Streaming de corazones

Capítulo 6: El generoso Carter.

Camila

Estábamos preparando el almuerzo… o mejor dicho, cada uno el suyo. El silencio era tan cómodo como extraño, hasta que Noah decidió romperlo.

—Por cierto —dijo, apoyado contra el marco de la cocina, con esa sonrisa suya que siempre anuncia problemas—, recién recuerdo que el viernes, cuando te fuiste, y al día siguiente, cuando escondiste mi cargador… estabas con la misma ropa. —Alzó una ceja, divertido—. ¿Dónde dormiste?

Me crucé de brazos. Podría haber mentido, inventar algo rápido. Pero no. No pensaba darle la satisfacción de verme incómoda.

—En la cama de Carter —respondí, mirándolo sin pestañear.

Su sonrisa se congeló por un segundo. No lo esperaba. Tosió, fingiendo indiferencia, y se inclinó hacia la nevera.

—Ah… qué generoso Carter —murmuró, sin mirarme.

Yo reprimí una sonrisa. Si quería jugar conmigo, debía aprender que también sabía cómo incomodarlo.

Comencé a hacer memoria. Aquella noche en que salí del departamento, harta de sus veinticuatro horas de transmisión, el ruido, las risas, el teclado, la luz de las pantallas. Todo el departamento convertido en su escenario. No podía más.

Metí mis cosas en la mochila y me fui sin mirar atrás. Terminé en la biblioteca con Carter hasta que cerraron, y luego, en su casa, para terminar el trabajo grupal.

Era tarde. Muy tarde.

—Ya es de madrugada, Camila —me dijo—. Quédate en mi cama. Duermo en el sofá. No pienso dejar que regreses sola a esta hora.

Y acepté.

Su cama no era cómoda, pero la conversación lo fue. Entre apuntes, café recalentado y sus bromas sobre el ventilador inútil, la noche se volvió más ligera. Antes de dormir, lo vi mirando un mensaje de Silvana con una sonrisa distraída. Paralelas, pensé. Totalmente paralelas.

Dormí poco. Al amanecer, desayunamos, terminamos el trabajo y, sin cambiarme de ropa, regresé al departamento.

Eso fue todo.

Lo curioso fue que Noah no contraatacó con una de sus bromas habituales. En lugar de eso, se quedó en silencio, hurgando en la nevera como si buscara allí las palabras. Y ese detalle, por algún motivo, me dejó más pensativa de lo que quería admitir.

El sábado al mediodía decidí que ya era hora de llamar a mi familia. Habían pasado dos semanas desde la mudanza y mi mamá ya me había escrito tres veces con su clásico: “¿Sigues viva? Respóndeme, que me haces preocupar por gusto.”

Encendí la cámara.

La pantalla se llenó de rostros familiares: mi mamá, con su delantal; mi papá, oculto tras el periódico; y mi hermano, haciendo muecas detrás de ella.

—¡Camila! —exclamó mi mamá—. ¿Por qué has desaparecido toda la semana?

—He estado ocupada… clases, mudanza, ya sabes.

—¿Y estás comiendo bien?

Suspiré.

—Sí, mamá. Como.

—Traducción: café y galletas —bromeó mi hermano desde atrás.

Mi papá levantó la vista, serio.

—¿Y tus estudios? ¿Ya tienes un lugar tranquilo para concentrarte?

Pensé en la biblioteca llena, en Carter y Silvana riéndose, en mi departamento convertido en un set de streaming…

—Sí, papá. Estoy avanzando bien —mentí con la voz más firme que pude.

—¿Y has hecho amigos? —insistió mi madre.

—Sí, algunos… en la biblioteca.

Cuando colgamos, la habitación se sintió más vacía.

Los extrañaba más de lo que quería admitir.

Entonces, un ruido en mi puerta. Noah, despeinado, con una taza de café en la mano y su sonrisa burlona en el rostro.

—¿Así que “algunos amigos en la biblioteca”? —repitió, imitando mi tono—. Qué discreta eres, princesa.

Lo fulminé con la mirada.

—¿Qué quieres, Noah?

—Nada. Solo comprobar si también pensabas ocultarme en tu “versión oficial para la familia”. —Bebió un sorbo, arqueando una ceja con esa calma que irritaba.

Sentí la sangre subirme a la cara.

—Tú no tienes nada que ver en esto.

—Ah, claro. Soy solo el fantasma con transmisiones en vivo y cargadores desaparecidos. —Sonrió, satisfecho, y desapareció por el pasillo.

Me quedé en silencio. Lo odiaba. Pero más aún, odiaba que siempre supiera cómo descolocarme.

***

Noah

Cerré la puerta con más fuerza de la necesaria.

No era mi intención, pero… ¿qué otra cosa haces cuando alguien te recuerda que básicamente eres el compañero de piso vergonzoso?

Me dejé caer en la cama. Por primera vez en semanas, no encendí el aro de luz ni abrí el chat. Solo miré el techo.

Siempre había sido fácil reírme frente a la cámara. Bromear, improvisar, gritar. Ese era mi refugio. Pero ahora no tenía público. Solo el eco de la voz de Camila repitiendo que sus padres jamás aprobarían que viviera con un chico.

Noah el payaso. Noah el streamer. Noah, el ruido.

¿Y después de apagar las luces?

Miré la guitarra sobre el escritorio, cubierta de polvo. Pensé en tocar, en volver a ser ese Noah que solo necesitaba un poco de música para no pensar. Pero no lo hice.

—No debería importarme tanto lo que diga —murmuré.

Y, sin embargo, sí me importaba.

Más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Maratón 3/3




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