Streaming de corazones

Capítulo 15: Decisión apurada.

Camila

Hay momentos en los que no decides con el corazón, sino con el pánico.

Y ese día fue uno de ellos.

Había llamado a Silvana para comprar nuestras algunas respuestas de nuestra tarea de otro curso, ella y yo estábamos en la cafetería cerca de una plaza, con nuestros apuntes extendidos, cuando solté la bomba:

—El administrador me ofreció mudarme a otro departamento.

Silvana levantó la vista, arqueando una ceja.

—¿En serio? ¿Y qué esperas para hacerlo?

—No lo sé… —admití, moviendo distraída la cuchara en mi café—. Me acostumbré al lugar, supongo.

Ella me miró con esa mezcla de paciencia y lógica que tanto la caracteriza.

—Camila, si de verdad quieres concentrarte en tus estudios, lo mejor es tener un ambiente tranquilo. Noah… bueno, es simpático, pero es una distracción con pies.

No pude evitar reírme.

Una distracción con patas, diría.

Sí, y con sonrisa, sarcasmo y guitarra incluidos.

—Solo digo —continuó Silvana—, que no te conviene seguir ahí. Además, me contaste que si tus papás se enteran de que vives con un chico, les da un infarto.

Ahí fue cuando me atraganté con mi café.

Porque justo en ese momento mi teléfono vibró con una notificación.

Era mi mamá.

Mamá: “Camila, buenas noticias. Vamos a Las Velas este fin de semana. ¡Te vamos a traer muchas cosas!”

Sentí que el alma se me cayó hasta los zapatos.

—¿Todo bien? —preguntó Silvana.

—No —respondí, con una sonrisa tensa—. Todo está perfectamente mal.

Cerré el celular y me levanté.

—Tengo que hacer una llamada.

Salí de la cafetería, buscando un rincón tranquilo. El señor Díaz respondió en el segundo tono.

—¿Señorita Camila?

—Sí. Quiero aceptar la oferta del departamento del piso once. Si todavía está disponible… quiero mudarme hoy mismo.

—¿Hoy?

—Sí, hoy. Por favor.

Me prometió tener las llaves listas en una hora.
Colgué y me quedé mirando el cielo. Azul, tranquilo, irónicamente en mi caso.

No había planeado que fuera así.

Ni las prisas, ni la presión, ni la punzada en el pecho.
Pero la idea de mis padres apareciendo en la puerta y encontrándose con Noah en pijama era el tipo de cosas que no podía permitirme ni en mis sueños.

Regresé a la cafetería para despedirme de Silvana, le conté sobre mi llamada y me dijo que tome una buena decisión.

***

De regreso al departamento, cada paso se sentía más pesado.

Cuando abrí la puerta y lo vi en la sala, sentado frente a su laptop, quise decir algo ligero, casual, algo que no sonara a adiós.

Como no me sentía preparada, fui primero a mi habitación a empacar mis cosas en la maleta. Cuando ya tuve todo listo la, él seguía ahí donde lo deje: sentado frente a su laptop.

Ahora sí, es hora de despedirme, pero las palabras no salieron.

Noah sintió mi presencia y levantó la vista, notando mis maletas en la mano.

—¿Qué haces?

Respiré hondo.

—Me mudo. Hoy.

Su expresión cambió en cuestión de segundos: de sorpresa a incredulidad, de incredulidad a algo que no supe interpretar.

Y ahí lo entendí.

Podía fingir muchas cosas, pero no que irme fuera fácil.

***

Noah

No lo vi venir, pero lo veo.

Ni una pista, ni una señal, sin embargo ella ya me había avisado.

Solo la imagen de Camila de pie con sus maletas en las manos y esa expresión que reconocí casi de inmediato: la de alguien que ya tomó una decisión.

—¿Qué haces? —pregunté, sin pararme del sofá.

No sé si esperaba que dijera “es solo por hoy”, o que me pidiera ayuda para mover algo.

Pero no.

—Me mudo. Hoy —respondió, firme.

La palabra se clavó en el aire como una nota disonante. Me quedé mirándola, tratando de entender.

—¿Te mudas? ¿Por qué?

Ella soltó un suspiro corto, de esos que duelen más que un grito.

—No es por ti, Noah. Solo… necesito concentrarme en mis estudios. Y además mis padres vienen este fin de semana. No pueden saber que vivo con un chico.

Sentí que algo dentro de mí se torcía.

Claro, sus padres. Sus estudios.

Razones lógicas, perfectas.

Tan lógicas que dolían.

—¿Podrías quedarte solo hoy?—dije, casi sin pensar.

Ella negó con la cabeza.

—Tengo muchas cosas que hacer como desempacar y todo eso. Subo al piso once.

Silencio.

Solo se escuchaba el murmullo del tráfico que llegaba desde la ventana.

Me levanté, intentando parecer tranquilo.

—Si eso es lo que quieres, no te voy a detener.

Camila asintió, pero no me miró.

Comenzó a empacar lo poco que tenía: su taza favorita, una manta, los apuntes esparcidos por la mesa y guardo en una caja que saco de su habitación.

Yo solo la observaba, con las manos en los bolsillos, sin saber qué hacer con toda la rabia y la tristeza que se me acumulaban en la garganta.

Cada pequeño sonido —el roce de las cajas, el cierre de su mochila— me sonaba como un tic-tac de cuenta regresiva.

Quise decirle algo, cualquier cosa.

Pero no supe cómo hacerlo sin que sonara como una súplica.

Y no iba a suplicarle.

Cuando terminó, se detuvo frente a la puerta.

Me miró, por fin.

—Gracias por todo, Noah. De verdad.

Y se fue.

Así, sin más.

Me quedé solo en el silencio más ruidoso que haya escuchado.

Todo lo que alguna vez fue rutina —el eco de su risa, el aroma del café por la mañana— ahora era ausencia.

Cerré la laptop sin mirar la pantalla, apagué las luces y me hundí en el sofá.

Podía seguir fingiendo que nada me afectaba, pero esa noche ni siquiera las luces del monitor lograron distraerme.




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