Stubborn

9. Pares impares

Desde ayer a la noche cuando Alec me trajo a mi casa después de la recaída en el gimnasio, mamá me obligó a descansar todo el día. Ya eran las tres de la tarde y yo en todo el día solo había movido la mano para alcanzar un libro y entretenerme en algo. Era estúpido todo esto, no estaba al borde de la muerte como para que ni siquiera me dejaran parar por un vaso de agua.

No me gustaba que todos hicieran las cosas por mí, me sentía inservible. Quito la almohada detrás de mí cabeza y la lanzó al suelo cuando mi espalda empieza a doler por la inclinación, escuchaba el tic tac del reloj y me jodía demasiado.

Cuando estoy entrando en mi tercera siesta del día alguien toca mi puerta y me obliga a ver en dirección a ella. Mamá toca antes de entrar y espero que la puerta se abra pero no sucede, así que me levanto personalmente a mentarle la madre a quien sea que me hizo pararme.

—¿Porque no entras? —digo al abrir la puerta, pero me detengo al verlo ahí, frente a mi habitación.

—No quería interrumpir si es que hacías algo.

—¿Alec?

—Tu mamá me dejó pasar, ella iba de salida con tu ¿Hermana? Creo que sí, la verdad no se parece mucho viéndolas bien.

—oh muchas gracias, me lo dicen a menudo.

—Eh de suponerlo ¿Puedo pasar?

—¿No te basta con ya estar dentro de mi casa?

—La verdad que no, contigo todo queda insuficiente.

Cuando la situación ya me parece lo suficientemente incomoda y rara, me hago hacia atrás para que tenga lugar donde pasar, porque sé que no se va a retractar de sus palabras y que quedaré como imbécil sin fundamentos. El duda en pasar y me hace perder la paciencia.

—Tienes casi diecinueve años, porque demonios tienes la velocidad de un viejo.

—Uy parece que alguien está de malas.

—Tú me pones así. —él sonríe de forma extraña y me arrepiento de esa frase.

—Aún faltan meses para mí cumpleaños, así que tengo solo 18. No te fijes en el futuro solo en el hoy.

—Wow que poeta.

—¿Cuándo es tu cumpleaños sirenita? —le enarco una ceja pero el parece muy seguro en su pregunta.

—diecinueve de noviembre.

—Linda fecha para nacer. —su respuesta me parece graciosa.

—¿Y tú?

—¿Ahora te interesa cuando es mi cumpleaños? —me mira de forma victoriosa.

—No. Pero no preguntarte sería descortés y podría herir tus frágiles sentimientos.

—Auch, por ti sería fuerte —cuando estoy por decirle algo el me corta— treinta de noviembre ¡Y no! No es joda, esa en verdad es mi fecha de nacimiento.

Se apresura a aclarar y sí que me ha leído la mente. Nos quedamos en un agradable silencio.

—¿Como te sientes?

—Estoy mucho mejor, solo necesitaba dormir. —Alec se sienta en la silla de escritorio y yo avanzo cautelosamente para sentarme en el filo de la cama.

—Yo tengo unos frágiles sentimientos y tú una frágil salud. A qué somos la pareja ideal.

—En tus sueños —él hace esa sonrisa en la que se muerde el labio— gracias por ayudarme en la piscina, por llevarme a la enfermería y hacerme "dormir", por esperarme y quedarte hasta que despertara para traerme a casa.

Le suelto todo eso tan rápido como puedo porque el hecho de darle las gracias a alguien más me es incómodo y no por falta de educación sino porque trato de no depender de nadie.

—O sea me estás dando las gracias por todo —él sonríe satisfecho y listo para hacer uno de sus comentarios, pero su rostro vuelve a uno neutral— No es nada sirenita, quiero pensar qué harías lo mismo por mí.

—Puede ser, si te veo realmente mal lo consideraría. Lanzaría una moneda al aire, si cae en cara lo haría, si es cruz para nada.

—Eres cruel. —el silencio nos invade de forma que sentimos un nudo en la garganta o al menos yo

—Fui muy irresponsable y no cumplí la promesa solo por no querer ayuda de segundas personas. No me disculpare por eso porque así soy yo, pero diré que trataré de no hacerlo de nuevo.

—Yo también debería disculparme, no maneje del todo bien la situación y en vez de hacer que pararas solo me di por vencido contigo y te deje. Un buen entrenador no haría eso.

—Wow, parece que nos estamos dando cuenta que no somos perfectos como creíamos. —le digo y el ríe de forma baja.

—A veces intentar alcanzar la perfección nos lleva a destruirnos —dice el viendo a la ventana.

—¿Lo dices por experiencia?

—Si, cuando tenía como trece años, estaba por entrar a un buen equipo de nadadores, quería ser el mejor por sobre todos. Pero me hice daño en los tendones. Quedó como una lesión y creo que todos los atletas siempre pensamos lo mismo cuando es una lesión.

—Es mejor que se rompa a que se lesione —hablo en voz alta y el asiente— una fractura se recupera, una lesión se queda.

—Pensé que me quedaría estancado para siempre en eso. El tendón era un conector de la pierna y el pie. Su centro, el tobillo, esa lesión se convirtió en algo más grave hasta que terminó por romperse.




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