Will no estaba seguro. A ratos, le parecía una locura. Pero era lo que debía hacer. Lo sentía dentro de él, sentía que se lo debía, de alguna forma, a María. Quería ayudarla.
- ¿Estás seguro, cielo? – Le preguntó dubitativa su madre, bajo el sol de la mañana del martes. – Eso que me has dicho es algo muy serio…
- Sí. – Confirmó él, dirigiéndose hacia la estación de Policía de Hopper, deseando sentir lo que aseguraba sentir.
En realidad, le había dado muchas vueltas desde el día anterior. Había pensado en lo preocupante que parecía Daniel, en el contraste entre la pequeña, amigable, y el huraño hermano mayor, que parecía querer ajustarle las cuentas al mundo entero con su actitud. Will no lo conocía mucho, no había hablado de verdad con él, y lo único que había visto era cómo trataba a su hermana.
Y había algo que no le gustaba de todo aquello. Tal vez fuera el tono, tal vez las maneras, tal vez aquella amenaza velada. Aquel aura de peligro que emanaba de él, un aura de "si haces un movimiento incorrecto recibirás una paliza de muerte". En aquel momento, Will lo había ignorado por María, y luego no lo había recordado, pero aquella noche se dio cuenta dónde más había notado aquella aura.
Billy. El hermano – hermanastro, como ella insistía – mayor de Max era también una de esas personas. Alguien cuya voz tranquila implica que está a punto de estallar. Alguien que te da ganas de cubrirte con los brazos para que no te golpee. Un tirano que mantenía controlada a Max a base de amenazas y que, según ella, más de una vez había amenazado con atropellarlos a él y a sus amigos antes siquiera de conocerlos. Era alguien que podría hacer de todo.
Pero Max lo había vencido. Se había enfrentado a él, cuando lo del Desuellamentes, lo había atacado y, según le habían contado los demás, le había clavado una dosis de sedante, "Y después", había contado Lucas, emocionado, "¡Por poco lo castra allí mismo!". Desde entonces, Max no era más que una presencia molesta en sus vidas, una fuente de anécdotas graciosas para su amiga y una especie de rival para Steve. Una vez vencido, el tirano había caído de su pedestal.
Pero ahora estaba Daniel. Daniel lo había mirado y Will había sentido el mismo miedo, había sabido que no quería ser María y estar con él a solas. Cuando habían buscado por la ciudad no se había atrevido a decir la verdad por miedo a hacerles daño, pero después de pensarlo durante todo el día, había cambiado de opinión. Debía ayudar a María. Debía ponerla a salvo de aquel hermano terrible, de la causa de las pesadillas de Hawkins. Y sabía que, si había alguien que pudiera ayudarle, era Hopper.
Cuando entraron en la estación, tras pasar por en medio del grupo de manifestantes contra las pesadillas, Will se encontró con la última persona a la que esperaba encontrarse allí. - ¿Max? – Saludó a su amiga, viendo a su padre, el señor Hargrove, hablar en tono alto con los policías. La pelirroja lo miró con una mueca, y Will supo que pasaba algo.
- Es Billy. – Dijo Max, sorprendiendo a su amigo. – No se despierta.
- ¡No me importa una mierda lo que estén haciendo! – Repitió el señor Hargrove, con las venas del cuello hinchadas y el rostro enrojecido. - ¡Mi hijo está en coma! ¡Después de todos estos días de pesadillas ahora no se despierta! – Los policías trataron de calmarlo como pudieron, pero fueron incapaces. - ¡No me importa nada lo que ese inepto de Hopper crea que está haciendo! ¡Quiero respuestas! ¿Me oyen?
- Y las tendrá, ¿De acuerdo? – Replicó el agente. – El Jefe no está aquí ahora mismo, pero en cuanto pueda atenderle le informaré de sus peticiones.
- ¿No está? – Que Joyce supiera, Hopper había ido al trabajo como cada mañana. Bueno, tal vez algo más cansado. - ¿Cómo que no está?
- Ha salido, ¿Vale? – El policía tampoco parecía muy dispuesto a ayudar, algo evidente viendo las ojeras que tenía. – Es el jodido jefe de policía, tiene cosas que hacer.
- Y mientras el señor Hargrove comenzaba otro arrebato de "y-para-esto-pago-yo-mis-impuestos", con una mención a la supuesta afinidad de Joyce y Hopper que hizo que ésta entrase en la "conversación", Max resopló mirando a Will. - ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
Hopper se pasó la mano por la barba. - ¿No está? ¿Qué significa que no está? – No había esperado que fuera tan fácil, pero las palabras de Byers al otro lado de la caja registradora, en el supermercado, habían levantado más preguntas que respuestas. – Pero trabaja aquí, ¿Verdad?
- Así es. – Replicó Jonathan, con un gesto seco de la cabeza. – Pero hoy no está.
- ¿No ha aparecido?
- Es la primera vez desde que trabajo aquí. – Añadió Jonathan. Jim había pasado por la barra con su caja de pastillas de cafeína y había dejado el acceso libre. – ¿Por qué? ¿Hay algún problema?
- ¿Qué si hay algún problema? – Jim resopló. Estaba cansado, con sueño, y lo único que quería era acabar con el maldito caso de las pesadillas. ¿Cuánta sangre iba a poder aguantar en sus manos cada noche? – Podría estar en juego mucho, Byers. Podría estar en juego el maldito pueblo entero. No, no se preocupe, señora. – Le sonrió a la clienta que había tras él, que se había quedado helada al oírlo. Jim se tragó una pastilla de cafeína y sonrió. – Soy un exagerado.
Si aquello llegaba a oídos del pueblo no quería ni pensar lo que pasaría. "Bueno", pensaba a veces. "Probablemente me tomarán por loco". Puede que lo destituyeran si acusaba a alguien de tener poderes psíquicos, pero esperaba que, para cuando llegase el momento, al menos pudiera dormir en paz. – El caso es. – Volvió a mirar a Jonathan. – Que necesito saber dónde está. Tengo que hacerle algunas preguntas, ¿Vale? Nada más. Tienes su domicilio por ahí, ¿Verdad?
Byers asintió, y como el supermercado estaba vacío en aquel momento, incluso se permitió acompañar a Hopper hasta el almacén, una salita cerrada con llave donde se guardaban los ficheros de los trabajadores. Mientras esperaba, Hopper creyó oír un susurro, pero cuando se dio la vuelta, no había nadie.
- ¿Y bien?
- Aquí está. – Byers sacó una hoja con los datos del latino y se la entregó a Hopper. – Sus datos, incluyendo el domicilio.
- Muy bien. – Hopper entrecerró los ojos, memorizando el lugar. – Ya te tengo, escurridizo hijo de…