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Capítulo 6

DOS MESES ANTES DEL ASESINATO

DOS MESES ANTES DEL ASESINATO

JUEVES 20/09/2024

HORA: 8:30 DE LA MAÑANA

LUGAR: CASA DE EÍRA

Eíra contemplaba las cajas acumuladas en la casa. A pesar de llevar varios días allí, se había negado a desempacar, quizás porque en su mente inocente aún pensaba que iba a volver con Ed. Ella quería hacerlo, lo ansiaba, y se preguntaba qué pasaría si él decidiera pedirle volver. Estaba claro que, por Ed, Eíra sería capaz de ir hasta el fin del mundo si se lo pidiera. Así de tonta era, se recriminaba muchas veces por sentirse de ese modo. Ed solo le había hecho daño, la había maltratado tanto física como psicológicamente. Pero ella sabía que se sentía así porque Ed la hacía sentirse una de las mujeres más bellas del mundo y, al mismo tiempo, la más desgraciada.

Eíra sabía que lo que sentía por él era una gran dependencia que le impedía realizar su vida. Aún así, en su mente inocente, pensaba que esa actitud que la limitaba para hacer cosas era porque seguía enamorada de él. ¿Cómo no lo iba a estar? Era el hombre más apuesto que había conocido. La sonrisa que esbozaba había hecho que Eíra cayera rendida y suspirara ante su preciosa imagen. Pero, después, su mente retorcida le enviaba imágenes que la estremecían de pies a cabeza.

Ed cogiéndola del cuello.

Ed mirándola con esos hermosos ojos que alguna vez la miraron con amor, pero que ahora lo hacían con odio y repulsión.

Ed golpeándola y luego llorando y pidiendo perdón.

No es que Eíra no supiera que había sido víctima de violencia de género, pero a veces se decía a sí misma: "solo está pasando un mal día", "a veces le estreso demasiado", "me lo busqué, él me quiere y yo solo lo cabreé". Justificaciones que hacían que el alma de Eíra se sintiera mejor consigo misma. En el fondo, sabía que en realidad solo quería mantener la imagen que había creado de él, como si fuera un ser superior al resto del mundo.

Suspirando, cogió las cajas, se armó de valor y empezó a desempacarlas. Lágrimas caían por sus ojos y sus manos temblaban con cada objeto que recogía, con cada recuerdo que se adueñaba de su mente. Sintió cómo las náuseas se apoderaban de ella, y cómo la sensación de agobio poco a poco la consumía.

Preguntas frecuentaban su mente. Colocó uno de los jarrones que Ed le había regalado cuando viajó a Asia. A él le gustaba que estuviera en la mesita del comedor, pero Eíra lo colocó en la estantería donde estaban sus libros favoritos.

—Ed se enfadaría si lo ve aquí —masculló para sí misma.

Cogió el jarrón y lo colocó en la mesita del comedor. Contempló el hermoso jarrón blanco con intrincados dibujos que le recordaban a Asia. Aunque nunca había estado allí, pensó, cuando Ed le dio aquel regalo, Eíra pudo imaginar cómo había sido esa experiencia: las calles donde había andado Ed, las personas que iban de un lado a otro, los restaurantes a los que solía acudir. No le gustaba viajar normal, siempre lo hacía con lujos.

—¿Qué me has hecho, Ed? —preguntó mirando al techo, como si este le pudiera dar la respuesta a lo que estaba preguntando.

Pero sabía que nadie sabría qué decirle. Era dependiente a más no poder de aquel hombre, consciente de que no sabía hacer nada sin él y eso era aterrador. En esos momentos, en aquella casa, se sentía perdida. No sabía qué hacer, no sabía a dónde ir. Simplemente se quedó parada, mirando un punto fijo, deseando tenerlo allí y que le dijera qué hacer. Pero él no estaba. Estaba con otra. Esperaba en su interior que no le hiciera lo mismo que a ella. Parecía buena chica; cuando la vio, pudo apreciar la belleza de aquella mujer. Era lógico que Ed se hubiera fijado en ella, se dijo a sí misma.

Aún podía visualizar a la mujer. Ojos grandes y grises, cabello castaño y cuerpo que hacía que te sintieras mal con el tuyo. Era curioso. Aún veía la mirada de horror de la mujer cuando vio a Eíra, las miradas inquisidoras que le lanzó a Ed, preguntándole quién era. Enseguida supo que Eíra era su mujer, pues las fotos que habían decorado la casa habían sido escondidas para que ella no viera que Ed tenía una mujer viviendo con él.

—¿Qué estará haciendo ahora? —se preguntó nuevamente a sí misma.

Lo sabía. Seguramente estaría con el pelo mojado, se habría duchado después de ir al gimnasio, se habría puesto un pijama cómodo y, con una copa de vino, estaría viendo una de esas películas que le encantaban... sin ella... Ed podía seguir su vida sin Eíra, él podía hacer todo, mientras que Eíra se hallaba en un bucle del cual no podía salir, y eso hacía que su desorientación fuera a peor.

Rápidamente, agobiada por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, marcó el número de Arizona con la esperanza de que ella contestara. Al segundo toque, la voz de su mejor amiga inundó sus oídos, haciendo que por fin respirara.

—¿Pasa algo, Eíra? —preguntó Arizona con preocupación.

—Sí, ¿puedo ir a tu casa a dormir? —su voz estaba rota. Las lágrimas empezaron a salir de nuevo, como si no tuvieran un descanso.

—Por supuesto, ven —dijo con evidente preocupación.

No se dijeron nada más. Eíra colgó, cogió un pijama, ropa de cambio y su cepillo de dientes.

Eíra decidió dar una vuelta. Aunque la casa de Arizona estaba un poco lejos, podía llegar caminando sin problema. Notó cómo el aire se apoderaba de ella, haciendo que cerrara los ojos y sintiera cómo poco a poco volvía a respirar. No soportaba su casa, no le gustaba, era horrible, y dudaba que pudiera acostumbrarse a ese cubículo.




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