Stranger Things: Noche Estrellada

Capítulo 7: Alarma

El rostro de María mostraba una mueca de miedo. - ¡No! – Negó con la cabeza, pero Will no le hizo caso. – No, i-igual esto no es tan buena idea… ¡Me voy a caer! – Dijo, agarrándose al muchacho mientras intentaba hacer equilibrios en la bicicleta. Sentada de lado, sin poder mover las piernas, se sentía un poco – si no bastante – impotente, y Will lo sabía. 

Por eso no dijo nada y dejó que lo agarrase para sentirse segura, mientras él se sentaba en el sillín. – Sólo es así cuando está parada. – Dijo, subiéndose al vehículo. - ¡Pero las bicicletas están hechas para correr! – Dijo, arrancando como si compitiera por un cómic de X-men, dejando atrás la seguridad de la silla de ruedas, ocultada a medias en un callejón cercano.

Al coger velocidad, al principio lo único que oyó fueron los gritos de María, que como sospechaba nunca había ido tan rápido. Eso debía de ser lo peor, pensaba Will. Es estar relegado a una silla, a ser tan lenta. El no poder sentir la velocidad, el viento en la cara, no poder pedalear con tus amigos por el pueblo. Esa era la verdadera alegría de la juventud para Will, y eso era lo que quería que María conociese, aunque fuera una vez. 

Y como si lo hubiese predicho, el susto de ella no tardó en desaparecer, y pronto, sus gritos de miedo se convirtieron en gritos de júbilo. - ¡Vamos! – Decía, con las trenzas al viento. - ¡Más rápido, Will, más rápido! – Y se reía, y se agarraba más a él para no caerse. Al notar sus manos, Will tragó saliva y se concentró en la calle que tenía frente a él.

Era una sensación agradable, el estar allí, sobre el sillín de una bici, compartiendo con alguien aquel sentimiento. Inspiró el viento y le pareció comprender un poco más a Mike con Jane, sobre todo al oír a la adolescente paralítica reír, divertida, según pasaban rápido junto a los demás transeúntes. – No es malo, ¿Sabes? – Le dijo, mientras le daban otra vuelta al parque lleno de verde. – Mi hermano. No es malo, sólo se preocupa por mí. – Con María tras él y la calle por delante, Will dejó que los pedales corriesen solos unos momentos. – Sí es un poco severo, pero es su obligación. No tenemos a nadie más. – Will miró hacia atrás, y la vio observando las calles como quien ve la vida pasar, impotente hacia lo que ocurre a su alrededor. – Y yo le doy muchos problemas, y él dice que no se enfada, pero sé que sí le molesta. – Diciendo esto, María se agarró más a Will, como si tuviera un miedo repentino de caer ante la perspectiva de su hermano Daniel. – Yo quiero ser normal… Si viviera en un mundo perfecto, tendría una bicicleta, ¡La más bonita de todas! ¿No crees?

- Bueno… - Ser normal. Will sabía muy bien aquellos deseos de ser normal, de que los demás no te mirasen al pasar. A él lo llamaban Niño Zombie y cosas parecidas, y no quería pensar en lo que tenía que pasarle a María. Había pensado sobre ello, aunque no había querido preocupar a su madre o a Jonathan, y mucho menos al resto del Equipo. – No importa la bicicleta. – Dijo. – Creo que lo que importa no es pedalear, sino estar con tus amigos. – La miró sonriendo. – Es lo divertido de las películas de miedo, verlas con los demás mientras os asustáis. Divertirte pensando en el miedo que da todo. Y divertirte con los amigos lo puedes hacer sólo sentado en el cine, o alrededor de una mesa.

Ella se agarró con más fuerza, pero Will sabía que ésta vez no tenía que ver con su miedo a caer. – Sabes, tengo unos amigos… - Vaciló, inseguro de por qué había empezado. Pero, ya que lo había hecho, debía seguir hasta el final. – Tengo unos amigos que seguro que te caen bien. ¡También les gustan las películas de suspense! ¿Quieres que les pregunte si puedes ir a visitarlos? - ¿Por qué había dicho eso? Sabía perfectamente que estaba prohibido hablarle a nadie de Jane.

Ella lanzó un gritito divertido. - ¿Lo harías? ¿Se lo pedirías por mí? ¡Yay! ¡Gracias, gracias! Nunca había tenido amigos, ¿Sabes? ¡Seguro que es muy divertido, que podremos ver películas, y…! – El tono jovial de la adolescente se desvaneció en el aire cuando enfilaron la siguiente calle, la calle de la casa de María. La calle en la que un ceñudo Daniel los esperaba, de brazos cruzados y con la silla de ruedas delante, vacía. Aquella mirada… Aquella mirada tenía algo que no le gustaba a Will. Algo que hablaba de furia, de furia y miedo, de protección. La mirada de una leona, de alguien determinado a proteger a su cría. Una cría que, podía adivinarlo, estaba justo a su espalda.

Sobrecogido por la penetrante mirada de Daniel, Will debió meter la rueda en un bache, y la bicicleta salió volando por los aires, haciendo rodar a Will contra el suelo, dolorido. Trató de erguirse, apoyándose en las rodillas, pero sabía de alguien que no podía, alguien a quien la caída podía haber dejado mucho, mucho peor. – María… - Llamó. - ¡María!

Pero, por suerte, ella no había caído al suelo. Con la muchacha en brazos, Daniel la posó suavemente en la silla. - ¿Qué te dije, María? – Habló suavemente, aquel tipo de suavidad que conlleva un peligro implícito. Como un jaguar ronroneando. - ¿Qué te dije de confraternizar con niños del pueblo? – Suspiró, y se volvió hacia Will, que trataba de incorporarse. Lo agarró de la camiseta y él sintió como si una fuerza sobrehumana lo levantase. La tensión se adivinaba en los músculos del hermano de María, una tensión que Will sabía que estaba provocada por el enfado. – Aléjate. De. Ella. – Le espetó, enfatizando cada palabra. - ¿Lo has entendido?

María hizo rodar la silla, acercándose. - ¡No! ¡No, Daniel, déjalo! ¡Es mi amigo, me cae bien! Will es bueno conmigo… - Su voz se acalló cuando Daniel se volvió hacia ella, soltando a Will, a quien los nervios hicieron caer al suelo como un muñeco de trapo.

Daniel suspiró, y apoyó una mano en el respaldo de la silla de ruedas, inclinándose sobre la niña. – No puedes seguir haciendo lo que quieras, ¿De acuerdo? – Will trató de levantarse, pero notaba como si los miembros le pesaran mucho, como si hubiera alguien sentado sobre él. – Escucha… Ya hemos hablado de esto. Sé que eres pequeña, pero no puedes ser tan inocente. No son como tú y yo, María, y nunca lo serán. En el desierto no crecen amapolas.  Son gente normal, y nunca podrán entendernos.



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En el texto hay: misterio, suspense, stranger things

Editado: 21.05.2020

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