Estaba en un bar en Lebanon, kansas. Era nueva en la ciudad. Fui a beber algo, me senté en la barra. De pronto entran dos hombres uno alto , el otro más bajo. No pude evitar mirarlos. Ambos se sentaron en la barra. Uno dijo hola soy Dean Winchester el es mi hermano Sam. Empezó a sonar Still Loving You de Scorpions.

Me quedé inmóvil unos segundos. Dean Winchester. Ese nombre me sonaba como un eco lejano, uno que venía de viejas historias contadas en susurros… o quizás de alguna pesadilla olvidada.
—¿Sos nueva por acá? —preguntó Dean, mientras levantaba una ceja y pedía dos whiskys.
—Sí —respondí, tratando de no mostrar el temblor en mi voz—
Sam me dedicó una sonrisa leve, casi tímida, pero sus ojos lo decían todo: estaban cansados, como los de alguien que había visto demasiadas cosas.
Still Loving You seguía sonando en el fondo, y por un momento el mundo pareció detenerse.
Era como si esa canción supiera exactamente lo que estaba por pasar.
Dean me miró con intensidad.
—¿Creés en los fantasmas? —preguntó Dean con una sonrisa ladeada.
Agité la cabeza, nerviosa.
—No, no creo en esas cosas. Soy una humana normal, con problemas normales —dije, intentando sonar segura.
Sam me miró con suavidad, como si entendiera algo que yo aún no.
—A veces —dijo—, lo que creemos “normal” es solo la superficie de algo mucho más grande.
Dean levantó su vaso y brindó conmigo.
—Quizás esa “normalidad” se acaba rápido en este lugar —murmuró—. En Lebanon, Kansas, las sombras tienen nombres.
El silencio se apoderó del bar por un momento. La música seguía sonando, cargada de nostalgia.
Y aunque no quería admitirlo, algo en mí empezó a despertar.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, aunque intenté convencerme de que era solo el aire frío del bar. Pero la verdad era otra: había algo en ellos, en esa conversación, que me hacía dudar de todo lo que creía seguro.
—¿Y ustedes? —pregunté, casi sin querer—, ¿creen en esas cosas?
Dean me miró con esa mezcla de cansancio y desafío que parecía esconder mil historias.
—Creemos en lo que hemos visto —respondió—. Y hemos visto cosas que cambiarían tu forma de pensar para siempre.
Sam asintió y añadió, con voz baja:
—No somos solo cazadores. Somos sobrevivientes.
La canción terminó, y en ese silencio quedamos atrapados los cuatro: yo, dos hermanos y una historia que apenas comenzaba.
Dean se levantó de un salto y le lanzó a Sam una mirada pícara.
—Quedate con la chica, hermano. Yo voy a ver si la camarera me da algo más que un trago.
Sam soltó una sonrisa cansada, pero sin protestar. Se quedó sentado a mi lado, mirándome con esos ojos que parecían querer decir más de lo que lograban.
Dean se acercó a la barra donde la camarera limpiaba unos vasos, y con su típico aire despreocupado comenzó a hablarle, lanzándole alguna que otra broma para sacarle una sonrisa.
Mientras tanto, yo sentí que el ambiente en el bar cambiaba, se hacía más denso, como si algo invisible estuviera a punto de cruzar la puerta.
Sam me miró de nuevo, esta vez con urgencia.
—Hay cosas que no vas a poder ignorar por mucho tiempo. Esto no es un juego.
Dean se había ido con la camarera, dejándonos a Sam y a mí solos en la barra. La música bajó un poco y la luz del bar se volvió más cálida, como si nos invitara a abrirnos.
Hablamos toda la noche. Sam tenía una manera de escuchar que me hacía sentir que no estaba sola en el mundo, que alguien entendía ese caos que llevaba dentro. Me contó sobre sus viajes, sobre la carga que llevaba en sus hombros, pero también sobre su esperanza, esa pequeña llama que se negaba a apagarse.
Por momentos, nuestras palabras eran susurros, casi secretos compartidos solo por nosotros dos. A pesar del cansancio en sus ojos, había algo en su mirada que me hacía creer que, tal vez, podía confiar.
Cuando el bar empezó a vaciarse, me di cuenta de que, en medio de toda esa oscuridad, esa noche había encontrado un poco de luz.
Al día siguiente, me desperté con la luz entrando por la ventana del hotel. Después de vestirme rápido con un jean gastado, una remera de AC/DC y mis borcegos favoritos, bajé a desayunar.
Al entrar al comedor, los vi: Dean y Sam estaban sentados en una mesa, compartiendo un café y algo de conversación. Dean me vio desde el otro lado y, con esa sonrisa pícara que siempre tiene, le dijo a Sam en voz baja:
—Creo que me enamoré. Me encanta su estilo.
Sam soltó una carcajada y respondió:
—Tú jamás te enamoras, Dean. Eso no es para vos.
Dean se encogió de hombros, pero su sonrisa delataba que estaba disfrutando el momento.
Me acerqué a la mesa, un poco tímida, y Sam me hizo un gesto para que me sentara con ellos.
—¿Querés café? —me preguntó.
Asentí, sintiendo que, de algún modo, estaba empezando a pertenecer a esa historia.
Dean no tardó en acercarse más, con esa sonrisa ladina que parecía tener siempre bajo la manga.
—¿Sabés? —me dijo bajito, mientras se acomodaba en la silla—. Esa remera te queda espectacular. No todos pueden llevar AC/DC con tanta onda.
Le sonreí, pero en el fondo sabía bien qué buscaba. No era que me molestara, pero tampoco estaba interesada en jugar ese juego.
—Gracias, Dean. Sos bastante directo, ¿no? —le dije con un tono que mezclaba diversión y advertencia.
Él se encogió de hombros, divertido.
—No me gusta perder el tiempo.
Pero yo no estaba para perderme en juegos superficiales.
—Mirá, Dean, está bien que seas encantador, pero yo no soy una más para vos.
Él me miró serio por un segundo, y luego soltó una risa baja.
—Me gusta eso en vos. No sos cualquiera.
Sam me observaba desde el otro lado, y en sus ojos vi un brillo diferente, como si estuviera evaluando algo más profundo.
Dean pareció disfrutar mi respuesta más de lo que esperaba. Me guiñó un ojo y dio un sorbo a su café, como si aceptara el desafío.
#1369 en Fantasía
demonios y humana, demonios angeles poseeciones amor, amor dolor desilucion tristeza poesia
Editado: 16.05.2025