Camila
Estamos en el trabajo, o más bien, en la universidad. Los dos estamos sentados en una sala de reuniones del comité del evento astronómico, rodeados de papeles, laptops y estrés. Llevamos dos horas trabajando y no sé de parte de él, pero yo estoy sintiendo dolor en el cuello.
Miro de reojo a Noah. No quiero admitirlo, pero me gusta verlo cuando está distraído. Por supuesto, él no debe saberlo o su ego se le va a inflar.
—¿Puedes pasarme ese informe…? —pregunta sin mirarme, señalando una carpeta.
La carpeta está literalmente a su lado.
—¿Este informe? —lo levanto con dos dedos frente a su cara.
—Sí, ese. No quiero moverme, estoy optimizando energía.
—Eso se llama flojera.
—Claro que no.
Respiré hondo. Eres una profesional, Camila. Profesional.
—Por cierto —dice de pronto—, ¿tus papás te dijeron algo sobre mí?
Finjo pensar.
—Sí. Me dijeron que no tenías cara de ser de mantenimiento de ascensores.
—Me dio miedo tu mamá.
—Deberías tenerle más miedo a mi papá.
—¿Por qué?
—Es mejor que no lo sepas.
Nos quedamos mirándonos por una fracción de segundo que se fue alargando. Cada segundo que pasaba, acortábamos la distancia sin darnos cuenta.
No, Camila. No lo beses. Concéntrate. Documentos. Telescopios. Cualquier cosa que no sea su boca.
Hasta que Noah rompe la tensión de la manera más Noah posible:
—No me presiones, Camila, aún no estoy listo.
No sé qué cara puse, pero él está riéndose a carcajadas. No puedo creer que haya usado una frase de internet justo ahora. Estaba a punto de hacerle la ley de hielo hasta que la puerta se abrió de golpe.
—¿Hijo? —dice una voz de señora con acento elegante e imposición automática.
Noah se queda congelado. Ni un parpadeo. Le doy un codazo para que reaccione.
Él me mira.
Yo lo miro.
Los dos pensamos lo mismo:
No puede ser.
Pero sí era.
Los padres de Noah entraron como si fueran inspectores de la NASA evaluando un cohete defectuoso.
Su mamá, con su impecable cabello castaño y con mirada de “mi hijo merece a alguien con tres doctorados”, y su papá, trajeado, con aura de “si respiras cerca de mi hijo sin permiso, te demando”.
—Mamá… papá… —balbucea Noah, todavía petrificado— ¿Qué… qué hacen aquí?
—¿Qué hacemos aquí? —dice su madre, ofendida— Le pregunté a tu agente por ti y nos dijo que estabas aquí. ¡Así que vinimos a sorprenderte!
—Y a evaluar tu ambiente laboral —agrega su padre.
—¿Por qué evaluar…? —pregunta Noah, con la voz hecha polvo.
—Para ver si al fin estás tomando tu futuro en serio después de la vergüenza que pasaste por esa polémica en las redes—responde ella, clavando la mirada en mí.
Yo sonrío como si no quisiera morirme ahí mismo.
—Hola, soy Camila, su asistente del…
—Del beso —dice Noah.
—¿¡QUÉ!? —dicen sus padres al mismo tiempo.
Le doy un puntapié debajo de la mesa.
Él suelta un "¡ay!" incriminador.
—Del evento. Del evento —corrijo.
La tensión cae como una bomba. Noah se levanta para saludar a sus padres y yo también lo hago por educación.
Pero antes de que pueda respirar, la puerta vuelve a abrirse.
—¡Camila! —exclama mi mamá, entrando con mi papá detrás— ¿Por qué no contestas mi mensaje?
Yo no sé quién autorizó este nivel de tortura, pero debería estar en prisión.
Mi mamá se detiene al ver a los padres de Noah.
Específicamente a su mamá.
Las dos se miran.
Ojos entrecerrados.
Mandíbulas tensas.
Ah no.
No.
¡NO!
Conozco ese silencio.
Ese silencio no anuncia paz.
Ese silencio anuncia guerra.
—¿Usted? —dice la mamá de Noah.
—¿Usted? —dice la mía.
—¿Se conocen? —pregunto con el peor presentimiento del mundo.
—SÍ —responden a la vez, con un tono capaz de romper vidrios.
Mi mamá, muy digna, habla primero:
—Tu hijo engañó a mi hija haciéndose pasar por una chica para que vivieran juntos.
¡¿Cómo se enteró…?!
Seguramente por el administrador.
La mamá de Noah abre la boca como si hubiera tragado un cometa.
—¡Mi hijo jamás haría algo tan vulgar! —exclama—. ¡Él está comprometido!
Noah y yo:
—¡¿Qué?!
—¿Desde cuándo estoy comprometido? —pregunta Noah, muerto por dentro.
—Desde que te presenté a la hija del socio de tu padre —comtesta su mamá
—¡Ni la recuerdo!
—No te preocupes, te preparé una cita con ella —dice su papá.
Mi ojo derecho parpadea.
Mi mamá llega hasta mí y me pone una mano en el hombro, horrorizada:
—Camila, aléjate de este chico.
—Mamá…
—Tiene una prometida. Y por lo que investigue en las redes sociales tiene malas decisiones de vida —dice mi papá seriamente.
El papá de Noah interviene:
—Esto no es un ambiente adecuado. Noah, venimos a hablar contigo de tu futuro a solas.
Si futuro con esa chica, seguramente.
—¿MI FUTURO? —repitió él, ya agotado.
Yo me quedo ahí, atrapada en medio de dos familias que podrían iniciar una guerra mundial.
Y en mi cabeza solo repetía:
Noah está comprometido.
***
Cuando por fin se fueron —o más bien, cuando se cansaron de discutir sobre mi moralidad, la responsabilidad emocional de Noah y el supuesto compromiso— quedamos él y yo sentados en la sala en completo silencio.
No puedo creer lo que pasó.
Noah exhala tan fuerte que casi se infla de nuevo.
—Camila… —dice, dejándose caer en la silla—. Mi vida es un chiste.
—La mía también —respondo—. Lo peor es que no es gracioso.
Él se ríe. Esa risa que te arrastra aunque estés al borde del colapso.
Me recojo el cabello, intentando procesar.
—Ok —digo—. Hagamos un recuento de daños.
—Ajá.
—Tus papás te comprometieron con alguien que no conoces.
—Correcto.
#6081 en Novela romántica
#2585 en Otros
#665 en Humor
comedia, comedia humor enredos aventuras romance, romancejuvenil
Editado: 26.11.2025