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Capítulo 5

UNA SEMANA DESPUÉS DEL ASESINATO

UNA SEMANA DESPUÉS DEL ASESINATO

LUNES: 10:00 DE LA MAÑANA

LUGAR: CASA DE ARIZONA

Los agentes López y García contemplaron la impresionante casa que se alzaba ante ellos. Después de obtener muchos permisos y finalmente contactar con Arizona, habían quedado con la abogada para hacerle una serie de preguntas. Las preguntas realizadas en el primer interrogatorio no fueron suficientes para obtener la información que deseaban. Había algo en los dos agentes que les decía que Arizona ocultaba algo. Quizás era simplemente la absurda fantasía de encontrar a alguien y dar por cerrado el caso, pero habían notado ciertas discrepancias entre las versiones proporcionadas por las cuatro chicas.

Inicialmente, habían considerado que eran inocentes, demasiado normales para cometer una atrocidad de ese grado. Sin embargo, después de presenciar cosas inesperadas, no querían dar las cosas por sentadas, especialmente cuando ellas podrían ser las posibles culpables. La historia contada por la acusada Greta las incriminaba en todo el proceso del asesinato de Tom Thompson. Había enemistad entre ellas, eso lo habían percibido. Aunque era algo extraño, ya que la señorita Eíra había asegurado que eso no era así, que se llevaba bien con la acusada y que no tenía razones para estar enemistadas hasta el punto de matar a su marido y meterla a ella en la cárcel.

Si eso era cierto, era aún más evidente que debían interrogar nuevamente a Arizona. Como mejor amiga y abogada de Eíra, tenía todas las papeletas para ser sospechosa de ocultar el delito. Si eso era verdad, acarrearía serios problemas y posiblemente le quitaría la licencia de derecho, impidiéndole ejercer más. Pero tenían que ser claros y tener pruebas detalladas antes de lanzarse a una aventura de ese estilo. Si acusaban a las dos señoritas y después resultaba que eran inocentes, perderían su licencia como agentes y podrían enfrentarse a una denuncia acompañada de una suma generosa de dinero. No estaban dispuestos a arriesgarse a eso, por eso habían manejado los interrogatorios de las chicas con pinzas y habían recopilado una serie de posibles pruebas para desenmascarar a las delincuentes en caso de ser ellas.

Con paso decidido, los agentes caminaron sin apresurarse por el camino de piedra que llevaba a la casa de dos pisos. Era bastante bonita, con paredes de ladrillo blanco, escaleras negras y ventanas en forma de arco que permitían ver el interior del hogar. Había una chimenea en el tejado, de color negro, y alrededor había un pequeño jardín donde se cultivaban diversas verduras, lo que le daba un aspecto natural a la casa. Arizona se había lucido con ella. Había destacado en los exámenes finales de la universidad y se había graduado con honores. Fue la primera de su promoción en conseguir prácticas en una importante empresa de abogados, donde actualmente trabajaba, escalando así en una buena posición que la convertía en una de las mejores abogadas de todo Madrid. Había llevado casos de personas famosas, logrando que salieran libres sin antecedentes. Su tasa de pérdidas en juicios era escasa, por no decir inexistente. Sin duda, para los agentes era una persona con un importante poder adquisitivo y social.

Razón de más para darse cuenta de que, sin duda, ella había podido actuar como abogada de gente de gran economía como podría haber sido el señor Thompson, que, sin duda, no tenía problemas en lo que al dinero se refiere. Claro está, los agentes sabían a qué tipo de chanchullos se había adentrado para obtener así el dinero.

—La casa no está nada mal —silbó el agente López, impresionado por la casa:—¿Qué esperabas de una de las mejores abogadas de Madrid? En mi opinión, es bastante humilde en comparación con lo que podía haberse esperado —dijo el agente García, extrañado.

Con determinación, ambos llamaron a la puerta y esperaron unos segundos hasta que esta se abrió, dando paso a la imagen de la señorita Eíra. El agente López la examinó de arriba abajo. Su cabello color cobrizo estaba recogido en una larga trenza, y estaba ataviada con un vestido blanco de flores de diversos colores, acompañado de unas cuñas negras. Los agentes se miraron entre ellos; era bastante mona, de esas mujeres que, aunque lo intenten, pasan poco desapercibidas. Su cuerpo, a pesar de ser extremadamente delgado, hacía que aquel vestido se le ajustara a sus curvas, resaltando las pocas que tenía. El agente García, que era demasiado observador, pudo divisar unos moretones en los brazos y las piernas. Eran moratones de golpes; lo supo enseguida porque había aprendido a diferenciarlos de los causados por caídas. Quien fuera que le había hecho eso se había ensañado con ella de una manera casi abusiva.

No quiso preguntarle nada. Al fin y al cabo, ellos habían acudido a ese sitio principalmente por la señora Arizona, quien de repente apareció detrás de Eíra. Su cabello rizado estaba recogido en un moño, y se podía apreciar el vestido color azulado que resaltaba el color de su piel; aquel vestido se ajustaba a esas curvas que hacían que cualquiera se perdiera entre ellas.

—Buenos días, somos el agente García y López. Venimos a hacerle unas preguntas a la señorita Arizona —masculló el agente López apresuradamente. No consideraba que fuera una buena idea comerse a esas dos mujeres con los ojos.

—Claro, pasad —dijo Arizona, dándoles paso a su humilde casa.

La casa de Arizona era bastante colorida. La cocina tenía unos hermosos azulejos azules claros, que conjuntaban perfectamente con las encimeras del mismo color, salvo algunos detalles en blanco. La ventana de la cocina transportaba una luz casi celestial, y la isleta con sus sillas de color blanco. La cocina era abierta y daba a un espacioso comedor de muebles de color azulado y blanco. Como era de esperar, las ventanas de aquella casa proporcionaban una luz bastante buena, y daban al exterior, donde se podía apreciar el jardín donde seguramente Arizona pasaba la mayor parte de su tiempo libre.




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