Me había quedado dormida, y Ariadna ya se había marchado cuando yo desperté. El apartamento estaba, por tanto, vacío. Cuando me di cuenta de ello, solté una maldición en voz alta, porque me habría gustado acompañarla como ella había hecho conmigo el día anterior. Lo único que pude hacer fue enviarle un mensaje deseándole suerte, pues aún quedaban veinte minutos para su entrevista.
Me preparé un desayuno rápido y me duché para ir al menos a buscarla a la salida de la entrevista. Me estaba cambiando para salir cuando mi teléfono comenzó a sonar. El número que aparecía en la pantalla era desconocido, pero podía ser de la academia, o incluso de la empresa de Garay, de modo que respondí rápidamente antes de que fuese demasiado tarde.
—Diga —dije.
—Señorita Arriaga. —Reconocí la voz de Zigor Garay al otro lado de la línea—. La llamo por la entrevista de ayer.
—Sí —asentí, nerviosa.
No sabía por qué me llamaba personalmente. Había supuesto que alguien que trabajase para él enviaría un correo electrónico a todas las personas que habían pasado por aquella entrevista. No imaginaba a alguien como Zigor Garay, un gran empresario, llamando personalmente a cada uno de los aspirantes al puesto de secretario de dirección.
—Un pequeño error informático nos impidió enviar los correos electrónicos ayer —dijo. No se estaba disculpando, solamente daba una breve explicación cuya veracidad yo no podía comprobar—. Aún está interesada por obtener el puesto de trabajo, supongo.
—Sí.
No sabía si me estaba probando de alguna manera, pero mis nervios aumentaban a cada palabra que pronunciaba. No sabía cómo terminaría aquella conversación. De hecho, ni siquiera sabía por qué había decidido llamarme personalmente.
—Había varios potenciales candidatos para el puesto, pero la he elegido a usted —me dijo, y apenas pude reaccionar por la emoción que aquello me produjo—. Esta misma tarde deberá presentarse en mi despacho, a las cuatro y media de la tarde, para leer el contrato y firmarlo si está de acuerdo. En caso de hacerlo, mañana mismo comenzaría a trabajar.
—Bien —dije.
No me importaban demasiado las condiciones del contrato porque, me gustasen o no, debería aceptarlas. Me había dicho que había candidatos potenciales, lo que solamente podía significar que, si yo no me mostraba de acuerdo con algún punto de contrato, no dudaría en escoger a otra persona para ocupar el puesto. Debería trabajar según sus condiciones y trabajar todas las horas extra que fuesen necesarias.
—Adiós.
Antes de poder responderle, había colgado el teléfono. La conversación había sido muy corta, algo comprensible considerando que sería un hombre muy ocupado.
Me quedé, por unos instantes, pensando en lo que había ocurrido. Había pasado de estar nerviosa por temor a no obtener el puesto a estar emocionada, porque Zigor Garay me había llamado para decirme que debía pasar a firmar el contrato.
Me apresuré a terminar de prepararme, y después salí del apartamento. Mientras me dirigía al metro, marqué el número a través del cual Luken me había llamado la noche anterior. No tuve que esperar más de unos segundos para que me respondiese.
— Dime que te han contratado.
No me saludó siquiera. Lo cierto era que no buscaba un ápice de amabilidad, pero habría preferido que no me hablase en aquel tono autoritario, como si fuese un líder. No tenía ningún derecho a tratarme de aquella manera tan brusca; él no era un superior.
—Esta tarde firmaré el contrato —le dije.
—En ese caso, deberás firmarlo con las condiciones que él quiera —me dijo Luken, y pareció sentirse orgulloso al saber que me habían aceptado, como si el triunfo hubiese sido suyo. No me cabía duda de que haría pasar mis méritos como propios ante los demás, fingiendo ser el autor intelectual del pequeño triunfo—. No puedes fallar ahora.
—No lo haré —le dije, comenzando a enfadarme—. No es necesario que me trates como a una niña, ¿sabes? Yo he conseguido el puesto sin tu ayuda, y puedo hacer esto por mí misma. De hecho, si continúas hablándome de esa manera, apagaré el teléfono y cortaremos todo contacto.
Sabía que no podía hacer aquello porque, como cazadora en una misión, debía seguir las órdenes que viniesen de la academia en todo momento e informar de los pasos que daba. Pero odiaba tanto la manera en la que me hablaba que me estaba tentada a no volver a informar hasta que sustituyesen a Luken por otra persona.
—No puedes hacerlo —me advirtió—. Te expulsarán de la misión y te abrirán un expediente. Y no volverás a realizar ninguna otra misión, por supuesto.
—¿Me expulsarán? —pregunté en tono burlón—. Que yo sepa, soy la única persona que tienen para realizar esta misión, y ese empresario puede ser un vampiro importante. Dudo que alguien quiera echar a perder esta oportunidad. Cumpliré con mi trabajo, Luken, siempre y cuando tú te comportes también. Porque no eres mejor que yo.
Colgué antes de que pudiese responder.
Era consciente de que tal vez me hubiese excedido, pero poco me importaba en aquel momento. Me sentía libre lejos de la academia y de mi padre. Llevaría a cabo la misión lo mejor posible, porque era parte de mi trabajo como cazadora, pero no estaba dispuesta a soportar que Luken me tratase como quisiese. Además, él no podría quejarse de mi pequeña amenaza, o se estaría arriesgando a que contase que el director era mi padre biológico. Algo que lo dejaría en muy mal lugar frente al resto de cazadores.