Stuck

Capítulo 1

DOS MES ANTES DEL ASESINATO

DOS MESES ANTES DEL ASESINATO

Hora: 8:30 de la mañana
Lugar: Instituto público de Madrid

Eíra contemplaba con pavor las hojas que tenía en las manos. Arrepentida de todo lo que había hecho, se preguntaba una y otra vez qué la había impulsado a abandonar su casa en Barcelona y buscar refugio en Madrid. Al hacer memoria, recordaba lo que le hizo su exmarido, el verdadero culpable de que en ese momento se hallara en esas circunstancias.

Muchas veces se había preguntado qué habría pasado si no hubiera salido antes de trabajar, si hubiera avisado antes de entrar a la casa. Tal vez no se habría encontrado a su marido en su cama junto con la que había considerado su mejor amiga.

Todavía recordaba el dolor, la angustia y cómo su mundo se derrumbó en un instante. Durante días intentó convencerse de que todo había sido una pesadilla, de que se lo había imaginado. Pero la verdad se impuso cuando se vio a sí misma recogiendo su ropa, tomando su portátil y comprando billetes de tren hacia Madrid.

Se escabulló en plena noche. No quería desesperarlo. Era mejor así. Recordaba las estrellas en el cielo, la luna iluminando la oscuridad, ella caminando casi a la carrera por las calles desiertas, arrastrando su maleta, mirando continuamente hacia atrás y rezando para que Edu no la encontrara.

No lo pensó demasiado. Y ahí estaba ahora: en un motel de mala muerte, oyendo ruidos extraños en las habitaciones contiguas y llorando cada noche al recordar su matrimonio fallido.

Había sido ingenua al creer que Edu era el hombre de su vida. Se había cegado con su inteligencia, con su carisma de gran empresario. Había cautivado a una joven Eíra que todavía creía que el amor todo lo podía. Apenas estuvieron de novios seis meses. Había sido un flechazo, se repetía. Es el amor de mi vida, mi alma gemela, se mentía una y otra vez.

No tardó en mudarse a la casa de él. Sus padres le advirtieron que era una locura, que apenas lo conocía, que no podía irse sin saber quién era realmente. Pero a Eíra no le importaba. ¿Cómo podían pensar eso de Edu? ¡Era tan bueno, tan guapo! Solo ella lo veía de ese modo.

Todos sabían que Edu no era un hombre de relaciones estables; había tenido múltiples parejas, y todas terminaron igual: porque se acostaba con otra persona. Pero Eíra no lo veía así. Para ella, él era el hombre que amaba y que jamás le haría eso.

Cuando surgía ese tema, respondía siempre lo mismo: Ya no hace eso. Ya no hace eso porque me quiere. Ahora, al recordarlo, se sentía estúpida.

Es cierto que Eíra había logrado lo que ninguna de las amantes de su exmarido consiguió: casarse. Edu odiaba el matrimonio; decía que era una pérdida de tiempo, que al fin y al cabo solo era un papel. Sin embargo, en su aniversario, cuando cumplieron un año, la llevó a un restaurante hermoso. Se vistieron con sus mejores galas y disfrutaron de una velada encantadora.

De repente, Edu se levantó frente a ella y le pidió matrimonio. Ingenua y enamorada, aceptó, sin imaginar todo lo que sucedería en los siguientes cinco años.

Pronto notó que ya no la quería como antes. Las noches cargadas de pasión se volvieron monótonas y aburridas. A pesar de todos sus esfuerzos por salvar la relación, Eíra no se dio cuenta de que, en el proceso, se había perdido a sí misma. Se empeñó en ser perfecta, en recuperar la llama, en hacer todo por él. Lo amaba tanto que dejó de importarle todo lo demás. Así de patética se sentía.

Creía vivir un cuento de hadas, cuando en realidad estaba atrapada en una ilusión destinada a romperse.

—Venga, Eíra, tú puedes —se mentalizó.

Miró con determinación las escaleras de piedra que la llevaban a la gran puerta rojiza, por donde jóvenes de trece años bajaban entre risas estruendosas.

Aunque adoraba su trabajo, aún le costaba superar ciertos miedos. No tenía la mejor autoestima del mundo, pero intentaba confiar en sí misma y demostrar que podía con todo, aunque a veces la situación la superara. Lo que más le aterrorizaba era el primer contacto. Estaba acostumbrada a dar clases, sí, pero presentarse ante un grupo siempre la ponía nerviosa. Sabía de primera mano lo crueles que podían llegar a ser los adolescentes.

Después de darle demasiadas vueltas y mirar compulsivamente el reloj, subió las escaleras. Los alumnos la miraban sorprendidos.

Nadie hubiera dicho que era profesora; parecía una alumna más. Su cabello cobrizo caía hasta la mitad de la espalda, su cuerpo era menudo y sus ojos marrones grandes estaban enmarcados por largas pestañas. Una mezcla extraña.

Siempre había sufrido bullying por su aspecto. Los insultos habían estado a la orden del día. Y, aun así, había salido adelante. No se dejó pisotear. Podía ser muchas cosas, demasiadas, pero sabía poner a la gente en su sitio. Era una mujer de armas tomar... aunque no lo hubiera hecho con su marido.

Si lo llego a saber, le tiro la maleta a la cabeza. ¿Cuánto me caería por eso? Debería preguntárselo a Arizona, pensó con ironía.

Lo mejor de mudarse a Madrid había sido reencontrarse con su mejor amiga, Arizona. Se conocieron en la universidad, aunque estudiaban carreras distintas: Eíra eligió Magisterio y Arizona, Derecho.

Recordaba perfectamente la primera vez que la vio: una hermosa afroamericana, curvy, con un cabello negro y rizado y unos ojos avellana que la dejaron impresionada. Para Eíra, era la chica más guapa que había conocido.

No tardaron en hacerse amigas. Perdidas en los pasillos de la facultad, terminaron en una cafetería, tomando café y hablando sin parar.




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