Su cazadora

Capítulo 13

Aquel día entré en la empresa con tranquilidad, como cualquier otro día. Salvo por el hecho de que llevaba en el bolso la mitad del agua que nos había dado el sacerdote el día anterior. Habíamos dejado la otra mitad en el apartamento por si el plan salía mal o sospechábamos que más personas fuesen vampiros.

 Subí en ascensor a mi puesto como cada día desde que trabajaba allí y, tras organizarme y encender el ordenador, comencé a trabajar.

Estíbaliz estaba en su mesa, solamente a un par de metros de a la mía, tal vez tres. No podía evitar mirarla de soslayo cada cierto tiempo, como si esperase que de pronto fuese a sacar sus colmillos para atacarme o algo similar. Ya no la veía como la compañera amable, sino como una vampira, y no sabía si era buena o si no lo era. ¿Sabría ella acerca de las desapariciones de los cazadores? Probablemente, si Zigor Garay lo sabía, ella también.

Recibí un correo electrónico de mi jefe cuando llevaba solamente una hora trabajando, pidiéndome que entrase en su despacho. Sin saber qué era lo que quería, me levanté, llamé con los nudillos a su puerta y después entré.

—¿Quería verme, señor? —pregunté.

—Sí, quería verla —me confirmó él—. Siéntese, por favor.

Tomé asiento frente a su mesa, y esperé a que dijese el motivo por el que me había hecho llamar. Pero no lo hizo. En lugar de hablar, continuó trabajando en su ordenador como si yo no estuviese delante de él. Su actitud me pareció extraña, y comencé a preocuparme.

—¿Por qué quería verme? —pregunté.

Solamente desvió su mirada hacia mí durante un par de segundos, pues después su atención volvió a estar en la pantalla de su ordenador. Ignorándome por completo como si no fuese nadie para él, como si no valiese nada. Nunca se había comportado conmigo de aquella manera.

—He citado a otra persona. Esperaremos a que llegue antes de comenzar, si no le importa.

—Por supuesto, señor Garay.

No quise mirarlo fijamente mientras esperaba, por lo que me quedé mirando un punto aleatorio de su escritorio, sin saber muy bien qué debía hacer. Él no quería hablar y, en cuanto a mí, lo único que podía hacer era pensar quién sería la persona a la que estaríamos esperando. ¿Algún socio, tal vez?

Él levantó la mirada unos segundos antes de que unos tímidos golpes se oyesen en la puerta. Había utilizado su desarrollado oído de vampiro para saber que alguien se acercaba antes de que llegase a la puerta.

—Adelante —dijo, para después mirar de nuevo la pantalla de su ordenador.

Miré hacia la puerta para ver quién entraba, y mi corazón pareció paralizarse por un momento cuando vi que era Ariadna quien atravesaba la puerta. Mi amiga también me miró, y la preocupación se hizo visible en su rostro.

—Siéntese —ordenó mi jefe.

Mi amiga tomó asiento a mi lado, pero Zigor Garay aún estuvo un par de minutos más centrado en la pantalla de su ordenador antes de mirarnos a ambas. Pasó la mirada de una a otra durante unos momentos que me parecieron eternos.

—¿Sabían que, en este despacho, hay cámaras de seguridad?

Al escuchar aquello, no me cupo ninguna duda del motivo por el que nos había hecho llamar. Intenté no mostrar ninguna reacción para fingir que no sabía de qué me hablaba, pero sabía que sería muy difícil evitar un despido.

Él se levantó de su silla y se acercó a uno de los cuadros de su despacho, uno de arte abstracto con una gran cantidad de colores sin ninguna forma concreta.

—Aquí mismo hay una cámara de seguridad —dijo. Se acercó después a un reloj que se encontraba sobre una estantería—. Aquí hay otra. Y no son las únicas. ¿Comprenden a lo que me refiero?

Yo no respondí, pero Ariadna bajó la cabeza, fingiendo sentirse avergonzada al saberse descubierta.

¿Cómo podíamos no habernos dado cuenta de que tendría cámaras de seguridad en el despacho? Si bien era cierto que no estaban en lugares visibles, era imposible que un empresario como él dejase su despacho tan desprotegido.

—Sí, señor Garay —murmuró.

—Ayer por la tarde, mientras me encontraba en una reunión, usted entró en este despacho y leyó varios documentos privados. Incluso sacó fotografías. Quiero saber por qué lo hizo.

Ariadna, que no había previsto ser descubierta, no dijo nada. No tenía una buena excusa, y seguramente no querría inventarse una que él desmontase en cuestión de segundos. Al menos había logrado obtener información útil. Aunque la despidiesen, o nos despidiesen a ambas, teníamos algunas pruebas.

—Supongo que sabrá que, si estos vídeos llegan a manos de la Policía, puede usted tener muchos problemas —continuó hablando mi jefe—. Pero voy a darle la oportunidad de explicarme qué era lo que esperaba encontrar y por qué estaba leyendo documentos privados en mi despacho.

—Yo… una empresa me contrató —murmuró Ariadna—. Me pagó para hacerlo.

—Una empresa… ¿cuál? ¿Qué debía buscar exactamente y por qué?

Ella se limitó a negar con la cabeza. No estaba dispuesta a hablar.

—No puedo —murmuró—. No puedo decírselo, señor Garay… lo siento mucho.



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En el texto hay: vampiros, amor, millonario

Editado: 03.11.2022

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