Streaming de corazones

Capitulo 11: ¿Todo normal?

Noah

El aro de luz llevaba tres días apagado.

El micrófono, desenchufado.

Y el silencio del departamento era tan espeso que hasta el zumbido del refrigerador sonaba como un recordatorio incómodo de que el mundo seguía girando, aunque yo no quisiera moverme.

El video seguía en tendencia. Ya no con tanto ruido, pero lo suficiente para recordarme quién era a los ojos de todos: un tipo arrogante que se creyó invencible frente a una cámara.

Lo peor no era lo que decían.

Lo peor era que, por momentos, yo mismo lo creía.

Me tumbé en el sofá con el celular en la mano. Cada vez que abría la aplicación, el algoritmo me devolvía mi propio rostro en diferentes versiones: editado, distorsionado, convertido en meme.

Era como ver a un desconocido usando mi piel.

—Deberías comer algo —dijo Camila desde la cocina, con voz tranquila.

—No tengo hambre.

—Eso dices desde ayer.

—Eso decía ayer también —intenté sonar gracioso, pero no salió.

Ella me observó unos segundos y no insistió. Camila era buena en eso: en saber cuándo callar y cuándo quedarse.

Cuando se fue a clase, me quedé solo otra vez.

Miré el aro de luz. El reflejo del círculo blanco me devolvió un brillo fantasma en los ojos.

Y, sin pensarlo, lo encendí.

La pantalla iluminó la habitación.

No había música de fondo, ni overlay, ni chistes de apertura. Solo yo, con ojeras y una camiseta vieja, mirando a una audiencia invisible.

—No sé si alguien está viendo esto —empecé, y mi voz sonó más rota de lo que esperaba—. Pero supongo que no importa.

Tragué saliva y continué:

—He pasado los últimos días leyendo cosas sobre mí. Algunas son verdad, otras… no tanto. Pero todas duelen igual.

Hice una pausa. El chat empezó a moverse lentamente. Algunos nombres conocidos. Otros nuevos.

—No voy a justificarme. Lo que hice estuvo mal. Me enojé, dije cosas que no debía y lastimé a personas que no merecían eso.

Inspiré hondo y seguí:

Durante mucho tiempo creí que tenía que ser alguien más para gustarles. Más divertido, más ruidoso, más falso. —una risa breve, amarga, escapó de mis labios.— Y funcionó. Hasta que dejé de reconocerme.

El chat se detuvo por un momento.

Alguien escribió: “Estamos contigo.”

Otro: “Eres humano, bro.”

Y claro, también estaban los que insultaban, los que decían que era otra actuación.

Pero, por primera vez, no me importó.

—No quiero que me perdonen —seguí—. Solo quiero volver a mirarme sin sentir que estoy mintiendo. Si eso me cuesta seguidores, bien. Si me cuesta la carrera, también. Pero quiero que lo que quede… sea real.

Terminé la transmisión sin música ni despedidas.

Solo el clic del mouse y el sonido del ventilador del computador apagándose.

Era de noche cuando Camila regresó. Yo seguía frente a la laptop, con los ojos ardiendo.

Ella dejó una taza de café a mi lado sin decir palabra.

—¿Eso es apoyo o soborno? —pregunté con voz ronca.

—Depende de si sigues actuando o no.

Sonreí.

—Entonces es apoyo.

Ella se sentó a mi lado, sin mirar la pantalla. No necesitaba hacerlo. Su presencia bastaba.

Si fuera un día como cualquier otro, le estaría haciendo bromas sobre su peinado. Pero no tenía ánimos. Al menos había logrado ser sincero frente a la cámara... despúes de mucho tiempo.

Quizás podría cambiar el contenido del canal poco a poco…

¿Y si mostraba mi talento con la guitarra? No sería mala idea.

O tal vez dedicarme a hacer contenido de juegos.

Más y más ideas vinieron a mi mente, tanto que no me di cuenta de en qué momento Camila se fue a dormir.

El teléfono vibró sobre la mesa. Pensé que era otro mensaje de redes, pero no.

El nombre en la pantalla me dejó helado.

“Alex”

No lo veía desde la pelea. Desde aquel stream.

Dudé en contestar.

Tenía miedo de que fuera solo para decirme lo obvio: que ya era tarde, que había arruinado todo.

Pero contesté.

—Hola.

Un silencio breve. Luego, una risa nerviosa.

—Noah… no pensé que contestarías.

—Yo tampoco.

—Vi tu video de hoy. —La voz de Alex sonaba más calmada de lo que recordaba.— Estuviste bien. Real, por fin.

—Tarde, ¿no crees?

—No. Tarde es no intentarlo.

Por primera vez en días, sentí que podía respirar sin el peso del aro de luz sobre mí.

—¿Podemos hablar? —preguntó él.

—Sí —respondí, sin dudar.

—Bien. Y… Noah, me alegra verte de vuelta.

Cuando la llamada terminó, dejé el celular a un lado y miré el aro apagado.

Esta vez, no parecía un enemigo.

Solo una herramienta.

Una que podía volver a usar… a mi manera.

***

El ruido de las teclas, el murmullo de los estudiantes, el olor a café recalentado.

Todo sonaba igual que siempre en la biblioteca.

Pero, por alguna razón, yo no. Llevaba media hora frente a la misma página, leyendo la misma línea sin entender una sola palabra.

Mi cabeza no estaba en el libro, sino en el departamento.

Noah no era el tipo de persona que mostraba debilidad. Siempre tenía una broma lista, una sonrisa a prueba de todo.

Pero anoche… fue distinto.

Su voz sonaba cansada. Rota, incluso. Y eso, más que el escándalo del video, fue lo que me dejó inquieta. Silvana, desde el otro extremo de la mesa, me lanzó una mirada sospechosa.

—¿Estás bien?

—Sí.

—Mentira descarada. Llevas diez minutos viendo el mismo párrafo.

—Solo estoy cansada —murmuré, evitando su mirada.

—Ajá. Y yo soy astronauta.

Rodé los ojos.

—No es nada, Sil. Solo… cosas.

—¿Cosas con nombre y aro de luz? —preguntó ella, arqueando una ceja.

La miré, sorprendida.

—¿Qué? No, claro que no.

Silvana ya estaba al tanto de mi convivencia con Noah. ¿Quién lo diría? Fanática de sus streams —aunque, según ella, solo porque le recordaban a su hermano, que también hacía transmisiones desde otro país.




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