DOS MES ANTES DEL ASESINATO
LUNES 10/09/2023
HORA: 22:00 DE LA NOCHE
LUGAR: CAFETERÍA: DREAM (MADRID)
-¡LE ESTABA COGIENDO DEL CUELLO! ¿Te lo puedes creer? No sé quiénes son sus padres, pero yo no podría estar tranquila con un hijo como él -Arizona se reía al ver cómo su buena amiga Eíra alzaba las manos de manera exagerada.
Algo que siempre le había gustado de ella es que siempre se expresaba de la misma manera. Era tan expresiva que, muchas veces, Arizona tenía que aguantar la risa al ver el teatro que le estaba montando. Cuando la conoció, inmediatamente supo que se llevarían bien. Eíra había sido una muchacha sencilla, nada extravagante, a la que le gustaba más pasar las horas entre páginas que de fiesta. Arizona, en cambio, había sido todo lo contrario. En su juventud, cuando iba a la universidad, recordaba continuamente las fiestas a las que acudía con frecuencia. Adoraba la música, mover el cuerpo, sentirse deseada, observada, sentirse libre.
Era algo con lo que al principio Eíra y ella chocaban a menudo, pero con el paso del tiempo, ambas, en cierta manera, influenciaron de manera positiva una a la otra. Arizona dejó de salir tanto y a veces se quedaba en la habitación de la residencia con una pizza fría mientras veía una película con Eíra. La mayoría solían ser malas, y recordaba con agrado las risas continuas que resonaban con fuerza por la habitación, hasta el punto de que varias personas que compartían el mismo pasillo que ellas aporreaban la puerta y les pedían amablemente que dejaran de hacer tanto ruido.
Por el contrario, Arizona había arrastrado en innumerables ocasiones a Eíra a fiestas, a pesar de sus quejas. Siempre habían sido las dos juntas contra el mundo, hasta que, por desgracia, en una fiesta, Arizona tuvo la brillante idea de presentarle a Eduardo a Eíra y ya, solo se mascó la tragedia. Aún así, Arizona agradecía todos los momentos vividos con ella.
-Es que va de miss simpatía, la zorra. ¿Sabes qué ha hecho? ¡Me ha sonreído falsamente! Como si pensara que no me iba a dar cuenta -Arizona volvió a reír y observó cómo Eíra bebía rápidamente la cerveza que tenía en su mesa.
-¿No crees que estás exagerando un poco? -se burló Arizona, aunque en cierta manera, adoraba que le contara los cotilleos en los que se metía.
-No, no estoy exagerando, Az. Tú no sabes lo que vi. Ese muchacho estaba endemoniado, parecía que iba a asesinar al pobre chico que sostenía del cuello. Eso no era un arranque de ira, no señora, era algo más. Creo que lo estaba haciendo de manera premeditada, no guiado por sus sentimientos. No me quiero imaginar qué hubiera pasado si no hubiéramos oído ese estruendo y no hubiéramos acudido hacia donde estaban ellos -masculló Eíra apenada.
Eíra aún recordaba en su mente el rostro del muchacho: veía el dolor, el sufrimiento, y cómo intentaba zafarse del agarre del otro. Fue horroroso, pensó Eíra, algo que sinceramente no me hubiera gustado presenciar, se dijo a sí misma.
Arizona notó cómo se le había transformado la cara a Eíra. Veía que estaba más pálida y que sus ojos estaban fijos en un punto muerto. Arizona supo que lo que había visto le había impactado más de lo que quería admitir. No se quiso imaginar cómo debió ser la escena si Eíra se encontraba de ese modo.
-No sé, Az, creo que ese muchacho debería estar encerrado. Casi comete un delito, ¿y sabes lo que es peor? Que la directora no ha hecho absolutamente nada. Se ha quedado parada, observando la escena, sin moverse, como si no pudiera asimilar lo que estaba viendo... También pude ver miedo en sus ojos, sí, por desgracia conozco esa mirada de terror -Eíra bajó la voz en la última frase, sintió cómo un nudo de emociones se apoderaba de ella.
Ella había experimentado el verdadero terror; se había encargado de hacerlo, quizás Edu le estaba mandando señales que, en esos momentos, Eíra no había contemplado.
Arizona se mantuvo callada al contemplar la cara de horror de su amiga. No había querido hacerle muchas preguntas en relación con lo sucedido con Edu, ni qué había pasado para que se hubiera ido de esa manera de su casa, la que compartía con su exmarido. Arizona supo que algo había ocurrido cuando Eíra le aseguró que, dentro de nada, estaría en Madrid. Al principio pensó que era una broma o que al menos iba a venir de vacaciones con Edu, pero, cuando Eíra se presentó en la casa de Arizona, supo que algo no podía ir bien.
Arizona lo supo desde el minuto uno que conoció a Edu. Recordaba la noche que salieron de fiesta, las dos estaban preciosas, sonrientes, preparadas para comerse el mundo. Eran dos jóvenes que disfrutaban de la vida, que no tenían preocupaciones, que estaban empezando a vivir. Un amigo de Arizona las invitó a la fiesta que organizaba para celebrar el cumpleaños de uno de sus compañeros de piso. Al principio, Eíra no quería ir, se quería quedar en casa. Si Arizona hubiera sabido todo lo que pasaría después, sin duda, le hubiera colocado ella misma el pijama a Eíra y la habría encerrado en su cuarto para que no fuera y no conociera a ese indeseable.
Aún así, Arizona consiguió convencer a Eíra, las dos estaban listas. Cogieron una botella de su bebida favorita y la depositaron en el vaso que tenían escondido. Estaban radiantes, sonrientes, con ganas de salir. Cogieron un taxi y no tardaron en aparecer por la fiesta. Por esa época, Arizona estaba teniendo cierta aventura con uno de los compañeros de aquel sitio, por lo que, como era de esperar, se apresuró a buscarlo con la mirada. Cogió a Eíra del brazo y la arrastró hacia la barra donde estaba el chico que, en ese entonces, le volvía loca, y ahí estaba, Edu. Era un chico atractivo, de esos que llaman la atención. Su cabello era corto y castaño, y tenía unos hermosos ojos avellana que hacían suspirar a cualquiera. Su cuerpo era atlético y sus brazos estaban llenos de tatuajes.