Stuck

Capítulo 2

DOS MES ANTES DEL ASESINATO

DOS MESES ANTES DEL ASESINATO

Hora: 22:00
Lugar: Cafetería Dream (Madrid)

—¡Le estaba cogiendo del cuello! ¿Te lo puedes creer? No sé quiénes son sus padres, pero yo no podría estar tranquila con un hijo como él —Eíra alzaba las manos de forma exagerada mientras Arizona reía, divertida al verla gesticular.

Algo que siempre le había gustado de ella era precisamente eso: su manera tan expresiva de contar las cosas. A veces, Arizona tenía que contenerse para no soltar la carcajada ante el teatro que le montaba. Desde que la conoció, supo que se llevarían bien.

Eíra siempre había sido sencilla, nada extravagante, más de pasar horas entre páginas que de salir de fiesta. Arizona, en cambio, era todo lo opuesto: universitaria fiestera, amante de la música, de moverse, de sentirse observada, deseada, libre.

Al principio chocaron por esas diferencias, pero con el tiempo ambas se influenciaron de manera positiva. Arizona dejó de salir tanto y, en ocasiones, se quedaba en la residencia con una pizza fría, viendo películas malas con Eíra y riéndose a carcajadas hasta que los vecinos del pasillo golpeaban la puerta para pedirles que bajaran el ruido.

Por su parte, Arizona también arrastró a Eíra a innumerables fiestas, pese a sus quejas. Siempre habían sido las dos contra el mundo. Hasta que, en una de esas fiestas, Arizona tuvo la brillante idea de presentarle a Eduardo... y con eso se mascó la tragedia. Aun así, nunca dejó de agradecer todos los momentos que compartieron.

—¡Es que va de Miss Simpatía, la zorra! ¿Sabes qué ha hecho? ¡Me ha sonreído falsamente! Como si pensara que no me iba a dar cuenta —Arizona volvió a reír al ver cómo Eíra bebía de un trago la cerveza de la mesa.

—¿No crees que exageras un poco? —se burló, aunque adoraba escucharla cuando le contaba sus cotilleos.

—No, no exagero, Az. Tú no viste lo que yo vi. Ese muchacho estaba endemoniado. Parecía que iba a asesinar al pobre chico al que sostenía del cuello. Eso no era un simple arranque de ira, no, señora, era algo más. Creo que lo hacía con premeditación, no guiado por un impulso. No quiero imaginar qué habría pasado si no hubiéramos escuchado el estruendo y corrido hacia allí —masculló Eíra, con un dejo de tristeza.

Todavía tenía grabado en la mente el rostro del muchacho: el dolor, el sufrimiento, la desesperación por zafarse del agarre del otro. Horrible, pensó. Algo que ojalá nunca hubiera visto.

Arizona notó cómo se le transformaba el semblante. Estaba más pálida, con la mirada perdida en un punto fijo. Supo que lo que había presenciado le había impactado mucho más de lo que admitía, y prefirió no imaginar lo fuerte que debió ser la escena si incluso Eíra se encontraba así.

—No sé, Az... creo que ese muchacho debería estar encerrado. Casi comete un delito. ¿Y sabes qué es lo peor? Que la directora no hizo absolutamente nada. Se quedó paralizada, observando, sin moverse, como si no pudiera asimilar lo que estaba viendo... También pude ver miedo en sus ojos. Sí. Por desgracia, conozco demasiado bien esa mirada de terror —Eíra bajó la voz al pronunciar esa última frase, mientras un nudo de emociones se apoderaba de ella.

Ella había experimentado el verdadero terror; Edu se había encargado de hacérselo sentir. Quizá, pensó, él ya le enviaba señales que entonces no supo reconocer.

Arizona permaneció en silencio al ver el rostro de horror de su amiga. Nunca había querido presionarla con preguntas sobre lo sucedido con Edu, ni sobre los motivos exactos que la llevaron a abandonar de aquella forma la casa que compartían. Lo único que supo fue cuando Eíra le aseguró que, en poco tiempo, estaría en Madrid. Al principio pensó que era una broma o que vendría de vacaciones con él, pero cuando apareció en la puerta de su casa, comprendió que algo muy grave debía haber ocurrido.

Arizona lo había intuido desde el primer momento en que conoció a Edu. Recordaba perfectamente aquella noche de fiesta: ambas estaban preciosas, sonrientes, listas para comerse el mundo. Eran dos jóvenes que recién empezaban a vivir, sin preocupaciones. Un amigo de Arizona las había invitado a celebrar el cumpleaños de uno de sus compañeros de piso. Al inicio, Eíra no quería ir; prefería quedarse en casa. Y si Arizona hubiera sabido lo que vendría después, la habría obligado a ponerse el pijama y se habría asegurado de que no saliera.

Aun así, la convenció. Se arreglaron con entusiasmo, se llevaron una botella de su bebida favorita y, entre risas, subieron a un taxi rumbo a la fiesta. En esa época, Arizona estaba enredada con uno de los compañeros del piso, y nada más llegar se apresuró a buscarlo entre la gente. Lo encontró en la barra, y allí estaba también él: Edu.

Era atractivo, de esos que acaparan miradas. Cabello castaño corto, ojos avellana que podían hacer suspirar, cuerpo atlético y brazos cubiertos de tatuajes.

Arizona no era ingenua; algo en su interior le gritaba que ese tipo no era trigo limpio. Todo su instinto le decía que debía llevarse a su amiga lejos, para mantenerla fuera de su alcance. Pero fue tonta, demasiado tonta. Pensó que sería una aventura pasajera, una noche divertida y nada más. La química entre ellos era evidente: las sonrisas cómplices, el rubor en las mejillas de Eíra.

Al parecer, alguien va a tener una noche entretenida, pensó Arizona, bebiendo un sorbo para ocultar la sonrisa.

Pero no fue solo una noche. Fue más.

Desde el principio la relación le pareció extraña. Eíra se comportaba de forma distinta cuando él estaba cerca. Al inicio eran sonrisas que Arizona reconocía como falsas, porque su amiga nunca había sabido mentir. Sin embargo, con los años, esas sonrisas la hicieron dudar. Llegó a cuestionarse si de verdad estaba bien, si Edu la trataba como debía. Pero la inquietud nunca desapareció; esa sensación persistente de que algo estaba mal, aunque no pudiera nombrarlo, siempre volvía.




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