Noah
Salimos del centro de la universidad pasadas las nueve. Camila caminaba a mi lado, con su carpeta bajo el brazo y cara de “estoy agotada pero no te lo voy a admitir jamás”.
Yo fingía revisar mi celular, aunque lo único que revisaba era cómo la luz del alumbrado le daba un brillo tonto en el cabello. Nada que un chico racional, maduro y completamente tranquilo notaría, claro.
—No puedo creer que te hayas comido tres empanadas en la cena del comité —dijo, rompiendo el silencio.
—Era por educación.
—¿Educación?
—Claro, rechazarlas habría sido una falta de respeto a la cultura gastronómica.
—Y a tu estómago, al parecer.
Me reí. Ella también. Caminamos así, entre sarcasmos y chistes flojos, hasta llegar a su edificio. Camila se detuvo frente al ascensor, y por pura cortesía (o masoquismo emocional) dije:
—Te acompaño hasta arriba.
—No hace falta, Noah.
—Demasiado tarde, ya apreté el botón.
Subimos en silencio hasta el piso once. El ascensor era ridículamente lento, como si disfrutara vernos incómodos. Querá hablar de algo porque no me gusta el silencio, pero ella me gano.
—¿Sabías que los ascensores modernos tienen freno electromagnético? —dijo ella, mirando el número diez encenderse.
—¿Sabías que hablar de frenos en un ascensor no ayuda a la confianza del pasajero? -dije riendo.
Al llegar, Camila se giró hacia mí con esa sonrisa educada que usa cuando está debatiéndose entre “gracias” y “vete ya”.
—Bueno… gracias por acompañarme.
—Siempre a la orden, señorita científica —respondí, haciendo una especie de reverencia exagerada.
Y ahí pasó.
Ella abrió la puerta, me miró un segundo y dijo:
—¿Quieres pasar un momento?
Mi cerebro gritó “¡no arruines esto, Noah!”, pero mis pies ya habían cruzado el umbral.
El departamento olía a vainilla por el aroma de su perfume y café. Todo estaba impecable, demasiado impecable, aunque le faltaba algunos mubles y cocina. Camila dejó sus cosas en su habitacion y se giró hacia mí.
—Antes de que digas algo… quería disculparme.
—¿Por las empanadas?
—Por la discusión de hace unas semanas —corrigió—. Fui dura contigo.
—Bueno, también me lo gané un poco. Tal vez.
—Y lo del beso… —bajó la mirada— no fue justo confundirte.
Tragué saliva.
—¿Confundirme?
—Sí, yo solo… me dejé llevar, y—
—Yo fui quien te beso, yo debería disculparme—la interrumpí suavemente.
—Que? Yo crei que te bese primero -dijo sorpendida, pero a la vez aliviada.
—Aunque para ser sincero yo no me arrempiento.
Silencio.
De esos silencios densos que no incomodan, sino que pesan.
Dio un paso hacia mí.
Yo di otro hacia ella.
Y antes de que el destino pudiera arruinarlo, nuestros labios se encontraron.
Fue un beso torpe, cálido, con un leve olor a café y cansancio.
La abracé, ella respondió. Su mano se apoyó en mi pecho, la mía en su cintura, y por primera vez en mucho tiempo sentí que el ruido del mundo se apagaba.
Hasta que el destino decidió prenderlo de nuevo.
—¡¿Camila?!
La voz fue como un rayo.
Nos separamos de golpe.
Ahí, en la puerta, estaban una mujer mayor y un señor casi de la misma de la edad de la mujer y el administrador.
¡¿Que hace el administrador aquí??
—¿Quién… es él? —preguntó el señor, con esa calma falsa que da más miedo que los gritos.
Yo levanté la mano como si estuviera en clase.
—Eh… técnico de mantenimiento. Vine a… revisar el freno electromagnético del ascensor.
Camila me fulminó con la mirada.
La señora arqueó una ceja.
—¿A las nueve y media de la noche? ¿En el departamento de mi hija y no en el ascensor?
¿Hija?
—Servicio nocturno, señora. Full compromiso con la seguridad ciudadana —es lo único de pude decir.
Silencio.
Camila me empujó suavemente hacia la puerta mientras los sñeores y el administrador seguían sin procesar nada.
—Nos vemos mañana, técnico de mantenimiento —dijo entre dientes.
—Sí, claro… recuerde revisar los cables, pueden estar… eh, flojos.
Camila cerró la puerta.
Caminé, presione y entre y me quedé un segundo mirando el número once en el ascensor mientras bajaba.
Y solo pude pensar:
¿Ella siente algo por mi tambien como yo por ella? Si, lo admito, Me gusta Camila.
Y también conocí a mis futuros suegros.
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Editado: 26.11.2025