Stubborn

3. Una linda distracción

Bien, está vez decidí llegar temprano al entrenamiento. Algo dentro de mí, me decía que debía estar temprano sino quería ganarme un golpe de parte de la hermosa sirenita. Me quito la camisa para meterme a la piscina y empezar a calentar, nado de espaldas con toda la pereza que mi cuerpo alberga.

Pasan talvez quince minutos cuando la puerta de la piscina se abre y la linda sirenita entra por ella, ahora con un bañador color verde oscuro.

Fantástico.

Así es como le queda ese bañador.

—Ahora eres tú quien llega tarde.

—Llego a la hora perfecta. Menos mal está vez si fuiste puntual —le regalo una de mis hermosas sonrisas.

—¿Empezamos?

—Cuando tú quieras sirenita.

Niega con la cabeza, se coloca la gorra de baño haciendo un rollo con su cabello largo y castaño oscuro. Doy un respingo cuando siento el agua moverse y es porque ya ha entrado en la piscina.

—Bien, que hacemos ahora.

—Creo que empezaremos con brazadas, necesito que tus brazos se hagan más fuertes.

—Quieres que empiece hacer carrera.

Niego y sé que no le gustará mi idea. ¿Pero quién es el profesional aquí? Exacto.

Soy yo.

—¿Entonces?

—Pequeña sirenita, que tal si volvemos al principio.

Su mueca es de confusión.

—Flotaras de boca arriba. Yo te sostendré. Moverás tus brazos en brazadas para fortalecerlas más.

Y sí.

Su cara me lo dice todo. Me toma por idiota. Más de lo normal.

—Ni de coña. No soy una nena pequeña —dice enfurruñada.

—Quieres hacerlo mejor ¿O No? —me cruzó de brazos y ella bufa.

—Rápido antes de que me arrepienta y te ahogue en la piscina.

Sonrió y me acercó, paso mis brazos por debajo de su cuerpo y ella se acuesta en el agua, flotando sin problema y por si acaso yo la sujeto por debajo.

—Inicia con diez brazadas para adelante y diez para atrás. Después veremos.

Lo hace sin problema y sin ninguna queja, siendo ella.

Termina y la dejo ponerse de pie en el agua. Ambos tocamos el fondo de la piscina. Y hasta ahora puedo ver que solo le saco menos de una cabeza de diferencia. Claro, ella es la más alta de sus amigas. Aunque solo son unos centímetros entre ellas, hasta eso note y no me di cuenta.

—¿Con que seguimos?

—Estira los brazos, quiero ver qué tanta masa muscular tienes.

Dice algo entre dientes que apenas escuché. Sacude sus hombros y estira sus brazos firmemente. Siento esa onda eléctrica recorriéndome de punta a punta cuando mi mano se instala en su hombro.

Siento como sus músculos se tensan cuando paso mis manos por sus brazos. Ahogo una sonrisa, solo porque temo arruinar el momento. No me había dado cuenta lo suave que es su piel, lo frágil y hermosa qué es.

Creo que me he vuelto fan de la piel bronceada, al carajo la piel blanca. Mi nuevo gusto son las morenas. Mis mejillas están ardiendo, mi corazón palpita tan fuerte que puedo escucharlo por todo mi cuerpo. Y ahora solo temo que ella también pueda oírlo.

Me siento idiota, porque yo estoy aquí tocándola y extasiándome con su cuerpo, apunto de un colapso nervioso. Mientras ella está de lo más tranquila. Como respira con tanta tranquilidad, cuando yo he dejado de hacerlo desde el segundo en que me he acercado.

Si me desmayo ahora, no sé si será por falta de aire o por tenerla tan cerca.

—¿Seguirás analizándome por más tiempo o por fin empezaremos a entrenar?

Levantó las manos como si me hubieran atrapado y me aclaro la garganta con más fuerza de la necesaria.

—Perdón. Me... quede pensando en algo.

—No deberías desconcentrarte por pequeñeces.

Si supieras que me desconcentre por ti. ¿Quién sería el descolocado ahora?

Me encantaría ver la cara que pondrías, pero, aunque ansío ver ese espectáculo, tienes razón y solo son pequeñeces.

No tengo tiempo para esto, no puedo olvidar quién eres. Mi mayor rival —Por ahora—.

Solo eso.

Mi rival.

La competencia.

Nada.

No eres nada, solo uno más de los que pierden ante mí. ¿Sí?

Si.

Solo eso, estas aún por debajo de mí y yo solo me junto con los mejores.

—Sabes, creo que hoy no estás concentrado, deberías descansar. Yo entrenare con alguien más.

Nada hasta la orilla de la piscina y se impulsa para salir, la miro y no puedo decir nada. Toma su toalla y camina hacia la puerta de salida de la piscina, pero se detiene antes de empujarla.

—Avísame cuando estés concentrado, porque así no sirves.

Empuja la puerta y sale. Trago saliva ruidosamente, no me di cuenta cuando mi garganta quedó seca. En otras ocasiones pondría los ojos en blanco y le restaría importancia.




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