Su cazadora

Capítulo 10

Era mi primer día de trabajo, y lo que predominaba en mí eran los nervios. Me había levantado a las seis y media de la mañana, porque me había despertado en numerosas ocasiones aquella noche y no había logrado volver a conciliar el sueño después de aquella hora. Tuve tiempo de sobra para ducharme y prepararme, aunque me costó escoger qué ropa llevar. Debía ser formal, porque iba a trabajar, pero no demasiado. Una vez que hube escogido la ropa, tomé un desayuno ligero y me dispuse a salir, aunque aún me quedaba tiempo de sobra.

—Liher, ¿no es muy pronto?

Ariadna se había levantado también, y me observaba desde la puerta de su habitación. Su cabello pelirrojo estaba desordenado, y sus ojos se veían somnolientos. Estaba claro que aún tenía sueño, y que era capaz de volver a la cama y quedar de nuevo dormida en cualquier instante.

—No quiero llegar tarde —comenté—. Mi jefe es estricto, ya lo sabes.

Mi amiga asintió. Ella aún tenía tiempo para seguir durmiendo de modo que regresó a su habitación antes incluso de que yo saliese del apartamento. Reí suavemente y le dejé dormir tranquila.

Llegué a la empresa un cuarto de hora antes de la hora, y decidí esperar fuera unos minutos. Ser puntual significaba no solamente no llegar tarde, sino también no llegar demasiado pronto. Además, no sabía si mi jefe habría llegado ya, aunque la empresa estaba abierta.

Me encontraba fuera del edificio, absorta en mi teléfono móvil como si me tratase de una joven normal mientras dejaba que el tiempo pasase. Estaba tan concentrada que no me di cuenta de que alguien se había detenido a mi lado.

—Vaya, señorita Arriaga, veo que al menos no llega tarde.

Zigor Garay se encontraba junto a mí. Sobresaltada, bloqueé mi teléfono y lo guardé de inmediato. Después me volví hacia mi jefe, que aún continuaba a mi lado, observándome.

—Me dijo que fuese puntual —dije.

—¿Viene?

Por un momento, quedé sorprendida, pero me apresuré a seguirlo cuando entró en el edificio de la empresa. No resultaba extraño que entrase con él. Al fin y al cabo, yo era su secretaria y nos dirigíamos al mismo lugar. Aunque no por ello me sentía menos incómoda al caminar junto a mi jefe que, además, era un empresario de éxito y millonario.

—¿Ha sido su amiga contratada? —se interesó—. Aspiraba a un puesto en la limpieza, si no me equivoco.

—Sí, ha sido contratada —confirmé.

—Me alegro.

Las personas con las que nos cruzamos por el camino reconocían a Zigor Garay y lo saludaban con respeto, algunos con un movimiento de cabeza y otros murmurando un saludo en voz baja. Él les dedicaba a todos ellos una sonrisa y asentía con la cabeza en su dirección, aunque yo sospechaba que, a la mayor parte de ellos, no los conocía. Simplemente se mostraba educado ante sus empleados.

Mi manera de caminar parecía insegura y torpe comparada con la suya. Sus movimientos eran elegantes y seguros, como si en ningún momento temiese equivocarse. Todo en él lo hacía parecer una persona imponente. Al ser más alto que yo, pues debía de medir más de un metro ochenta, casi veinte centímetros más que yo, le costaba menos dar pasos largos. Para seguir su ritmo, yo debía apresurarme más. Si notó el hecho de que me costaba seguirlo, no le dio importancia.

—Estíbaliz —llamó.

Una mujer de mediana edad se encontraba tras una de las mesas que se encontraban antes de llegar a su despacho. Cuando levantó la vista, me di cuenta de que tendría aproximadamente cuarenta años. Su rostro era afable, y transmitía confianza, al contrario que mi jefe. Su cabello era rizado, rubio y corto, y las arrugar típicas de la edad comenzaban a ser visibles en ella, aunque era evidente que intentaba cuidarse.

—Señor Garay —saludó, levantándose y acercándose a donde nosotros nos encontrábamos—. Supongo que ella es Liher Arriaga, ¿no es así?

Me dedicó una sonrisa amable, y se la devolví al instante. Si aquella mujer era una vampira, sabía cómo mostrar emociones humanas a la perfección.

Por lo que los profesores y mis compañeros me habían dicho, los vampiros no sentían igual que nosotros. No amaban, no sentían empatía, no se preocupaban por nadie más que por sí mismos. Pero yo nunca había confiado en lo que me decían. ¿Acaso ellos habían conocido a un vampiro realmente? ¿Habían tenido alguna relación con uno de ellos? ¿Cómo podían estar tan seguros, en tal caso, de que eran incapaces de sentir?

—Sí, es ella —respondió mi jefe—. Quiero que le enseñes lo básico hoy para que pueda ir comenzando con el trabajo… Creo que sabes a lo que me refiero.

—Sí —confirmó Estíbaliz.

—De acuerdo. Estaré trabajando.

Nuestro jefe entró en su despacho y cerró la puerta tras él, dejándonos solas. Pero, al contrario que me había sucedido al estar a solas con Zigor Garay, con Estíbaliz no me sentía incómoda, sino al contrario. Su sonrisa era contagiosa, y tal vez por ello sentía que podía hablar con libertad.

—¿Lo conoces desde hace mucho tiempo? —pregunté.

Él la trataba de manera informal, al contrario que a mí, por lo que supuse que ella llevaría años trabajando en aquella empresa.



#14198 en Fantasía
#5423 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: vampiros, amor, millonario

Editado: 03.11.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.