La tarde del siguiente día estaba tranquila. Demasiado tranquila.
Noah llevaba horas girando en el sillón, moviendo el mouse de un lado a otro sin encontrar nada que lo motivara. Desde su último stream —ayer— la inspiración se había evaporado. Se notaba lo aburrido que estaba; incluso en la mañana le sugerí que tocara la guitarra, pero me dijo que no tenía ánimos.
Cocinó, limpió su habitación —sin retirar las estrellas que pegué en su techo—, grabó algo ridículo en TikTok, pero luego volvió a su sillón. Y ahí seguía, girando sin rumbo.
Mientras tanto, yo revisaba mis notas para la observación astronómica de esa noche. La facultad organizaba una salida especial al mirador del campus para observar el cielo, y por nada del mundo pensaba perdérmela. Era mi pequeño escape del caos… o de Noah, básicamente.
—¿Y eso? —preguntó, asomándose por encima del respaldo del sofá—. ¿Van a mirar lucecitas o qué?
—¿Lucecitas? —resoplé, rodando los ojos—. Es una observación astronómica. Y sí, las “lucecitas” son estrellas. Por si no sabías, algunas tienen miles de años de vida y están a millones de años luz. Pero bueno, no todos pueden apreciarlo.
—Traducción: plan aburrido —replicó, con una media sonrisa.
—Traducción: tú no entenderías.
Metí mi cuaderno en la mochila, ignorando la forma en que me observaba. Estaba acostumbrada a sus comentarios, pero esa vez había algo distinto en su mirada. Curiosidad, quizás.
—¿Y vas sola? —preguntó al final, con tono casual.
—Sí, mis amigos están ocupados —respondí sin darle importancia.
—Mmm… peligroso. Cielos oscuros, caminos solitarios, telescopios sospechosos. Claramente necesitas un guardaespaldas.
—¿Telescopios sospechosos? Oh, por favor —bufé—. Si alguien debería preocuparse, ese serías tú.
—Perfecto, entonces me sacrifico por la ciencia. Voy contigo.
¡¿Por qué tuve que decir eso?!
Intenté protestar, pero ya se había puesto la chaqueta y tomado mis llaves. A veces creo que Noah piensa que “no ser invitado” es una sugerencia, no una realidad.
—¡Noah, aún es muy temprano! —grité desde la puerta, porque él ya estaba dentro del ascensor.
Quiso salir, pero las puertas se cerraron.
***
El aire en el mirador era fresco y olía a tierra húmeda. Algunos estudiantes ya habían instalado los telescopios y otros se sentaban sobre mantas, charlando entre risas.
Este era mi mundo. Aquí es donde pertenezco.
El cielo se extendía enorme, limpio, salpicado de puntos brillantes que me recordaron a las noches en mi pueblo, cuando miraba las estrellas hasta quedarme dormida.
¿Así se sentía Rapunzel cuando observaba las luces flotantes? No estaba encerrada en una torre como ella, pero podía entender ese anhelo: las dos queríamos lo mismo, conocer las estrellas.
—Wow… —murmuró Noah, sorprendido.
Gracias, Noah, por sacarme de mis pensamientos, ironicé para mis adentros.
—No digas que es aburrido —le advertí.
—Ni loco. Se ve… —hizo una pausa, buscando la palabra— como un filtro, pero en versión premium.
Reí. No podía evitarlo. Había algo ingenuo en la forma en que lo decía.
Le señalé una constelación.
—Esa es Orión. Y esa de allá, la de tres estrellas alineadas, es el cinturón.
—Ajá. ¿Y si las junto forman qué? ¿Un guerrero galáctico?
—Más o menos. Según la mitología, era un cazador gigante.
—Entonces me identifico —dijo con una sonrisa torcida—. Cazo vistas y likes.
Rodé los ojos, pero sonreí de todos modos.
Por un momento, el silencio se volvió cómodo. Él miraba el cielo sin su celular, sin luces, sin el personaje que mostraba al público. Solo Noah. El chico real. Supongo que no fue tan mala idea que se haya autoinvitado.
Más tarde, mientras comíamos galletas bajo una linterna tenue, mi teléfono vibró.
Una notificación: “Noah Gillies vuelve a ser tendencia.”
Fruncí el ceño. Pensé que era un clip viejo por el color azul de su cabello —desde que lo conozco, lo tiene negro—, pero al abrirlo lo confirmé: en el video, él discutía con alguien del chat, visiblemente molesto, hasta que tiraba los auriculares.
Los comentarios no eran amables.
Noah notó mi expresión.
—Lo viste, ¿verdad? —preguntó sin necesidad de que respondiera.
—No quise… —empecé, pero me interrumpió.
—Está bien. Es viejo. De cuando todo se me fue de las manos.
Se quedó mirando el horizonte, serio por primera vez desde que lo conocía.
—Perdí gente por eso. Amigos. Uno en especial… —hizo una pausa—. Supongo que me dejé llevar. Creí que tenía que ser ese tipo de persona para gustarle al público. Y lo peor es que funcionó.
No supe qué decirle.
Noah siempre me había parecido ruidoso, imprudente, incluso insoportable a veces. Pero verlo así, vulnerable, era como descubrir una nueva constelación en un cielo que creías conocer de memoria.
—¿Sabes? —le dije, mirando hacia arriba—. Las estrellas también mueren. Pero eso no les quita lo brillantes que fueron.
—¿Eso es una metáfora para decirme que soy una estrella caída? —preguntó, intentando sonreír.
—Exacto —respondí, con una sonrisa leve—. Pero todavía brillas un poco.
***
De regreso al departamento caminamos en silencio. Las luces de la ciudad parecían más suaves esa noche. Intenté distraerlo hablándole de cosas triviales, pero él no dejaba de mirar su celular.
En la puerta, dudamos unos segundos.
—Gracias por acompañarme —dije, casi en un susurro.
—Gracias por no aburrirme con tus “lucecitas” —respondió él, sonriendo.
Al entrar, cada uno fue a su habitación. Me recosté en la cama y me quedé ahí, pensando en todo lo que pasó hoy: Noah aburrido, luego nosotros mirando las estrellas, y después el video.
Noah… ¿por qué sigues en mis pensamientos? ¿Será porque somos vecinos y te veo todos los días? ¿O quizá…?
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Editado: 19.10.2025