Noah
Juro que no recuerdo cómo llegué a mi cama después de la transmisión, pero sí recuerdo la sensación: un cansancio absoluto, el tipo que te deja medio muerto, con la garganta seca y la espalda pidiendo terapia. Había terminado mis veinticuatro horas en vivo y caí como un tronco.
Lo que no sabía era que, mientras yo soñaba con lunas y estrellas o lo que sea que sueñe alguien tan agotado como yo, Camila entraba al departamento al mediodía y declaraba la guerra.
Después lo entendí todo: vio mi aro de luz aún en la sala, mi mochila y, al costado, mi tesoro… el cargador de mi celular.
Mi error. Lo dejé demasiado fácil.
Ella, con esa mente maquiavélica disfrazada de estudiante de astronomía, lo escondió sin remordimientos.
Cuando desperté, lo primero que hice fue buscarlo.
—¡Mi cargador! ¡Mi bebé! ¿Dónde está? —revisé la mesa, los cojines, hasta debajo del sofá—. ¡Camila, confiesa!
Ella estaba en la cocina, con su café en la mano, mirándome como si estuviera protagonizando una novela turca.
—No sé de qué hablas —dijo, dándole un sorbo dramático a su taza.
Yo entrecerré los ojos. Era obvio que había sido ella. Clarísimo. Pero no le iba a dar la satisfacción de verme rogar. No. Yo también sé jugar sucio.
La oportunidad llegó esa misma noche. Camila estaba estudiando en su cuarto y dejó el celular en la mesa, desbloqueado. Error garrafal. Pasé por al lado, lo vi ahí brillando y pensé: ¿Qué clase de compañero sería si desaprovechara esto?
En menos de un minuto, cambié su alarma por mugido de una vaca se mezclaba con el relincho de un caballo, seguido del canto estridente de un gallo. Dejé todo como estaba, apagué la pantalla y me senté en el sofá, sonriendo como un villano satisfecho.
Al día siguiente, la canción explotó tan fuerte que juraría que hasta los vecinos lo escucharon.. Fue glorioso. Camila salió de su habitación despeinada, con cara de asesina en potencia.
—¡¿Cambiaste mi alarma?! —gritó.
Yo alcé mi taza de café y respondí tranquilo:
—Un pequeño ajuste. Te hacía falta despertar con estilo.
Ese fue el inicio oficial de nuestra guerra.
Durante la semana, la lista de ataques se volvió cada vez más absurda:
Me cambió el azúcar por sal.
Le llené el espejo del baño con post-its de dinosaurios, todos con su nombre.
Me escondió el control remoto de la tele.
Le cambié el nombre al WiFi a NoahRules.
Cada jugada era mejor que la anterior. Ella se lo tomaba tan en serio, que para mí se volvió adictivo. Camila no era solo mi roomie gruñona, era… mi rival de comedia.
Hasta que llegó el K.O.
Regresé esa noche agotado, después de grabar varios clips para redes, y lo único que quería era tirarme en mi cama. Abrí la puerta de mi habitación, prendí la luz y me encontré con… estrellas fluorescentes pegadas en todo el techo. Y no solo estrellas: planetas, cometas, hasta un Saturno con mis iniciales dibujadas.
En el centro del techo, brillando en la oscuridad, había un enorme letrero que decía:
“Bienvenido al espacio, astronauta ruidoso.”
Me tiré en la cama, rendido. Ella había ganado esa ronda y lo sabía.
Pero lo peor de todo no fue perder.
Lo peor fue que, mientras miraba ese cielo falso sobre mi cabeza, no pude evitar sonreír.
Camila era un peligro. Y yo estaba disfrutando demasiado de esta guerra.
Maratón 2/3
No soy youtuber o algo parecido, pero yo si creo que debe ser cansado: grabar, editar, tener ideas para los videos...
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Editado: 19.10.2025