Stuck

Capítulo 9

DOS MESES ANTES DEL ASESINATO

DOS MESES ANTES DEL ASESINATO

HORA: 00:00 DE LA NOCHE

LUGAR: Discoteca Devil

Scarlett había recibido una llamada de Tom Thompson. Le repugnaba la idea de reunirse con él. Ya había tenido bastante esa semana con los hombres que la acosaban a diario y con la poca paciencia de su madre, que siempre encontraba una forma cruel de mostrar su malestar. Aún le dolía la espalda, aquella marca ardía como fuego, pero no podía quejarse: su madre era dueña de su vida, y una de sus órdenes más estrictas era callar cuando estaba borracha.

No recordaba la última vez que su madre la había abrazado o le había dicho que la quería. Nunca había tenido una madre protectora. A los catorce, ella misma decidió que Scarlett debía continuar con el negocio familiar.

Ninguna madre debería prostituir a su hija, pero la suya sí. Porque, según ella, Scarlett tenía la culpa de todo lo malo que ocurría.

El nudo en la garganta crecía, y la pistola escondida bajo el vestido le susurraba que podía acabar con todo de un disparo. Su vida era un infierno: había sido manoseada por hombres que le doblaban la edad, soportado golpes y palizas de su madre, que encontraba en la violencia una manera de demostrar poder.

Echaba de menos a su padre. No era un buen hombre, pero con ella había sido distinto: le había dado juguetes caros, vestidos imposibles de pagar y, sobre todo, cariño. Solía repetirle que lo único bueno que había obtenido de "la puta de su madre" era ella. Todos sabían a lo que se dedicaba su madre, nunca fue un secreto.

Scarlett había tenido que presenciar cómo los clientes la tocaban delante de ella, sin pudor, entre insinuaciones que la obligaban a vomitar a escondidas. Hacerlo frente a ellos le habría costado un castigo.

Lo único bueno que había tenido en la vida era Amber.

La conoció en el prostíbulo. Aún recordaba su primera impresión al verla entrar: esa seguridad, el cuerpo perfecto y una sonrisa peligrosa. "Es una diabla", pensó. Y no se equivocó: Amber transmitía miedo, respeto y un aura de muerte.

Scarlett la había observado actuar. Amber cambiaba de actitud y de vestimenta según la víctima: sumisa o dominante, pero siempre letal. No tenía remordimientos, solo cumplía el objetivo.

Un día, Scarlett la siguió por curiosidad. Amber iba acompañada de Milán, un importante empresario. Scarlett lo conocía: había sido amable con ella, incluso a veces prefería charlar antes que acostarse. Nunca imaginó que tuviera enemigos que quisieran verlo muerto.

Se escondió entre contenedores, apartando jeringuillas. El hedor era insoportable. Desde allí, vio cómo Amber lo seducía hasta que, de pronto, le estampó la cara contra su rodilla.

—¡¿Pero qué mierda?! —gritó él, sangrando.

Scarlett se paralizó. Llamar a la policía era una locura: era menor, estaba en un prostíbulo, y sabía que solo traería consecuencias peores. Ese mundo solo conocía sangre y dolor.

—Señor Milán, hay mucha gente enfadada con usted —dijo Amber, sujetándole el rostro con fuerza, sin perder la sonrisa.

—¿Quién eres?

—Muchos me llaman la Diabla.

Scarlett había oído rumores de ella, nunca los creyó... hasta ese instante.

—¿A quién le debo dinero?

—Es un se-cre-to —rió Amber, con una risa demasiado dulce para una asesina.

Scarlett presenció cómo Amber le volaba la cabeza y cómo unos hombres se llevaban el cadáver. Antes de irse, la asesina la miró directamente: ojos azules penetrantes y una sonrisa casi compasiva.

—¿Cómo te llamas?

—Scarlett... —balbuceó.

—¿Cuántos años tienes?

—Quince.

—Vete. No tendrías que haber visto esto.

Le acarició la mano con suavidad. Scarlett asintió y huyó.

Desde ese día fueron inseparables. Amber se convirtió en su protectora, más madre que la suya. Le curaba las heridas, le enseñó a pelear, a usar armas, y a conocer lo que era un verdadero amor maternal.

Scarlett llegó a la discoteca Devil para reunirse con Tom Thompson. Todo su cuerpo se tensó: lo odiaba, pero odiaba aún más tener que obedecerlo. Su madre siempre repetía que era un hombre influyente capaz de arruinarles la vida, y que por eso debían acudir a él siempre que lo pidiera.

Nadie le pidió el DNI; sabía maquillarse y aparentar más edad. Subió las escaleras iluminadas con neón negro hacia el reservado. El lugar apestaba a droga y alcohol. Allí estaba Tom, rodeado de mujeres. A su lado, un muchacho casi idéntico a él: su hijo Lex. Scarlett lo reconoció del instituto.

Sus tacones rojos resonaron en la plataforma. Todas las miradas se dirigieron a ella. Tom la observaba con lujuria; Lex, con duda.

—Ven, Scarlett, acércate —ordenó Tom.

—No tengo mucho tiempo, Tom. Amber me espera —mintió. El fugaz destello de miedo en sus ojos le confirmó que el nombre de Amber lo intimidaba.

Scarlett y Lex cruzaron una mirada silenciosa. Ninguno quería estar allí.

—Siéntate, Scarlett, hablemos de negocios —sonrió Tom.

Se sentó entre ambos, incómoda bajo sus miradas. Tom le acarició la mejilla; quiso apartarse, pero sabía que debía aguantar.

—Mira, pequeña. Mi hijo necesita una imagen impecable: un chico perfecto, con pareja perfecta. Y tú, mi querida putita, eras lo mejor de ese prostíbulo. Mi primera opción fue Amber, pero... seamos sinceros: esa mujer me volaría la cabeza en segundos. Y yo sé a quién no debo enfrentarme.

Scarlett y Lex reaccionaron al unísono:

—¿Cómo?

—Debéis fingir ser pareja. Que estáis enamorados. Que Scarlett lo cambió. Muy sencillo: obedecerlo, complacerlo, aparecer juntos en fotos familiares... Y os pagaremos bien.




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