La calle aún tiene las huellas de la batalla. Cristales rotos, cuerpos caídos, trozos arrancados de pavimento… Y una joven acorralada contra el suelo por unas fuerzas que no es capaz de controlar.
Ante ella, la voz de Daniel resonaba potente. – Hiciste que viera tu mundo. – Le dijo a María, que observaba la escena dubitativa. – Y lo ha mandado al carajo. Incluso ahora, sigue queriendo liberarse. – Estrechó el cerco sobre Jane, que efectivamente trataba de revolverse contra su captor. Si pudiera girar la muñeca… - La mejor lección de Historia del hombre blanco: La forma más rápida de hacer amigos, es someterlos.
¿Someterla? Jane apretó los dientes y giró la muñeca. ¡Iba listo! Un trozo de adoquín salió volando en dirección a la cabeza del joven latino con intención de noquearle. Lo dejaría inconsciente, como tantas otras veces, y después se podría levantar y retomar el control de aquella… Daniel se movió, esquivando el adoquín sin ningún esfuerzo. - ¿De veras esperabas golpearme con un intento tan patético? Esa es la diferencia entre nosotros y tú, niña… Puede que yo sea un prototipo, pero he aprendido a valerme por mí mismo. Tomar las oportunidades que me ofrece la ocasión, y esquivar lo que me lanza. – Daniel sonrió, pero su sonrisa se quedó congelada cuando el cañón de un arma se apoyó contra su nuca.
- Esquiva esto. – Dijo Steve, que había logrado llegar hasta allí sin que lo oyeran, concentrados en Jane. Y disparó la escopeta.
Daniel era un prototipo de supersoldado, una nueva generación de efectivo. Capaz de combate telequinético, capaz de hazañas sobrehumanas. Adiestrado para hazañas sobrehumanas. Daniel lo vio. Daniel se giró. Daniel apartó el cañón de la escopeta con un gesto de la cabeza. Daniel lo esquivó. Pero Daniel relajó la presa sobre Jane.
Tomar una oportunidad, y aprovecharla. Eso fue lo que hizo la joven cuando tomó el control de sus poderes. Eso fue lo que hizo cuando, con un giro de la cabeza, le partió el cuello a Daniel. El cuerpo inerte del latino cayó sobre el asfalto como un fardo, ante la mirada estupefacta de Steve y la mirada incrédula de María. – No. – Murmuró ésta, estirando las manos. – No…
Y entonces, sus iris desaparecieron, dos pozos negros se abrieron en sus ojos, y lanzó un grito que les abrió el alma a los dos. Un grito que parecía apuñalar la esencia misma de su ser. Un grito de angustia que les estaba prendiendo fuego, que los estaba sumergiendo en aceite hirviendo. Un grito que llenó todo el campo de visión de Jane de negro. Y entonces, se dio cuenta de que ese grito era el suyo.
Vio el puño, apoyado contra un cristal invisible. Vio la escafandra que la rodeaba, la escafandra que la había rodeado tantas otras veces. La esfera que la proveía de aire. Once respiró, desorientada, y la portezuela que había al otro lado del cristal se abrió lentamente, permitiéndole ver lo que había fuera del tanque del agua.
Jim resopló, decepcionado, Se llevó un cigarrillo a la boca, negando con la cabeza, y lo prendió.
- Se lo dije. – Dijo Papá. – Es incapaz de producir una respuesta emocional normal ante la simulación. Me temo que no podrá ser.
Jim suspiró, exhalando una nube de humo, y se giró para irse. No. No, si se iba… Once miró a Papá, miró a Jim de nuevo. Si se iba, ¿Qué sería de ella? - ¡No! – Volvió a gritar, aporreando el cristal del tanque con ambas manos. - ¡No, papá! – Notaba el terror corretear por dentro de su piel como un ejército de hormigas furiosas mientras veía la espalda de Jim, mientras veía la mirada decepcionada de Papá, del Dr. Brenner. – Creí que había tenido una niña… - Su voz decepcionada le llegó a Jane desde el otro lado del tanque. – Pero sólo tengo un monstruo asesino.
No. Ella no era un monstruo. ¡Ella no quería ser un monstruo! Angustiada, Once volvió a gritar. Un grito terrible que resquebrajó el cristal ante ella, que resquebrajó la imagen de Papá y el laboratorio. Golpeó el tanque con los puños, con la mente, y éste fue destruido, regando de agua los alrededores y llevándose consigo la imagen del cruel laboratorio de Papá. Once avanzó unos pasos, confusa, sintiendo la hierba entre sus pies, su piel iluminada por la luz de la luna. Árboles. Un bosque. Se apoyó en la corteza de un tronco. ¿Dónde estaba? ¿Estaba dormida? ¿Había dormido? Avanzó entre los árboles, buscando algún punto de referencia, algún lugar para orientarse. Tenía que salir de allí. Tenía que volver a Hawkins.
De pronto, sus pies descalzos dejaron el suelo del bosque, pasando a un terreno liso y frío. Asfalto, se dijo. Una carretera. Ahora sólo tendría que seguirla, y sabía que tarde o temprano, encontraría a alguien. Y, por suerte para ella, no tardó mucho en hacerlo. Una figura pequeña, se acercó hacia ella, a una velocidad que Once entendió en seguida que iba sobre ruedas. "Una bicicleta". La luz frontal iluminaba el camino ante ella, pero cuando ella quiso hacerse ver, parpadeó en respuesta. Con un gemido de sorpresa y miedo, el muchacho, Will Byers, se salió de la carretera. "Will", pensó Once. Sí. Lo recordaba. Era amigo, y, si lo encontraba, podrían salir juntos de aquel sueño sin fin.
Para cuando llegó hasta su bicicleta, ésta había caído, y Will había huido. "Tengo que encontrarlo". Debía hacerlo antes de que fuera tarde. Fue tras él, siguiendo el rastro entre los árboles, pero cuando el bosque clareó y ella se encontró frente a la casa de Will, Once se dio cuenta: Así había sido. Así se lo habían narrado. Así había comenzado todo. Una sombra, un perseguidor. Un monstruo.
Y según miraba hacia la casa, sabía que Will estaba cerrando la ventana, sabía que allí su perro ladraba. Y según entraba, desbloqueando la puerta con sus poderes, y lo llamaba, sabía que el muchacho ya no se encontraba allí. Había corrido hacia el cobertizo, intentando protegerse del monstruo. Pero era ella el monstruo. Ella había sido el monstruo todo aquel tiempo. Ella había sido la que había llevado la desgracia a Hawkins. Sabía que no había otra opción. Sabía lo que tenía que hacer. Cuando llegó al cobertizo, éste ya estaba vacío. Lo único que quedaba, eran ella y sus lamentos.
- Monstruo. – Se volvió. La luz iluminaba tenuemente la figura de Papá, de espaldas a ella. – Patético. Lo único que has sabido hacer era traerle temor y sufrimiento a esta pobre gente. – Once notó dolor en su corazón. Tenía razón. Tenía toda la razón. – El Demogorgon, el Desuellamentes… ¿Lo entiendes ahora? Has mancillado a esta pobre gente, ensuciando su mundo. – Su figura alta se recortaba contra la luz de la bombilla del cobertizo, como si de una suerte de halo se tratase. - ¿Creíste ser como ellos? Ser antinatural, el único mundo en el que puedes vivir… Es el mío.
Y en aquel momento se volvió, y a Once se le heló la sangre en las venas. Porque en lugar del rostro de Papá, allí estaba la boca del Demogorgon, abriéndose voraz hacia ella. Ella era el monstruo. Ese era su mundo. Cerro los ojos, preparándose para el ataque de la bestia inmortal. Pero lo que oyó, en cambio, fue un disparo. Sorprendida al ver al monstruo retroceder, molesto, Jane se volvió para ver a Will. - ¡Apártate de ella, monstruo! ¡No puedes pasar! – Le gritaba al Demogorgon, a pesar de que era evidente que las balas lo único que hacían era molestarlo.