El administrador del edificio tardó exactamente cinco minutos en confirmar lo que yo temía: ¡el error era real!
El departamento estaba a nombre de los dos.
—Pero el anuncio decía que compartiría con una chica —reclamé, todavía sin entender nada—. ¡Yo vine convencida de que ya estaba ocupando este lugar!
Noah se pasó una mano por el cabello, con una sonrisa socarrona.
—Pues sorpresa, princesa. La “chica” soy yo.
Lo miré con los ojos entrecerrados, incrédula.
El administrador nos dedicó una sonrisa incómoda, murmuró algo sobre “arreglarlo en unas semanas” y desapareció como un cobarde, dejándonos frente a frente, en un territorio neutral convertido en campo de batalla.
—Muy bien —dije, con las manos en la cintura—. Si vamos a vivir juntos, necesitamos reglas.
Noah arqueó una ceja.
—¿Reglas? Esto suena como un contrato prematrimonial.
—Número uno —levanté un dedo—: nada de fiestas en la sala después de las diez de la noche.
—Yo trabajo de noche. Mis transmisiones empiezan a esa hora.
—Entonces… ¡nada de ruidos insoportables después de la medianoche!
—Soy insoportable las veinticuatro horas —contestó con una sonrisa traviesa.
Lo fulminé con la mirada y continué:
—Número dos —levanté otro dedo—: nada de platos sucios acumulados. —Levanté el tercero—. Número tres: respeto al espacio personal.
Noah se inclinó hacia mí, acortando la distancia con mucho descaro.
—¿Así de personal?
Retrocedí un paso, sintiendo el calor subir a mis mejillas.
—Exactamente.
Él levantó las manos en señal de paz.
—Vale, vale. Reglas aceptadas. Aunque me reservo el derecho de… flexibilizarlas un poquito.
Lo observé con desconfianza. Tenía esa sonrisa de alguien que no planeaba cumplir ni la mitad de lo acordado.
Y lo peor era que presentía que yo sería la primera en perder la calma
***
Desperté al día siguiente con la esperanza de que todo lo de anoche hubiera sido una pesadilla causada por el cansancio. Pero no. Al abrir la puerta de mi cuarto, lo primero que vi fue a Noah bailando en la sala con una escoba como micrófono, mientras hablaba al celular en altavoz.
—¡Y entonces les dije que claro que acepto el reto! —gritaba.
—¿Qué reto? —pregunté con voz aún somnolienta.
Se giró hacia mí con una sonrisa brillante.
—Un reto de 24 horas transmitiendo mi día entero. —Alzó las cejas como si eso fuera un gran logro.
Me quedé mirándolo, en silencio. Luego respiré hondo.
—Perfecto. Justo lo que soñaba: vivir con un show de televisión en vivo.
Más tarde, después de desayunar ((o intentar hacerlo entre las risas y comentarios de Noah hacia quien fuera que lo escuchara en el teléfono), decidí que ya era suficiente. Fuí a mi habitación y mee senté en el escritorio con una hoja en blanco, un marcador negro y mi mejor arma: la organización.
Diez minutos después, colgué en la puerta del refrigerador la hoja titulada en letras mayúsculas:
REGLAS DE CONVIVENCIA
1. Nada de ruido después de las 10 p.m.
2. Prohibido dejar platos sucios en la cocina.
3. No usar mi comida.
4. Nada de gritar, cantar o hacer transmisiones en zonas comunes.
5.Respetar mi espacio.
Me crucé de brazos, satisfecha.
Noah apareció, leyó la lista y… empezó a reírse. No una risita discreta, no. Una carcajada tan fuerte que pensé que se atragantaría.
—¿Qué es esto? ¿Un contrato militar? —preguntó, aún doblado de risa.
—Son reglas básicas para que dos personas puedan convivir en paz —respondí, muy seria.
De repente, Noah camino hacia el sofá donde había dejado su mochila tirada y rebuscó dentro. Con una sonrisa traviesa, sacó un marcador verde.
—Perfecto, justo lo que necesitaba.
Se acercó a la lista, se inclinó y, antes de que pudiera detenerlo, dibujó un dinosaurio gordito con una sonrisa enorme al lado de mis reglas. Luego añadió en letras torcidas:
“Regla 6: Divertirse.”
—¿Qué… es eso? —pregunté, horrorizada.
—Un dinosaurio —respondió Noah, orgulloso—. El guardián oficial de las reglas. Si lo miras bien, parece que está diciendo: “No rompas la norma o te muerdo”.
Me llevé la mano a la frente.
—Esto no es un juego.
—Claro que lo es, Cam. La vida es un juego —dijo, pronunciando mi nombre como si fuéramos amigos de toda la vida.
Lo fulminé con la mirada.
—Camila.
—Cam suena mejor —replicó, encogiéndose de hombros.
—No. Porque “Cam” suena a “Can”, y así también llaman a los perros. ¿Quieres que ladre también o qué?
Noah parpadeó, sorprendido, como si no supiera si reírse… o buscarme una correa.
Lo peor de todo fue que, al girar para ir a mi cuarto, lo escuché murmurar:
—Mis seguidores van a amar esta convivencia.
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Editado: 19.10.2025