Streaming de corazones

Capítulo 14: Desiciones

Camila

El universo tiene una forma curiosa de ponerme a prueba: justo cuando empiezo a acostumbrarme al caos, me ofrece una salida.

Esa mañana salí de clase con la cabeza llena de toda la información que me brindaron los profesores en la clase de hoy y también un leve dolor de cuello. Solo quería llegar al departamento, prepararme un café y olvidarme del episodio “visita de Emma”. Pero el destino, tan fanático del drama como siempre, me tenía otro plan.

—Señorita Camila, qué coincidencia —me llamó una voz conocida.

Levanté la vista y vi al señor Díaz, el administrador del edificio, con su carpeta en mano y un gesto amable.

—Justo iba a contactarla —dijo—. Recuerde que usted reportó la confusión con su compañero de piso.

“Compañero de piso.” Dos palabras que, semanas atrás, me hacían querer gritar. Ahora… no tanto.

—Sí, claro —respondí, intentando sonar neutral.

El hombre asintió con entusiasmo.

—Bueno, ya tengo una solución. Se desocupó una habitación en el piso once. Es un estudio, más pequeño, pero cómodo. Si aún le interesa mudarse, puedo tramitar el cambio esta misma semana.

Por un momento sentí que el aire se detenía.

Ahí estaba. Lo que había estado esperando desde que Noah apareció con su sonrisa burlona y su cámara encendida.

La posibilidad de volver a la tranquilidad.

A mi espacio.

A mi control.

—¿Esta misma semana? —pregunté, casi en automático.

—Así es. Tendría que confirmarme hoy mismo, antes de que la tome otra persona.

Asentí, pero mi mente estaba en otro lugar.

En una noche sin luz, riéndome con Noah mientras tocaba la guitarra.

En la estúpida sensación desagradable que había sentido cuando Emma se despidió con ese abrazo.

“Esto es lo que querías”, me recordé. “Privacidad. Paz. Silencio.”

—Gracias, señor Salcedo. Le aviso más tarde —dije al final.

Cuando me quedé sola, el peso de la decisión me cayó encima.

Mudarse significaba recuperar mi espacio, pero también…¿perder algo que no sabía que había encontrado?

Pasé el resto del camino intentando convencerme de que no importaba que era mi oportunidad. Que Noah era solo un compañero temporal. Que no valía la pena darle más vueltas. Nada más.

Pero cuando abrí la puerta del departamento y lo vi, descalzo, con el cabello despeinado, preparando algo en la cocina y tarareando bajito…supe que decirle “me voy” no iba a ser tan fácil como creía.

***

Noah

A veces la vida te da golpes suaves.

Y otras veces, te lanza una mudanza en la cara.

Todo empezó cuando la vi llegar. Camila entró al departamento con esa expresión suya que mezcla cansancio, determinación y algo que no supe descifrar. Dejó la mochila, se quitó la chaqueta y se quedó quieta, mirándome como si estuviera a punto de darme una mala noticia.

—¿Todo bien? —pregunté, con la boca llena de cereal.

—Sí… bueno, más o menos.

Ese “más o menos” sonó peor que cualquier “tenemos que hablar” de mi vida. Dejé la cuchara y la observé con cautela.

—¿Qué pasó? ¿El universo explotó? ¿Reprobaste un examen? ¿Se cayó una estrella?

Nada.

Solo ese silencio incómodo que anuncia problemas.

Finalmente, lo soltó:

—El administrador me ofreció un departamento en el piso once. Uno para mí sola.

No dije nada.

Ni siquiera respiré.

Solo la miré.

Ella siguió, rápido, como si quisiera sacarlo de encima:

—Me lo ofreció porque, bueno… ya sabes, lo de la confusión del contrato. Pero tengo que decidir hoy mismo.

Un pitido mental se activó en mi cabeza.

“Esto es bueno”, me dije.

“Volverás a tener tu espacio, tus transmisiones, tu paz.”

Pero por alguna razón, lo único que se me ocurrió responder fue:

—Ah, genial. Más silencio para ti.

Sonó tan idiota que hasta yo quise golpearme.

Ella arqueó una ceja.

—¿Por qué lo dices así?

—No lo digo así, solo… digo. Que vas a tener tu silencio. Eso te gusta, ¿no?

Camila me miró como si intentara leer algo detrás de mis palabras.

Y tal vez sí había algo. Un nudo en el pecho. Una sensación parecida a cuando terminas una serie que no querías que acabara.

—No lo sé, Noah. Tal vez sí me hace falta.

No sé qué me molestó más: que sonara tan segura, o que no lo estuviera del todo.

—Bueno, haz lo que creas mejor —dije al final, con un tono que pretendía indiferencia, pero ni yo me lo creí.

Ella asintió y se fue a su habitación.

Y ahí quedé yo, frente a un tazón de cereal que de repente sabía a cartón.

Encendí la computadora, abrí la cámara, pero no transmití.

Solo me quedé viendo la pantalla, con el aro de luz apagado y el reflejo de mi cara idiota mirándome de vuelta.

No era tristeza.

Tampoco enojo.

Era algo peor: una mezcla de vacío y orgullo.

Porque justo cuando empezaba a sentir que vivir con Camila no era tan malo…ella encontró una forma de irse.

Y lo peor es que no podía culparla.




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