Noah
Durante el evento quise volver a encontrarme con ella. La buscaba con la mirada y, cuando quería ir a su encuentro, siempre la encontraba ocupada con las coordinadoras. Y por más ganas que tuviera de pedirle hablar a solas —o que me mostrara cada rincón de su universidad, como un simple pretexto para seguir a su lado—, no sabía cuándo volvería a verla.
Bueno, aunque yo tampoco podía moverme mucho: en cada momento venían algunos seguidores a tomarse fotos conmigo, y mi agente también estaba ahí.
Hasta que el evento terminó… y no logré hablarle de nuevo.
Ahora estoy en mi departamente, editando el vides...editar videos debería ser terapéutico, pero en mi caso era puro masoquismo. Nunca pensé que editar un video podría sentirse como cargar con una piedra encima.
Llevaba tres horas viendo mi propia cara decir cosas como: “A veces hay que mirar las estrellas para encontrar el camino”, y cada vez quería pegarme con el teclado.
¿Quién demonios habla así?
Ah, sí. Yo.
El tipo que, aparentemente, se puso filosófico en plena transmisión.
Cerré los ojos y me pasé una mano por el cabello.
La pantalla me devolvía el reflejo de un zombi con ojeras premium.
Los comentarios del último video seguían dándome vueltas. Algunos decían que había perdido mi esencia; otros, que ahora era “el tipo como que se enamoró y se volvió aburrido”.
¿Aburrido? ¿Yo? ¡Jamás!
¿Enamorado? Eh… no… claro que no.
La habitación estaba a oscuras; solo la luz azulada del monitor me mantenía despierto. Pensé en cerrar todo e irme a dormir, pero cada vez que cerraba los ojos… la veía.
Camila.
Su forma de fruncir el ceño cuando se concentraba, cómo movía el pie al ritmo de una canción que solo ella escuchaba y su risa.
Demonios, esa risa que últimamente me hacía más falta de lo que admitía.
Apreté los puños.
No debía pensar en eso.
No en ella.
No así.
El timbre del departamento sonó. Me levanté sin muchas ganas, pensando que sería un paquete o el administrador, pero cuando abrí la puerta, me quedé en blanco.
Camila.
Llevaba un sobre en su mano y el cabello algo despeinado, como si hubiera corrido.
—Viniste… —murmuré, torpe.
—Solo a decirte algo —dijo sin levantar la vista.
—Claro, ¿sobre qué?
Mi pulso se aceleró sobre lo nervioso que me sentía lo que iba a decirme.
—Mi coordinadora me pidió que te diera esto —me mostró un papel, una invitación—. Habrá un nuevo evento. Le gustó mucho tu presentación, y como le dije que vivimos en el mismo edificio, me pidió el favor de entregártelo.
Me quedé un momento procesando todo lo que dijo.
—¿Qué?
Rodó los ojos.
—Mi coordinadora…
—Sí, sí, entendí. ¿Eso es todo lo que tienes que decirme?
Asintió.
Me quedé quieto, con el corazón latiéndome en la garganta.
Ella estaba a punto de irse, pero le sujeté el brazo.
—¿Noah?
—¿Te parece salir conmigo un rato a comer un helado? —propuse.
Se quedó en silencio, pensativa. Después de un rato, negó con la cabeza.
—Estoy ocupada. Tengo un proyecto que terminar. —Agarró suavemente mi mano, la que la sujetaba, para que la soltara—. Cuídate, Noah. —Me extendió de nuevo el sobre para que lo tomara.
No. No pensaba dejarla ir.
La volví a sujetar y la hice entrar al departamento, cerrando la puerta.
—¿Qué haces, Noah? Déjame salir.
Me pasé la otra mano por la cabeza, irritado.
—Te he escrito, te he llamado varias veces y siempre ignoras mis llamadas. ¿Acaso te hice algo malo para que me ignores?
Otra vez, silencio.
—Dime algo, Camila. Por favor.
Después de un rato, lo soltó de golpe:
—Me distraes, Noah. Necesito concentrarme en mis estudios, rodearme de otro tipo de personas. De nuevo me quede en silencio. No podía creer que ella me dijera algo así.
—¿Eso crees? —pregunté al fin, sin poder contenerlo—. ¿Que te distraigo?
Ella paso por mi lado,dejó el sobre que tenía en las manos sobre la mesa y me miró, enfrentándome. Sus ojos estaban cargados de algo que no supe definir. Dolor, quizá. O miedo.
—Sí, Noah. Me distraes.
Me reí.
No una risa feliz, sino esa que sale cuando no sabes si estás a punto de romperte o de hacer una estupidez.
—Perfecto —dije, cruzándome de brazos—. Entonces soy un mal amigo.
—No lo digas así…
—¿Cómo quieres que lo diga? ¿Tu error? ¿Tu mala elección?
Camila cerró los ojos, respirando hondo.
Yo la miré, y algo en mí se encendió.
Era frustración, sí, pero también otra cosa.
La forma en que apretaba los labios, el leve temblor en sus manos, su voz intentando mantenerse firme…
No podía soportarlo.
—¿Por qué haces esto? —susurré, dando un paso hacia ella—. ¿Por qué tienes que alejarte cada vez que empiezo a entenderte?
—No lo entiendes, Noah —replicó ella, retrocediendo un poco—. Tú no sabes lo que es tener que decidir entre lo que quieres y lo que debes hacer.
—¿Y tú crees que yo no lo hago?
—No en serio.
Eso fue lo que dijo.
Y fue la maldita chispa.
Antes de pensarlo siquiera, ya la tenía contra la mesa, mis manos en su rostro, mis labios a milímetros de los suyos. No hubo espacio para dudas, ni excusas, ni palabras. Solo el sonido de mi respiración y el pulso acelerado en mis sienes.
La besé.
Fue un beso torpe, rabioso, lleno de todo lo que no supe decirle antes. Ella se tensó al principio, pero no me empujó.
Y eso lo volvió aún más caótico.
Por un segundo, el mundo desapareció. Solo quedamos nosotros, entre la confusión y el deseo. Hasta que ella se separó, con la respiración entrecortada.
—Noah… —murmuró, apenas audible.
Yo no sabía qué decir por estar intentando ordenar mis pensamientos, pero no pude.
—Lo sé —dije al fin, bajando la mirada—. No debí hacerlo.
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Editado: 15.11.2025