Stubborn

Epilogo

Era cierto, toda mi vida viví de prisa. Solo pensando en el mañana, aunque estaba en el hoy. Yo no quería desperdiciar ni un solo segundo, creía que cada décima de tiempo era crucial para tener éxito. No quise tener más amigos porque eso solo significaba dar más de mi tiempo, nunca me esforcé en hacer mejores relaciones.

Me conforme con las pocas personas que entendieron mi ritmo de vida y aun así, decidieron quedarse sin pedir nada a cambio. Yo prefería la calidad antes que la cantidad, los números solo me importaban cuando era una competencia. Ser el primero; significaba ser el mejor. Ser el segundo; solo significaba que no diste todo lo que eras.

Pase parte de mi adolescencia concentrada en dar todo lo que yo era, para obtener todo lo que yo quería. Las medallas, los logros y los triunfos llenaban el vacío de mis emociones. Nunca me cansaba de lo mismo; nadar, ganar y seguir. Pero lo conocí a el, ese obstáculo que me llegó sin aviso, que me hizo ir de cero a cien en un parpadeo.

Que me hizo probar cosas nuevas y amar las antiguas. Que logró destrozarme y me ayudó a reconstruirme. El me hizo nadar en el océano más bravío de la vida para hacernos fuertes, porque el que es duro, verdaderamente es débil. Pero el que es valiente, es fuerte. Con el no quise caminar ni adelante ni atrás, solo a su lado. Al mismo ritmo y lo más lento que pudiéramos para que el tiempo juntos nunca terminara.

La vida nos cobró muchas cosas, nos sacudió y por momentos nos dejó rotos. Pidiendo perdón de rodillas, porque solo así estábamos a la altura de poder seguir ante algo que era inminente. Llore, patalee y grité tan fuerte cuando el dolor mental fue más grande que yo. Quise dejar de intentarlo cuando el dolor físico sobrepasó mi capacidad de resistirlo. Lo reconozco; hubo momentos verdaderamente difíciles que me hicieron dudar si yo era lo suficiente para poder con ellos.

A veces me cuesta mucho rememorar todas las vivencias duras de los años pasados, sin derramar alguna lágrima. Pero entendí que el que llora no es débil, sino que es fuerte porque admite que es humano y hay cosas que lo asustan. La prueba más dura que la vida me ha puesto, fue el enfrentarme a mí misma. Ver mis miedos y vencerlos, porque había tanto peso en mis hombros que no podía moverme sin sentir dolor. Aunque todo eso no me correspondía, pero yo quería llevarlo.

Alec y yo, logramos sanar muchas heridas que las circunstancias nos abrieron, nos apoyamos hombro con hombro y salimos ganadores de todo eso. Los años no se han detenido.

Luchamos mucho, llegamos a hacer realidad muchos de nuestros sueños, ganamos en París, no conformes. Nos hicimos notar en los juegos Olímpicos en Brasil y cumplimos con llevarnos el trofeo a casa. Decidimos quedarnos juntos en un país que confiaba en nosotros a pesar de que queríamos seguir a las personas que confiaron en nosotros antes que todos.

Crecimos, maduramos, soñamos y lo realizamos. Empezamos este viaje de idas y venidas de sentimientos, siendo simples jóvenes inmaduros que no sobrepasaban los dieciocho años. Pero ahora cada quien se hacía cargo de su propio mundo. La hora de crecer nos había llegado. Con veintidós años, aún había miles de cosas que nos asustaba y nos daban tanto miedo, pero envés de dar la vuelta y abandonar, nos dimos cuenta que si nos tomábamos la mano y saltábamos al vacío junto con los miedos. Nunca íbamos a perder, juntos podíamos con mucho más. Porque ya habíamos pasado por mucho más y salimos ilesos.

Pero a pesar de que los años han pasado y somos más maduros y mejores pensadores que antes, seguimos cometiendo errores, aunque ahora sabemos que es parte de ser humanos. Termino de leer la última línea del escrito de Andra, me ha dejado con las lágrimas intentando asfixiarme. Se lo entrego y no dejo de mirarla, ella se mira tan calmada. Aunque por dentro sé que está igual de conmocionada que yo.

—¿Es lo suficientemente bueno para ti? —Me mira soltando un suspiro cansado.

—¿Bromeas? Estoy sin palabras, ser escritora de queda bien. —una sombra de sonrisa es lo que recibo de su parte.

—¿Aun cuando no soy buena con las personas y menos con las relaciones?

—Aun con eso. No pensé que todo esté tiempo estuvieras haciendo esto y que nunca me lo hayas contado.

—Se que no soy buena empezando cosas y menos terminándolas, suelo dejarlas a medias la mayoría de veces, pero esta vez quería llegar hasta lo último. Gracias por confiar en mí.

—Y como no hacerlo, a pesar de todo nunca me has decepcionado. Empezaste a escribir esto hace cuatro años, cuando recién conocí a Alec ¡Es una locura! Una muy agradable.

—Tu siempre dices que estoy loca. Pero no es la locura más grande que he hecho. ¿Quieres saber cuál sí?

—Claro.

—Voy a presentar este escrito a una editorial. Tienen una convocatoria, no sé si gane, pero quiero intentarlo.

—Aun si no quedas en esa editorial, ya habrás ganado para mí, Andra. Y gracias.

Me levanto para abrazarla tan fuerte. Ya no podía estar con ella todos los días, porque cada uno decidió un camino diferente, pero eso no nos separaría nunca. Los chicos entran a la sala, Aron ayuda a Alec con las maletas.

—¿Vamos sirenita? Debemos volver a casa.

—Claro. —caminamos hacia la puerta, en el fondo de la sala Andra y Aron nos despiden— Nos veremos una próxima vez ¿Cierto?




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