Streaming de corazones

Capítulo 7: Apagón

Estaba haciendo mis tareas cuando, de repente, el edificio entero quedó en silencio.

Ni el zumbido del refrigerador ni el ruido de los autos afuera. Solo la oscuridad y un Noah que soltó un largo suspiro desde el sofá.

—Genial. El universo conspirando para que socialicemos —murmuró con sarcasmo.

Sí, cómo no.

Asomé la cabeza por la puerta de mi habitación, con el celular en la mano, que apenas tenía 12 % de batería. Decidí mejor apagar la linterna y buscar mi pequeña linterna de emergencia, porque mujer precavida vale por dos, como diría mi mamá.

—¿Se fue la luz o rompiste algo otra vez? —pregunté, por si acaso.

—¿Por qué asumes que fue mi culpa? —protestó—. Tal vez el destino decidió darnos un descanso de tu hostilidad.

Rodé los ojos.

Había algo extrañamente calmado en aquella oscuridad, en los destellos de luz que entraban por la ventana. Era hermoso.

—Bueno, destino o no, hay que esperar. No parece que vuelva pronto —dije.

Noah se estiró, recostándose en el sofá.

—Perfecto. Sin Wi-Fi, sin streaming, sin drama. ¿Tienes juegos de mesa o algo?

—¿Parezco el tipo de persona que guarda juegos de mesa? —repliqué.

—No, pareces la que guarda velas aromáticas y mucho café.

Me crucé de brazos, pero el comentario me sacó una risa disimulada.

—No estás tan equivocado.

Busqué unas velas en la cocina y las encendí. Coloqué una en la mesa de centro, donde estaba sentado Noah, y otra en la mesa donde almuerzo. El departamento se llenó de una luz cálida y, por primera vez desde que nos conocíamos, no parecía un campo de batalla, sino un lugar… habitable. Me gustaba.

Nos quedamos en silencio unos minutos. Noah observaba la llama como si nunca hubiera visto una.

—Nunca pensé que pudiera ser tan tranquilo este sitio —dijo en voz baja.

—Es porque normalmente hay un loco gritando a una cámara —comenté mientras me sentaba en el sofá; frente a él.

—Touché —rió—. Pero en serio, se siente... diferente.

No supe qué responder.

Quizás porque yo también lo sentía.

La tensión entre nosotros no era la misma de los primeros días; algo había cambiado.

—¿Por qué haces eso? —pregunté de pronto.

—¿El qué?

—Transmitir tu vida entera en internet.

Se quedó un momento en silencio, como si se debatiera entre hablar o no. Creo que crucé una línea; después de todo, que seamos vecinos no significa que haya confianza. Cuando estoy a punto de disculparme por preguntar algo tan personal, él habló:

—Supongo que… me gusta sentir que estoy haciendo reír a alguien. Que sirvo para algo más que… perder el tiempo.

Su tono fue distinto. Más honesto.

Por primera vez, Noah no sonaba como el chico arrogante de siempre, y eso me hizo sonreír, discretamente, por supuesto.

—Eso no es tan tonto como suena —murmuré.

—Gracias… creo —dijo, con una sonrisa tímida que no le había visto antes—. ¿Y tú? ¿Por qué astronomía?

Me quedé callada un segundo, mirando el reflejo de la vela.

—Nací en un pueblo donde, de noche, las estrellas eran lo único maravilloso para mí. Cuando era niña me quedaba viéndolas desde mi ventana y alzaba la mano con la ilusión de poder tocar una. —Sonreí al recordar—. Pero, obviamente, no podía alcanzarlas, y eso me hacía sentir triste… hasta que mi papá me compró un telescopio y gracias a eso pude verlas más cerca. Fue y hasta ahora sigue siendo impresionante seguir viendo desde el telescopio. Con los años, mi sueño de conocer más allá de las estrellas creció. El universo es lo único que no puedo controlar, pero sí entender.

Volví la vista hacia Noah, y nuestras miradas se encontraron. Él las apartó rápido, seguramente avergonzado por haberlo atrapado mirándome.

—¿Controlarlo te gustaría?

—Tal vez —sonreí apenas—. Pero por ahora me basta con mirar las estrellas.

Hubo un silencio cómodo. Me puse de pie y caminé hacia la ventana que daba a la calle. Noah hizo lo mismo y se puso a mi lado. Aunque estaba rompiendo una regla sobre el espacio personal, no dije nada porque no me sentía incómoda.

Noah se inclinó hacia la ventana y señaló el cielo.

—¿Eso de ahí es una estrella o un avión?

—Si parpadea, es un avión. Si brilla constante, una estrella.

—Entonces… esa estrella está mirándonos ahora, ¿no?

—Más bien, está mirando al pasado. Lo que vemos es su luz de hace miles de años.

Él asintió, como si de pronto todo tuviera sentido.

—Así que, técnicamente, lo que estamos viendo ya no existe.

—Exacto. —Lo miré, y en ese instante me di cuenta de que su sonrisa también era distinta: más tranquila, más real.

Un trueno retumbó afuera.

Ambos reímos, casi al mismo tiempo.

Y por un momento, la guerra silenciosa entre nosotros desapareció.

Solo quedamos dos personas, a la luz de las velas, mirando un cielo que ya no existía.

***

El silencio del apagón se rompió con el gruñido del estómago de Noah.

—Bueno… parece que alguien tiene hambre —comenté, alzando una ceja.

—Alguien necesita comer o morirá trágicamente antes de que vuelva la luz. —Se llevó la mano al pecho—. Sería una pérdida terrible para el mundo del entretenimiento.

—Claro, ya me imagino los titulares: “Influencer muere por falta de pizza” o “Influencer perece en apagón sin cenar” —repliqué con sarcasmo.

—Oye, eso suena como un final digno —rió él—. Ven, vamos a la cocina. Algo debe haber.

Nos alumbramos con mi linterna mientras buscábamos entre los estantes. Había pocas opciones: pan, un poco de queso, dos tomates y una lata de atún.

Noah me miró con falsa solemnidad.

—Chef Noah está a punto de hacer historia.

—Solo no incendies nada —le advertí.

Miré la hora en mi celular: 9:30. Suspiré y decidí que sería mejor continuar mis tareas mañana, así que fui a mi habitación a ordenar mis cuadernos. Cuando volví, Noah estaba preparando algo parecido a unos sándwiches derretidos. El queso quedó un poco quemado, pero el olor era sorprendentemente bueno.




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