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Prólogo

El agente García examinó con determinación el cuerpo del hombre que se hallaba tirado en el suelo

El agente García examinó con determinación el cuerpo del hombre que se hallaba tirado en el suelo. En su cuerpo se podía divisar dos balas: una en el corazón y otra en la cabeza. Había sido un tiro limpio y certero. Eso le dio a entender al agente García que quien había hecho eso había sido un profesional. No había pruebas que incriminaran a nadie; todo estaba limpio, demasiado limpio. Si no fuera por el cuerpo que yacía en el suelo, no se podría haber imaginado que se había producido un asesinato.

El agente López, su leal compañero, estaba hablando con los porteros de la discoteca donde se había producido el asesinato. Nadie había visto nada extraño, ni siquiera las cámaras habían detectado nada. Al parecer, según le había dicho uno de sus tantos compañeros, las cámaras habían sido hackeadas y borradas, con la esperanza de no hallar al culpable.

—¿No vio a nadie sospechoso? ¿Alguien que llamara la atención? —el agente García no pudo evitar escuchar la conversación que estaba teniendo su compañero con el personal de seguridad.

Antón estaba escuchando con determinación lo que el agente le estaba diciendo. Él sabía cosas, pero prefería callar. Era mejor no mencionarlas, era mejor no decir nada de ellas si no quería acabar como aquel tipo. Ellas habían sido la causa de todos estos problemas. Cuando entraron, Antón supo que no podía traer nada bueno. Se podía percibir las intenciones de aquellas mujeres.

—No, nadie en particular. Como comprenderá, este local es muy frecuentado por muchas personas. No sería capaz de deciros quién podía haber sido un posible culpable —mintió. Claro que sabía quién había sido. Lo supo desde el momento en que la vio entrar con aquellas mujeres.

—¿Tenía enemigos el señor Thompson? ¿Alguien que le quisiera hacer daño? —el agente López estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba.

A pesar de ser uno de los más jóvenes, había momentos en los que su trabajo le agobiaba. Enseguida captaba a los mentirosos, y supo inmediatamente que aquel tipo le estaba mintiendo. Solo había que ver su expresión, la forma que tenía de mover los ojos para todos lados. Él conocía al culpable, pero se estaba negando a decírselo, quizás porque podía ser un pez gordo, alguien peligroso.

—¿El señor Thompson? La pregunta sería ¿tenía amigos? Todos sabían a qué se dedicaba el señor Thompson. No era un misterio. Era un ser despreciable. Es normal que continuamente estuviera rodeado de enemigos —se mofó Antón al recordar las barbaridades que había hecho ese tipo a mujeres y los negocios que tenía.

El agente García escuchaba con determinación toda la conversación. En cierta manera, era cierto que el señor Thompson era bien conocido por los negocios que había llevado a cabo. La policía había estado detrás de él por muchos años, pero nunca hallaban las pruebas para poder incriminarlo, y si lo hacían, desaparecían de la noche a la mañana. Había sido un dolor de cabeza, y más, que él había tenido que ir en innumerables ocasiones a apresarlo por sospechas y chivatazos que les había dado. No podía negar el agente García que estaba enormemente aliviado al saber que ese ser estaba muerto, aunque, por desgracia, tenía que hacer su papel e intentar encontrar al asesino de este miserable.

—¿Conoces a alguien que estaba en esa discoteca? Alguien que conociera bien al señor Thompson —insistió el agente López, agotado.

—Conozco a una persona. Era una persona que estaba muy cerca de él, pero como comprenderá, todos los que rodeaban a ese tipo no eran precisamente buenos ciudadanos.

—Me puede decir el nombre —se apresuró a decir el agente García, desesperado por largarse de ese sitio e irse a casa, donde le esperaba su hija Lena.

—Lex —Antón se maldijo a sí mismo por haber dicho ese nombre: —¿Tiene apellido ese tal Lex? —dijo el agente López con la poca paciencia que le quedaba.

—Sí, Lex Thompson, su hijo. Él sabe todo lo que quieran saber del señor Thompson y de quién puede ser su asesino.

—Muchas gracias. Que pase un buen día —se despidieron los dos agentes.

Ya lejos de aquel tipo, se miraron entre ellos. Había cierta conexión en ambos; eran compañeros y tenían la misma edad, lo que ayudaba a que se relacionaran más entre ellos.

—¿Vamos a ir por ese Lex Thompson? —preguntó el agente López, estirándose.

—Sí, tenemos que hacerlo, ¿no?

Ambos se subieron al coche patrulla y se dirigieron a la casa del principal sospechoso.




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