DOS MESES ANTES DEL ASESINATO
JUEVES 21/09/2024
HORA: 11:00 DE LA MAÑANA
LUGAR: DESPACHO DE ARIZONA
Arizona se quedó asqueada al ver la cantidad de papeleo que se estaba acumulando en su mesa. Ahora que no tenía a su secretaria, pues estaba de baja maternal, tenía que hacer el doble de trabajo y pasarse más tiempo del que deseaba. En esos momentos, se replanteó seriamente coger sus cosas, irse y desaparecer, fingir que había recibido una llamada de emergencia por parte de algún familiar, pero su jefe no era tonto y sabía que Arizona apenas hablaba con su familia, dado que ellos aún seguían en el país de origen de la chica.
Mentalizándose de lo que tenía que hacer, respiró profundamente. Debía ser fácil, se decía. No tenía que ser complicado, se repetía una y otra vez en un intento nefasto de encontrar el valor necesario para empezar a hacer la tarea pendiente. Sentándose en su escritorio, cogió las hojas que parecían inmensas.
Se le había acumulado el trabajo y estas eran las consecuencias. Cruzándose de piernas y con el bolígrafo en la mano, empezó a leer los documentos que tenía frente a ella. Nada más leer el primer párrafo, bostezó de puro aburrimiento y los dejó nuevamente en una esquina de su escritorio. Estuvo tentada de buscar una sustituta para Meri, pero Arizona no quería hacerle ese feo a su querida amiga y se negaba a que alguien ocupase el lugar que le correspondía a ella, dado que nadie podía aguantar por mucho tiempo las manías y la forma de trabajar de Arizona.
Era bastante maniática en lo que respectaba al trabajo. Le gustaba que las cosas fueran de una manera que muchas personas no podían soportar. No era culpa de Arizona, pues desde que era pequeña siempre había tenido su vida organizada de una manera muy estricta. Siempre había seguido las normas, nunca desobedecía y hacía caso, pero no había sido una santa, eso bien lo sabía.
Las horas pasaron con demasiada lentitud, haciendo que Arizona suspirara, un poco asqueada por los papeles que había tenido que leer. Al mirar su reloj de pared, se dio cuenta de que era bastante tarde. Por ello, con una sonrisa y viendo que ya era la hora de abandonar su puesto de trabajo e irse a casa, se dispuso a recoger sus cosas cuando llamaron a la puerta.
Un poco incrédula, se paró en seco y, con un "adelante", hizo que la persona que estaba fuera abriera la puerta. Al principio pensó que era uno de sus compañeros, ya que en su agenda no tenía previsto que alguien la visitara. Entonces, una mujer de cabello rubio y ondulado, con ojos verdes felinos y un cuerpo que solo los mejores escultores podrían haber tallado, apareció ante ella. Estaba vestida con un clásico traje de chaqueta de color blanco, algo que, en opinión de Arizona, no resaltaba sus atributos, pero ella no era nadie para cuestionar los gustos de las personas.
Dudosa, se sentó nuevamente en su silla.
—Buenas tardes, sé que no tengo cita con usted y me he presentado de manera inapropiada en su despacho —dijo con una sonrisa que a Arizona no le gustó. Era una sonrisa falsa, una de esas que le recordaban a las víboras traicioneras, y se negaba a dejarse engatusar por eso.
—Como comprenderá, mis servicios han acabado por hoy, pero si necesita una abogada, mi secretaria le dará una cita para que pueda decirme lo que desee —masculló Arizona, mientras distraídamente empezaba a guardar sus cosas en su bolso. Estaba deseando llegar a casa.
—Necesito esa cita con urgencia —apretó los puños con fuerza.
Greta no comprendía por qué en esos momentos se hallaba allí. Estaba desesperada, quizás perdida. Después de lo sucedido con Lex en el centro institucional, tuvo que buscarse un buen abogado que le quitara los cargos a su hijo o, al menos, que le redujera la pena, no con años de cárcel, sino con servicios comunitarios.
Mi hijo está enfermo, quiso decirle a esa mujer. Mi marido me tiene atemorizada, deseó poder confesar. Necesito que me alejes de ellos. Necesito que mi hijo se recupere. Necesito que él sea normal. Se sintió abrumada con todos esos pensamientos que se adueñaban de su mente.
No le gustaba llegar a estas circunstancias. Había sido tonta. Se dejó engatusar por ese hombre apuesto y millonario. Ni se molestó en preguntarle en qué trabajaba, por qué poseía todo ese dinero. No, simplemente se cegó. Él le daba lo que en esos momentos necesitaba: estabilidad económica y la oportunidad de alejarse de sus padres.
—Sí, comprendo su situación. Pero debe entender que tengo una larga lista de personas que, sin duda, también necesitan ayuda con urgencia, y muchos de ellos se enfrentan a situaciones complicadas. Por ello, como he hecho con todo el mundo, le pediría nuevamente que, por favor, pidiera cita con mi secretaria —le dijo Arizona con firmeza.
Arizona vio la expresión de horror en su rostro.
Debía de ser algo importante si la mujer se hallaba en ese estado. Pero, claro, ella había aprendido gracias a su carrera que no podías sentir lástima ni empatía por una cara bonita o triste que vieras, porque, a veces, olvidamos que el demonio fue un ángel y que era el más hermoso de todo el cielo.
—Necesito, por favor, esa consulta con urgencia —alzó la voz.
Arizona se quedó impactada, sin saber qué hacer o decir. Pudo ver cómo sus ojos verdosos se enrojecían; quería llorar.
<<Soy tonta, siento pena por todo el mundo>>, pensó.
Suspirando, se sentó en su silla, le hizo un gesto con la mano y le indicó que se sentara frente a ella.