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Capítulo 1

DOS MES ANTES DEL ASESINATO

DOS MES ANTES DEL ASESINATO

LUNES 10/09/2023

HORA: 8:30 DE LA MAÑANA

LUGAR: INSTITUTO PÚBLICO DE MADRID

Eíra contemplaba con pavor las hojas que tenía en las manos. Arrepentida de todo lo que había hecho, se preguntó varias veces qué le había impulsado a abandonar su casa en Barcelona y buscar asilo en Madrid. Haciendo memoria, recordó lo que le hizo su exesposo, el culpable de que en esos momentos se hallara en esas circunstancias. Muchas veces se preguntaba qué habría pasado si no hubiera salido antes de trabajar, si hubiera avisado antes de entrar a la casa; posiblemente no se habría encontrado a su esposo en su cama junto con la que había considerado su mejor amiga.

Aún recordaba el dolor que sintió, la angustia, y cómo su mundo poco a poco cayó en ese instante. Se intentó mentalizar durante varios días de que eso no había pasado, de que se lo había imaginado, pero supo inmediatamente que era verdad cuando se vio a sí misma cogiendo la ropa de su marido, lanzándosela, dejándole las maletas en la puerta y también a ella, cogiendo su portátil y buscando billetes de tren hacia Madrid.

No lo pensó muy bien, pues en esos momentos, Eíra se encontraba en un motel de mala muerte, oyendo cosas extrañas de las habitaciones y llorando por las noches al recordar su matrimonio fallido. Había sido una ingenua pensando que Edu era el hombre de su vida. Se había cegado por la inteligencia de aquel hombre. Como gran empresario, había cautivado a una joven Eíra que creía que el amor todo lo podía. Estuvieron de novios durante muy poco tiempo, quizás unos seis meses. "Había sido un flechazo", se decía continuamente. "Es el amor de mi vida, es mi alma gemela", se mentía constantemente. No tardó en irse a la casa de sus padres. Ellos les advirtieron que era una locura, que apenas lo conocía, que no podía irse sin saber cómo era esa persona, pero a Eíra le daba igual: "¿Cómo pueden pensar eso de Edu? ¡Es tan bueno, tan guapo!" Pero solo ella lo veía de ese modo.

Todos sabían que Edu no era un hombre de una relación estable; había tenido múltiples parejas, y todas habían acabado por lo mismo: porque se había acostado con otra persona. Pero Eíra no lo veía de ese modo. Para ella, él era el hombre que amaba y que nunca le haría eso. Cuando salía ese tema de conversación, Eíra decía continuamente: "Ya no hace eso, ya no hace eso porque me quiere". Ahora, al recordar todo eso, se sentía estúpida.

Es cierto que Eíra había logrado lo que ninguna de las múltiples amantes de su exmarido había conseguido: casarse. Edu odiaba el matrimonio, decía que era una pérdida de tiempo, que al fin y al cabo solo era un papel. Pero en su aniversario, cuando cumplieron un año, Edu la llevó a un restaurante hermoso, se pusieron sus mejores galas y disfrutaron de una agradable velada. No fue hasta que, de repente, Edu se puso delante de Eíra y le pidió matrimonio. Ingenua y enamorada, aceptó, sin saber todo lo que pasaría después de cinco años.

Lo primero que tuvo que intuir es que ya no la quería como antes. Las noches que habían pasado anteriormente, cargadas de pasión, se volvieron monótonas y aburridas. A pesar de que Eíra hizo todo lo que pudo, e incluso más, por intentar mejorar la relación, no se dio cuenta de que al hacer eso se perdió a sí misma por el camino. Se esmeró en quedar perfecta, en recuperar la llama de la pasión. Lo había amado tanto que le dio igual todo, solo quería hacerlo feliz. Así de patética se sentía Eíra. Creía que estaba viviendo un cuento de hadas, cuando en realidad estaba viviendo una ilusión que iba a durar poco.

—Venga, Eíra, tú puedes —se mentalizó ella misma. Miró con determinación las escaleras de piedra que le llevaban hasta la gran puerta de color rojiza, donde podía ver cómo jóvenes de trece años bajaban de manera estruendosa con sus risas.

Eíra ladeó la cabeza de manera disimulada. Aunque le encantaba su trabajo, aún le costaba hacer ciertas cosas que sabía que tenía que mejorar. No es que Eíra tuviera la mejor autoestima del mundo, pero siempre intentaba confiar en ella misma, en demostrar que podía con todo, a pesar de que había veces en que la situación le superaba. Lo que más le costaba a Eíra era presentarse delante de todos. Estaba acostumbrada a dar clases, sí, pero cuando tenía que hacer la primera toma de contacto, le costaba, le atemorizaba. Además, sabía de primera mano lo crueles que podían ser.

Después de darle muchas vueltas y mirarse el reloj de manera compulsiva, no dudó en subir las escaleras de piedra. Todos los alumnos miraban impactados ante la nueva profesora.

Nadie podía decir que era profesora; su aspecto era similar al de una alumna de instituto. Su cabello cobrizo largo llegaba hasta la mitad de la espalda. Su cuerpo era extremadamente menudo y sus ojos eran grandes, de color marrón, con largas pestañas. Era una mezcla extraña. Eíra siempre había sufrido bullying por su aspecto; los insultos estaban al orden del día. Aún así, ella salió adelante; no se dejó pisotear. Podía ser muchas cosas, demasiadas, pero sabía cómo poner a la gente en su sitio. Era una mujer de armas tomar, aunque no lo hubiera hecho con su marido

"Si lo llegaba a saber, le tiraba la maleta a la cabeza. ¿Cuánto me caería por eso? Debería preguntárselo a Arizona", ladeó la cabeza.

Lo bueno que tenía el haber venido a Madrid era la compañía de su mejor amiga, Arizona. Ambas se habían conocido en la universidad, aunque cursaban diferentes especialidades. Eíra se quiso dedicar al magisterio, mientras que Arizona optó por derecho. Eíra recuerda la primera vez que la conoció: era una hermosa afroamericana, con un cuerpo curvy que había sido la envidia de Eíra en antaño. Su cabello negro y rizado, y sus ojos de ese hermoso color avellana; sinceramente, para Eíra era la chica más guapa que había conocido.




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