Su cazadora

Capítulo 6

Nos encontrábamos fuera del edificio en el que estaba la empresa de construcción de Zigor Garay. La empresa era importante, según había leído, y ocupaba el edificio entero. Ariadna me había acompañado hasta allí y me había asegurado que no se marcharía hasta que yo regresase. Después, regresaríamos al apartamento, nos prepararíamos y saldríamos.

 —Puedes irte —le aseguré, sin apartar la mirada del moderno edificio que se erguía ante mí—. Nos podemos encontrar en el apartamento cuando termine la entrevista.

—Te he dicho que no lo haré —me respondió—. Me quedaré por aquí, tomaré un café y te esperaré.

Faltaban solamente diez minutos para las cinco, y no quería retrasarme, por lo que no insistí.

—Debería entrar ya —comenté.

—Mucha suerte.

Me separé de ella al avanzar para entrar en el edificio. La fachada era moderna e imponente, como si quisiesen con ello mostrar a todos los transeúntes el poder de aquella empresa. Predominaban el mármol y el cristal. No había rastro de suciedad en toda la fachada, ni un detalle que pudiese denotar que se había descuidado lo más mínimo.

El guardia de seguridad de la entrada me permitió pasar sin decir nada. El recibidor del edificio era, al igual que la fachada, moderno, de un material que parecía mármol o algo similar, y lo único que había era una mesa frente a la puerta, que parecía ser la recepción, y varios ascensores a la derecha, junto a unas escaleras. Me acerqué a la mesa tratando de aparentar una seguridad que estaba lejos de sentir.

La mujer que se encontraba tras el mostrador tendría alrededor de cuarenta años, y me dedicó una sonrisa amable en cuanto me vio llegar. Su rostro afable me animó. No pude evitar, sin embargo, plantearme si sería una vampira. Resultaba imposible de saber a primera vista.

—Buenos días —saludé—. Vengo a ver al señor Garay por el puesto de secretaria.

Ella se tomó unos instantes para mirar en un ordenador que había sobre la mesa, y asintió cuando encontró lo que buscaba.

—Liher Arriaga, ¿verdad? —preguntó—. Necesito que me muestres algún documento de identidad.

Ya tenía previsto aquello, de modo que saqué el carnet de identidad que me habían entregado el día anterior y se lo ofrecí. La mujer lo tomó y lo miró detenidamente, asegurándose de que todo estaba en orden. Después asintió y me lo devolvió.

—Notificaré tu llegada —me dijo—. Sube en ascensor al décimo piso y continúa recto.

Se detuvo un momento para leer algo en la pantalla de su ordenador y después volvió a mirarme a mí.

—El señor Garay está libre —me informó—. Llama a la puerta de su despacho; te atenderá… Suerte.

—Muchas gracias.

Me alejé de aquel mostrador y me dirigí hacia los ascensores. Cuando pulsé el botón para llamarlos, las puertas de uno de ellos se abrieron al instante. Entré y pulsé el décimo piso. Mientras las puertas se cerraban, miré a mi alrededor. El ascensor tenía capacidad para al menos ocho o diez personas, y era moderno, por lo que subió a gran velocidad hasta la planta que yo había seleccionado.

Una vez que las puertas del ascensor se abrieron, avancé por el pasillo que estaba ante mí, tal y como la mujer de la entrada me había indicado. A mi derecha, vi un cartel que indicaba que, en aquella dirección, se encontraba el departamento de Recursos Humanos, pero no era mi destino, y lo ignoré continuando mi camino.

Llegué a la puerta del despacho, donde había una placa con el nombre de Zigor Garay. Había dos mesas ante el despacho, ambas vacías. Sobre una de ellas, había un cartel que rezaba “secretaria de dirección”. Supuse que aquel empresario necesitaba al menos un par de secretarios, y que yo ocuparía una de aquellas mesas en caso de que lograse obtener el puesto.

Llamé con los nudillos a la puerta del despacho, dándome cuenta de que estaba sumamente nerviosa. Tenía un nudo en el estómago.

—Adelante —escuché decir.

Abrí la puerta y entré en el despacho, cerrando de nuevo la puerta tras de mí.

El despacho era más espacioso de lo que habría imaginado, y destacaban las enormes ventanas que se encontraban tras la mesa, de buena madera oscura, más grande que la que se encontraba en el despacho de mi padre. Incluso los pocos cuadros que colgaban de las paredes parecían valer más que el apartamento que teníamos alquilado. Me sentí insignificante en aquella estancia tan elegante.

Zigor Garay me observaba fijamente desde detrás de su mesa. Era tal y como aparecía en la fotografía, salvo por el hecho de que, en persona, parecía más imponente y autoritario. Me sentí intimidada por su mirada, que tenía clavada en mí y que incluso me pareció un tanto extraña. Tuve una sensación un tanto rara al verlo, una sensación que no reconocí pero que traté de dejar a un lado.

—Liher Arriaga, ¿verdad? —me preguntó, y acto seguido señaló una de las dos sillas que había frente a su mesa—. Adelante, siéntese.

Hice lo que me había indicado y me senté en una de las sillas. Mientras lo hacía, traté de fijarme en si había algo fuera de lo normal, pero no vi nada extraño, nada que pudiese indicar que aquel empresario de éxito fuese un vampiro.



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En el texto hay: vampiros, amor, millonario

Editado: 03.11.2022

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