Streaming de corazones

Capítulo 13: ¿Celos?

Noah

El timbre sonó justo cuando estaba a punto de servirme el café.

Medio dormido, con la camiseta arrugada y el cabello hecho un desastre, fui hasta la puerta sin pensar demasiado.

—¿Emma? —solté, sorprendido.

Ahí estaba.

Con su gorra al revés y su cabello color rosado, una sonrisa de esas que parecen ensayadas y una caja en las manos.

—Pasaba por aquí y te traje esto —dijo, levantando la caja—. Tus galletas favoritas.

Por un segundo olvidé cómo se respiraba. Hacía meses que no la veía.

—Wow, no tenías que hacerlo —murmuré, rascándome la nuca.

Agardeci y acepte las galletas y nos quedamos mirando, por mi parte sin saber que más decir.

—Podría quedarme un rato, si no molesto.

Y ahí debí pensar mejor mi respuesta.

—Claro, pasa —dije sin más.

Apenas cruzó la puerta, sentí el cambio de temperatura. No por ella… sino por Camila, que desde la cocina me estaba fulminando con la mirada.

Era ese tipo de silencio peligroso que hasta el café deja de burbujear.

Que alguien me proteja

—¿Quieres café? —preguntó Camila con una voz tan dulce que asustaba.

—No, gracias —respondió Emma—. Estoy evitando la cafeína.

Silencio.

Sonrisa falsa.

Un leve movimiento de ceja.

Yo quería desintegrarme ahí mismo.

Intenté mantener la conversación con Emma, pero cada risa que soltaba me hacía sentir observado. O juzgado. O ambas.

—...y te acuerdas cuando nos tuvimos que besar por un reto —dijo Emma entre risas —. O cuando nos hiceron una seccion de fotos en traje baño...

Mientra más hablaba Emma sentía mi oido calentarse, mi mamá diría algo como que alguien —quizas camila —este hablando mal mí.

Cuando al fin se despidió, me dio un abrazo que duró demasiado. Y cuando digo demasiado, me refiero a “Camila dejó de fingir que miraba el celular y casi arquea una ceja hasta el techo”.

Apenas cerré la puerta, Camila habló.

—Vaya, no sabía que hacías visitas de fans a domicilio.

—No es fan, es amiga.

—Claro. Amiga. Muy… detallista.

Tragué saliva.

—¿Qué pasa?

—Nada. Me alegra que tengas tiempo para recibir regalos.

Y ahí sonó el timbre otra vez.

Perfecto. El universo me odia.

Camila abrió.

—¡Carter! —exclamó con una sonrisa tan amplia que me dieron ganas de romper mi taza.

El tipo traía una carpeta.

—Olvidaste tus apuntes —le dijo.

Y ella, como si le hubiera traído la cura del cáncer, respondió:

—¡Gracias! Me salvaste, eres un sol.

¿Un sol? ¿En serio?

—¿Quieres pasar un segundo? —preguntó ella.

¿Un segundo? ¿Por qué no la tarde entera, ya que estamos?

Me quedé en la cocina fingiendo que lavaba un vaso. Lo limpié tres veces.

Los escuchaba reírse.

“Constelaciones por aquí, órbitas por allá.”

Yo solo pensaba en cómo ese tipo pronunciaba su nombre. Camila. Como si tuviera derecho.

Cuando por fin Carter se fue, ella cerró la puerta y se giró.

Yo estaba apoyado contra el mostrador, brazos cruzados.

—Muy simpático tu amigo —dije.

—Sí, lo es —contestó, inocente.

—Parece demasiado atento.

—¿Y Emma no lo era?

Touché.

Nos quedamos callados.

Fue ese tipo de silencio incómodo que grita más que una discusión.

Suspiré.

—Supongo que estamos a mano, ¿no?

Ella no respondió, solo me sostuvo la mirada por unos segundos antes de irse a su habitación.

Me quedé ahí, con el eco de sus pasos y el estúpido vaso entre las manos, preguntándome en qué momento importó tanto.




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