El sol caía sobre el mar, diseminando su luz dorada en un baño de oro a toda la superficie de las aguas, iluminando la arena, la atmósfera entera con aquel hermoso halo de lo efímero. Las aguas, tranquilas, llegaban rítmicamente a la arena, retractándose después como si no se atrevieran a ir más allá. Y allí, en el borde, estaba él. Podía ver su figura recortada contra el sol poniente, su cabello rizado agitarse a merced de la suave brisa, notar su figura moverse al ritmo de sus tranquilas respiraciones… - Mike. – Lo llamó, acercándose. – Mike. – Alargó el brazo hacia él, sintiendo el deseo de compartir aquella bella estampa. – Mike…
Pero alguien, una voz, le negó la felicidad. Como siempre. – Joder. – Resonó. Ella intentó ignorarla, intentó alcanzar a Mike al borde del mar. Intentó tomar su camiseta, pasar la mano por sus cabellos, pero él siempre estaba un poco más allá. – Joder, joder… - Seguía maldiciendo aquella voz familiar. – Maldita sea… ¡Sarah!
Jane abrió los ojos. Allí estaba, el mismo techo de madera de siempre, la misma luz desvencijada de siempre. Sin sol. Sin playa, sin Mike. La luz se colaba por los resquicios de la persiana cerrada, recordándole que el amanecer existía, y la voz de Jim se colaba por los resquicios de la puerta acompañada por la peste de su tabaco, recordándole que la playa y la puesta de sol no eran más que su versión de aquella escena romántica de la televisión. Para su desgracia, seguía allí. En Hawkins. Como siempre.
Por su parte, Jim no parecía estar mejor, ya que lo encontró sentado en la cama, aún en camisa interior. Cigarrillo encendido, y al parecer, contemplando la existencia. Su presencia pareció terminar de despertar. – Sí, lo sé, peque. – Dijo, mirándola. – Llego tarde. – Echó una nube de humo, con el suspiro. – Joder, es esa maldita pesadilla de nuevo. – Ella asintió, pero no dijo nada. Algo en su interior le decía que no debía. Desde Halloween, desde el portal, sabía que Jim hablaría de sus problemas cuando lo necesitara.
El café pitó en la cocina, las tostadas saltaron de la tostadora – siempre le daban un susto, por mucho que se preparase – y, en resumen, comenzó aquel día de verano, tan exactamente igual como el resto de los días de verano en aquel lugar. – Escucha, Joyce dijo que hoy tenía turno largo en la tienda. – Le dijo él, entre sorbo y sorbo del café. – Pero aun así, dijo que había encontrado a alguien… No creas que te vas a librar de los deberes.
- ¡Es sábado! – Protestó Jane, ya había adquirido las costumbres y las aversiones de todo adolescente que se precie. Jim a veces se preguntaba si había sido buena idea dejar que aquellos pequeños diablillos la visitaran tan a menudo. - ¡Los sábados no hay excuela!
- Escuela. – La corrigió él. – Y los sábados hay el mismo trabajo que el resto de la semana. ¿Ves que yo me quede en casa porque sea fin de semana? – La apuntó con la taza humeante. – Si quieres ir a clase con los demás cuando empiece el curso, tienes que esforzarte lo máximo posible, ¿Trato? – Ella hizo una mueca de fastidio. Cuando se lo propuso no sabía que había tantas cosas que estudiar y tantísimos ejercicios que hacer. - ¿Trato?
- Trato. – Suspiró, definitivamente, pasando los dedos por la goma azul que tenía en la muñeca izquierda.
- Bien. – Asintió él, sin sonreír por fuera, aunque como Jane ya sabía, sí sonreía por dentro. – Ahora que ha quedado esto claro, me voy. A ver qué serpiente de verano hay hoy en el pueblo.
- ¿Una serpiente? – Jane había leído sobre ellas en los libros de sus amigos.
- No es una serpiente, es… - Suspiró él, dejando el café en la pila. – Bueno, que sea la expresión del día, ¿De acuerdo? Ahora me voy. Llegaré a la hora de siempre, si surge algo, ya sabes.
La señal.
- Y recuerda…
"No abras a nadie". Se lo sabía de memoria. Al ver el coche alejarse por el camino de tierra, Jane suspiró y se volvió a la casa. Otro día más, allí. ¿Cuántos iban desde aquél baile de navidad? ¿Habrían llegado ya a doscientos? Ahora que no estaba apartada de Mike, no había querido contarlos, pero seguían pareciéndole muchos. Demasiados días esperando al comienzo de un curso que parecía no llegar nunca. El curso que empezaría con Mike y los demás. Se lo había prometido, y las promesas no se rompen.
Pero como Jim ya estaba curado en salud, también le había hecho prometer que trabajaría duro para que, al llegar el día, estaría a ese nivel. Al principio lo había prometido con ilusión, pero pronto se había dado cuenta de que aquello significaba un verano muy ocupado. Pasando por delante de los cacharros del desayuno, aún en el fregadero, se acercó a su habitación, que cada vez iba siendo más "su" habitación. Planeó acostarse de nuevo, pero sabía muy bien que Mike y la playa no volverían, y no bastaría con cerrar los ojos para encontrarlo. Vio en la mesa el cuaderno, con los ejercicios que querían ver hechos en la escuela de Mike y los demás. Sus ojos pasaron por una postal de un paisaje de playa – "Nunca está tan vacía", se leía en la letra de Mike, al reverso – y el tablero, las figuras y los libros que usaban las tardes de los viernes – "A fin de cuentas, siempre acabamos jugando aquí", habían dicho -, y hasta las cintas de video que veía con Jim después de cenar en los días buenos.
Sus ojos pasaron por cada una de aquellas cosas y acabaron en el walkman. Pequeño y compacto, era mucho más cómodo que el tocadiscos de Jim, y los chicos se habían decidido a ponerla al día en materia musical antes de que pasara a la sociedad. Alargó la mano en su dirección, con ganas de escuchar la cinta que había en su interior, cortesía de Will, pero al final se detuvo. "Serpiente de Verano". La palabra del día. Al final resultó no ser una serpiente que vive en la época estival, sino algo más abstracto. Su vida, decidió, era como una serpiente de verano. Un periodo tonto de tiempo, esperando hasta poder ir a la escuela con Mike y los demás, atrapada allí, en aquella cabaña, sin poder ir a la playa con él como le había pedido y suplicado a Jim. Iría tapada, le había dicho, no la reconocerían, le había dicho. Pero no podía dejarla con los Wheeler, y el jefe de policía de Hawkins no podía ausentarse de su puesto. No podía irse, aunque fuera temporada de serpientes de verano.