Streaming de corazones

Capítulo 26: El plan.

Noah

Me tiré en mi cama mirando el techo, sin poder dejar de pensar en Camila.

En su cara cuando mi mamá dijo eso del compromiso.

En cómo nos miramos después.

Me pasé una mano por la cara.

—¿Comprometido…? —murmuré.

De repente, como si mi cerebro hubiera decidido torturarme voluntariamente, vino el flashback de lo que pasó después de ver por última vez a Camila.

Mis padres habían llegado a mi departamento cuando aún estaba dormido.

¡Noah! —grito mi padre desde la sala.

Asustado, salí rápido de mi habitación por si algo malo había sucedido.

Noah, siéntate —dijo mi mamá con su tono de “no acepto negociaciones” desde la sala.

Yo me dejé caer en el sillón, todavía medio dormido.

—¿Esto es sobre el evento? Porque sí, estoy trabajando, sí, estoy siendo responsable, sí, Camila me controla la vida profesional pero…

Mi mamá hizo un gesto de horror.

—¿Quién es Camila?

Mi asistente. La chica que pensé que era un chico cuando en realidad era una chica, hubo un error, pero no importa, no es el punto.

—¿Qué? —pregunto confundido mi papá por mis palabras.

Precisamente… —suspiró ella, con esa elegancia juzgona—. Noah, hijo… tú tienes un compromiso.

—¿Qué compromiso? ¿El compromiso de dormir ocho horas? Porque eso sí que lo tengo pendiente.

Mi papá intervino, ajustándose el reloj cincuenta veces como hace cuando está incómodo:

—Noah… estás comprometido con la hija de mi socio. Te la presenté en una reunión hace meses.

—Papá, tú me presentas gente siempre. Personas aleatorias. Niños. Un perro una vez. ¿Cómo se supone que recuerde a una supuesta prometida?

Mi mamá apretó los labios.

—Te recuerdo, de nuevo, que tienes una cita con ella esta noche.

—¿¡QUÉ!? —Me atraganté con mi propio aire—. ¡No voy a ir!

—Sí vas a ir —sentenció ella.

—¡No!

—¡Sí!

—¡NO!

—¡Sí, porque ya hablé con su madre! —dijo mi mamá con orgullo.

Yo me hundí en el sillón, derrotado.

—¿Y si no aparece?

Mi mamá se rió con maldad:

—Ella jamás faltaría a una cita. Es una chica decente. No como cierta asistente.

Ok.

Eso me dolió y me dio ganas de defendela pero mi padre me lanzo una mirada que me dejó mudo.

De vuelta al presente me levanté de golpe.

—Ok, tengo que ir a la cita… —dije—. Pero solo para rechazarla.

Que quede claro.

Clarísimo.

Me miré en el espejo.

Si quiero que me rechace… tengo que convertirme en alguien que cualquier persona evitaría.

Sonreí con malicia estratégica.

—Hora del plan.

***

El restaurante era elegante, privado, demasiado silencioso.

Casi sentí que cada paso hacía eco en mis inseguridades. Y ahí, sentada en una mesa decorada como catálogo de bodas, estaba ella.

La chica.

Pero no una desconocida.

Era la misma chica que me había coqueteado en la universidad.

La compañera de Camila.

Dios, ¿me odias o solo es tu día de humor negro?

Ella me sonrió radiante al verme.

—Hola, Noah. Qué casualidad vernos otra vez.

—Casualidad —repetí, derrotado.

Ok, plan activado.

Me senté.

Ella intentó empezar conversación, pero yo abrí un sobre de azúcar y… me lo eché en la boca.

Directo.

Entero.

Ella parpadeó.

—¿Todo bien?

—Me encanta el azúcar. —Le mostré la lengua llena de grumos—. Es mi pasión.

Ella soltó una risita.

RAYOS.

¿Eso le pareció lindo?

Ok, siguiente fase.

Derramé a propósito el vaso de agua encima de mí.

—Uy —dije, empapado—. Soy muy torpe. ¿Te gusta la gente torpe?

Ella rió más fuerte.

—Me parece adorable.

ADORABLE.

¿ADORABLE?

Ok. Plan desastre nuclear.

Me puse a hablarle de temas sin sentido:

—¿Sabías que una vez adopté un cactus? Se murió. Por exceso de amor.

—¿Eh…?

—Le cantaba todas las noches. Creo que no le gustaba Dua Lipa.

Ella no dejaba de reír.

—Ay, Noah, eres muy divertido.

¿DIVERTIDO?

¿POR QUÉ TODO ESTO ESTÁ FUNCIONANDO AL REVÉS?

Última opción.

La mirada intensa.

Me incliné hacia ella.

—¿Sabías que yo… colecciono cajas de cereal?

—¿En serio?

—Sí. Les pongo nombre. La última se llama Margarita.

Ella juntó las manos emocionada.

—Eres único. Ya entiendo por qué nuestras mamás quieren que estemos juntos.

Yo me quedé en silencio, resignado, sintiendo el alma salir del cuerpo.

—Yo esperaba esta cita desde que te vi en la universidad —añadió ella—. Ya quiero ver cómo será nuestro compromiso.

Listo.

Se acabó.

Se me apagó el espíritu.

—Ok, basta —dije, levantando las manos—. Mira… Tenía un plan para que no te gustara.

Frunció el ceño.

—¿Plan?

—Sí. Este —señalé mi ropa mojada, los sobres de azúcar vacíos y mi dignidad tirada en el piso.

Ella se cruzó de brazos, seria por primera vez.

—¿Por qué querrías eso?

Tragué saliva.

—Porque… me gusta otra chica. Y solo vine para rechazarte correctamente. No quería que lo escucharas por mis papás o los tuyos.

Ella me observó un largo momento.

Luego se levantó.

—No soy de las que se rinden fácilmente —dijo, molesta, pero sin gritar—. Y si te gusta otra… entonces debería sentir pena por ella.

Y se fue.

Así, sin mirar atrás.

Yo me dejé caer en la silla, derrotado en todos los planos existenciales.

***

Apenas llegué, tiré los zapatos, la camisa mojada y la poca dignidad que me quedaba.

Tomé mi guitarra.

La única cosa que no me juzga ni me reclama compromisos arreglados. Me senté en el borde de la cama y dejé que mis dedos tocaran una melodía suave, casi torpe.




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