Aquella era una mañana ocupada en los laboratorios, y cuando Sam Owens pudo cerrar la puerta de su despacho, con la excusa de revisar un informe, respiró tranquilo y se dispuso a sacar un tentempié. Pero apenas había abierto la boca, cuando el estridente ruido del interfono lo interrumpió, con la voz de mujer haciéndole esconder, culpable, la comida. – Señor Owens, llamada por la línea tres.
- Estoy ocupado. – Replicó éste, pero la voz del interfono no cedió.
- Es de Hawkins, seños. Pidió ser avisado en persona.
Apretándose el puente de la nariz, Owens volvió a guardar el tentempié en el cajón y se volvió hacia el teléfono. - ¿Doctor Owens? – Una voz familiar estaba al otro lado del teléfono, una voz esperada.
- Jefe Hopper. – Le saludó, jocoso. – Cuánto tiempo… ¿Qué tal la familia? ¿Se arregló lo de aquellos episodios? – La paranoia adolescente de que se estaba siendo observado golpeaba a los chicos tanto si eran telépatas como si no, sobre todo a los que estaban a punto de empezar el instituto, pero era divertido ver a Hopper, y a la niña, estresarse por ello.
- ¿Qué? No, no lo sé… - Replicó Hopper, y Owens observó que no estaba tan relajado como el otro día. – Escuche, doctor, algo está pasando. En el pueblo. Algo malo.
- ¿Cómo que algo malo? ¿A qué se refiere?
- Al tipo de cosa que pasaría si el Departamento de Energía estuviera haciendo cosas en el viejo laboratorio abandonado.
- No, no, escucha…- Owens entendía el por qué de la preocupación de Hopper. Ya había pasado antes, y ante el primer signo de que algo andaba mal, tanto el jefe de policía como toda la población de Hawkins dirigirían su atención a aquel lugar. – Allí no hay nadie, Hopper. Lo sabes perfectamente. Ese lugar está abandonado.
- Pero sigue siendo de acceso restringido. – Replicó Hopper, sin ceder. – Y el edificio sigue en pie.
- Es una propiedad del gobierno. No van a convertirlo en un solar en un año. Primero deben decidir qué hacer con él, y eso lleva tiempo. Ya sabes cómo es esto. Estás en el sistema, igual que yo. Y ninguno podemos hacer nada sobre ello.
- Entonces, ¿Tengo tu palabra de que no es cosa de los tuyos?
- La tienes. Mira, ¿Por qué no me dices cuál es el problema, y veo si puedo mover algunos hilos para solucionarlo?
- ¿Qué si te lo digo? – Casi pudo oírlo reír. - ¿Ha visto las noticias, Dr. Owens?
Él suspiró, detrás de su escritorio. Sí, esperaba que fuera algo distinto. Esperaba que fuera cosa de la pequeña. Una epidemia de malhumor, un lugar lleno de pesadillas… Hopper pudo decirle lo que sabía, algunos datos epidemiológicos y aquello del círculo negro que Once había mencionado. Pero no había mucho que le pudiera decir que no supiera ya. Escuchó atentamente las preocupaciones de la buena gente de Hawkins y asintió con la cabeza cuando Hopper le habló sobre sus sospechas, asegurándole que enviaría un equipo de psicólogos para los afectados y le informaría de lo que pudiera averiguar.
Colgó el teléfono, pausó la grabadora que éste tenía adherida, y meditó durante unos segundos lo que iba a hacer. Sus opciones eran sencillas, claro. El camino del hombre recto era recto también, o al menos no muy sinuoso. Pero tampoco llegaba a ningún puerto al que valiera la pena llegar. Así que, tras un suspiro por su almuerzo perdido, Owens marcó otro teléfono y esperó a que el otro descolgase la línea. – ¿Señor Giovanni? – Saludó. – Sí, soy yo. Creo que tenemos a otro. Deberías oír esta llamada.
Max se acercó el walkie al oído. - ¿Estás segura de que es por aquí? No oigo bien, Jane. – Junto a la muchacha, Will y Steve la miraron, interrogantes, hasta que Max les indicó con un gesto que siguieran caminando. Porque eso es lo que hacían, caminar por las calles de Hawkins, mientras se cruzaban con gente que iba o venía del trabajo o a comprar, y los miraba como si se preguntase quién estaría allí, bajo aquel sol que cada vez estaba más caliente, por voluntad propia. Porque aquella era la forma que habían decidido de investigar la extraña presencia que, según Jane, podía estar hechizando Hawkins. Sin apenas datos, excepto sus efectos a largo alcance, lo único con lo que contaban seguro era con la sensibilidad de Will y las interferencias que el intruso ocasionaba en la mente de Jane.
Podía sentirlo allí, en el fondo, el círculo negro observándola a pesar de todo. Oculto en algún lugar de Hawkins, invisible, esperando a que ella bajase la guardia. Jane sabía que estaba exponiéndose en aquella búsqueda, que estaba exponiendo a sus amigos, pero sabía que era mejor que quedarse parada. Jim estaba preocupado por lo que ocurría, y si ella podía hacer algo para solucionarlo, sin ninguna duda lo haría. Así que, cerrando los ojos de nuevo, se concentró lo suficiente para que su voz volviera a sonar clara en el Walkie-talkie de Max. “Tres a la derecha”, decía, “Cuatro a la izquierda…” Cuando ellos miraron, extrañados al aparato, Jane pareció darse cuenta. “Perdón”, dijo la vocecita desde una distancia imposible. “Girad ahora por ese callejón”.
- No entiendo cómo esto nos ayuda a estar más cerca de nada. – Protestó Steve, mientras seguían las instrucciones de Jane, prestando atención a Will por si éste demostraba signos de que hubiera problemas. – No hacemos más que dar vueltas en círculos.
- Bueno, eso es fácil. – Sonrió Max. – Dejas que Will coja la bicicleta y yo le acompaño con éste y así encontramos el origen más fácilmente.
- Ya, y dejaros a merced de un posible monstruo con Jane en la otra punta del pueblo y… - Suspiró. – No, no. Déjalo. Joyce me mataría si lo dejara sin vigilancia.
- Nunca te pidió que lo hicieras. – Replicó Will, pero no le reprochó su impaciencia. Entendía por lo que debían estar pasando. Era frustrante estar ahí una y otra vez, callejeando por el barrio en el que estaba cuando Jane no había podido encontrarlo. Y era aún más frustrante para él, que se daba cuenta a cada minuto de cómo se acercaban más y más encontrar el origen de aquello, a causarle problemas a María.