¿qué se supone que dice? Para empezar, ¿él de verdad es un chico real?»
—Claro —apresuré la respuesta. ¿Por qué no me bajaba ya?
—Tú... ¿Has estado comiendo de más? —no contuvo más la risa y la soltó.
Una furia hirviente me llenó de rojo la cara.
—¡¿QUÉ?!
Volvió a apretar un poco mi cintura. —Tienes rollitos, creo que has ganado peso —sopesó.
—¡Bájame, Hache! —me retorcí como un gato que no quiere ser tocado. Él obedeció, su típica risa de las manos en el estómago llenó mi mente.
«¿Acaba de decir que estoy gorda?»
«Lo dijo, ¿no es cierto?»
«Sé que lo dijo, LO DIJO.»
—Vamos, Macky, no sueles enojarte por esto —me apremió—, no mucho... —se corrigió.
Lo miré, molesta. Miré al pan. Me rugió el estómago, volví a mirar a Hache. —¡Ya no quiero pan!
—No seas infantil —reprimió.
—Lo aprendo de ti.
—Te ayudaré a subirlo de nuevo —se acercó a mí, a punto de cargarme.
Di un paso atrás. —¡No! ¡El pan se queda en la mesa!
—Maaaacky, era broma lo de tus rollitos —explicó—, siempre los has tenido así, te aseguro que no han crecido.