Jadeaba, cansada por el esfuerzo. Había pasado la última media hora luchando contra aquel vampiro que había aparecido de la nada en el bosque, y debía admitir que no estaba segura de poder ganar. Logré ponerme en pie y levantar mi espada para hacerle frente una vez más.
—¿De verdad piensas que tienes alguna oportunidad? —me preguntó, riendo con malicia.
No, no tenía ninguna oportunidad. A pesar de que mi resistencia física superaba a la de los humanos comunes, estaba muy por debajo de la de un vampiro. Y mi enemigo lo sabía. Lo único a lo que podía aspirar era a aguantar el mayor tiempo posible y esperar a que llegase ayuda o a que él me dejase ir por algún motivo. Algo poco probable.
—Sí —respondí, solo para que él supiese que no me iba a rendir. Sería demasiado sencillo para él.
El vampiro negó con la cabeza, como si mi testarudez lo divirtiese. Su actitud me provocó rabia. Mi vida estaba en peligro, y él se estaba divirtiendo a mi costa.
«Alguien debe de saber que estoy aquí», pensé, desesperada.
Se movió, y mi cansancio me impidió reaccionar con la suficiente rapidez. Lo vi moverse y colocarse detrás de mí. En cuanto me giré para enfrentarlo, agarró mis muñecas en un movimiento veloz, impidiéndome defenderme. Fue apretando hasta que perdí fuerza en las manos y dejé caer la espada al suelo. Me encontraba indefensa, y lo sabía.
—Deberías rendirte y pedir piedad —dijo a modo de recomendación—. Podría plantearme no matarte, incluso.
—Nunca voy a rendirme —le advertí, intentando liberarme.
Mi fuerza de cazadora era inferior a la suya, por lo que me resultaba imposible hacer ningún movimiento. Me tenía inmovilizada por completo, pero mi testarudez me impedía darme por vencida y pedir misericordia, como él deseaba.
—No seas tonta… estás sola y desarmada. Supongo que sabes lo que eso significa.
Me empujó hasta que mi espalda quedó contra el tronco de uno de los árboles del bosque, y liberó una de mis muñecas para poder retirar un poco mi cabello de mi cuello, dejando el lado izquierdo de este al descubierto. Su intención era sin duda beber mi sangre, y el terror me invadió súbitamente. Prefería morir luchando a morir desangrada pues sabía que, si bebía de mí, era muy poco probable que se detuviese para dejarme con vida.
—¿Sigues sin querer rendirte? —me preguntó—. Si suplicas lo suficiente, puede que te deje ir.
Clavé la vista en sus colmillos, que habían aparecido de pronto y que me mostró, divertido al ver el miedo que me provocaban.
—No voy a hacerlo —susurré, intentando controlar sin mucho éxito el temblor de mi voz.
En lugar de acercarse para clavar sus colmillos en mi cuello, levantó la cabeza, como si hubiese escuchado algo, y compuso una mueca de frustración. No tardé de comprender el motivo. Alguien gritaba mi nombre.
—Has tenido suerte —me dijo.
Y tan rápido como había llegado, se marchó.
Me quedé confundida, porque habría tenido tiempo de morderme y desangrarme antes de que quien me estuviese buscando llegase. Pero no era aquello lo único que me había sorprendido. De hecho, había tenido al menos un par de oportunidades de acabar conmigo durante la lucha, y no lo había hecho. Ni tampoco otros vampiros que me habían atacado estando sola y desarmada. Porque aquella no era la primera vez que era atacada por un solo vampiro estando yo sola. Era la que más ataques había sufrido durante los últimos meses, y había logrado salir viva, especialmente porque ninguno de mis atacantes había parecido tener un interés real en matarme.
Miré a mi alrededor. Entre las ramas rotas como consecuencia de la lucha y las hojas caídas, vi un brillo. Me acerqué y comprobé que se trataba de mi espada. La había tenido conmigo desde hacía mucho tiempo, tanto que no recordaba quién me la había dado. Solamente sabía que era de plata bendita, que dañaba a los vampiros, y que su peso y equilibrio eran perfectos para mí. No sería capaz de encontrar una espada igual. Acababa de guardarla donde siempre la llevaba cuando escuché un grito.
—¡Liher!
Reconocería aquella voz en cualquier lugar. Me volví a tiempo para ver una cabellera roja dirigiéndose hacia mí. Un momento después, mi mejor amiga me abrazaba con fuerza, y yo no había tenido tiempo suficiente para reaccionar. Le correspondí como pude, comprendiendo lo preocupada que habría estado.
Ariadna no solamente era mi mejor amiga, sino también mi compañera. Habíamos peleado juntas contra vampiros en varias ocasiones, y entrenábamos juntas. Aquello era común entre los cazadores. Luchando de manera individual había más riesgo, pero haciéndolo en pareja, un cazador cubría las espaldas del otro. Yo dejaría mi vida en sus manos sin dudarlo ni un instante. Era sin duda la persona más cercana a mí desde la muerte de mi madre y quien mejor me conocía.
—Dime que no te han vuelto a atacar —me pidió mientras me miraba con aquellos grandes ojos marrones.
El abrazo había terminado, y ahora se encontraba frente a mí.
Mi amiga miró a nuestro alrededor, tratando de descubrir a algún vampiro cerca, o a cualquiera que pudiese atacarnos. Pero no encontraría nada. El vampiro se había marchado, y yo estaba segura de que, al menos aquel día, no regresaría.