—De ninguna manera vas a ir —soltó Ariadna—. No voy a dejar que lo hagas, Liher.
Era viernes, y le había contado a mi amiga lo que había descubierto, dado que mi jefe no lo sabía y que no me había obligado a guardar silencio. Ariadna se había negado a permitir que yo continuase con aquello. Insistía era que, una vez descubierto aquello, lo mejor era regresar a la academia y pensar en los pasos que daríamos a continuación. Pero yo tenía orden de no dejar el trabajo, y no podía hacerlo.
—No insistas, Ari, por favor —pedí.
Aquel día solamente había ido a trabajar unas pocas horas por la mañana y, después, mi jefe me había dado el resto del día libre. Había recibido el vestido en el apartamento el día anterior, y ya lo tenía puesto. Mi amiga, además, a pesar de que no apoyaba la idea de que fuese asistiese al evento, me había ayudado a recogerme el cabello, dado que las marcas de mi cuello ya no eran visibles
—Si tienes algún problema, llámame, ¿de acuerdo? Todavía no comprendo cómo Luken puede estar de acuerdo con todo esto.
—Luken dudaba, pero yo insistí en que debía hacer esto.
—Aún no entiendo cómo puedes continuar. Tu vida está en peligro, Liher. ¿Qué ocurrirá si te descubre? ¿Si de pronto comprende que eres una cazadora?
Tal vez ya lo sabía. Tal vez supiese todo. Pero tenía la esperanza de que no fuese así, y la única esperanza que me quedaba era la de poder continuar como hasta el momento. Había advertido a Luken, y teníamos un pequeño plan. Porque acabar con Zigor Garay era nuestra última esperanza.
—Tendremos que esperar que no lo haga —dije simplemente.
No quedó convencida, pero no había nada que pudiese hacer para impedirme salir. Yo ya había tomado mi decisión.
—Ten cuidado —me pidió.
—Lo tendré.
Salí del apartamento, no sin antes haberme despedido de mi amiga, y bajé a la calle. Mi jefe había dicho que no tendría que caminar, porque pasarían a buscarme, pero aún faltaban unos minutos para las ocho y media, hora a la que había acordado salir, y pensaba que tendría que esperar.
Me equivocaba.
Delante de mi portal, de pie y apoyado contra su coche, se encontraba mi jefe. Siempre vestía con camisa, pero aquel día, con el traje oscuro que llevaba, estaba increíblemente atractivo. Sus ojos azules se clavaron en mí en cuanto me vio salir del portal, y abrió la puerta del copiloto antes de que yo pudiese adelantarme.
—Estás muy hermosa —halagó mientras pasaba por su lado para entrar en el vehículo.
—Tú tampoco estás nada mal.
Rodeó el coche para sentarse en el asiento del conductor, pero no arrancó.
—Abre la guantera —ordenó.
Hice lo que me había dicho, encontrando un estuche rectangular de piel. Lo tomé, porque era lo único que había allí.
—Ábrelo.
No dudé en obedecer. Encontré un collar de perlas, no demasiado ostentoso. Pasé la vista del collar a Zigor Garay varias veces para asegurarme de que realmente era para mí, y él asintió.
—Puedes considerarlo un regalo de mi parte —comentó.
—Es demasiado. No puedo aceptar algo así.
Aunque era consciente de que le sobraba el dinero, era un collar visiblemente bueno, que debía de costar demasiado. Me sentía mal al quedármelo.
—Era de mi madre —me explicó—. A ella no le habría gustado que se quedase en un joyero sin usar. Y a ti te sentará bien esta noche.
Aquello no hacía más que aumentar el valor de aquel collar. ¿Cómo podía entregarme a mí algo que había pertenecido a su madre que, al parecer, estaba muerta? No era su esposa, ni su novia. De hecho, no teníamos ninguna relación. Y, sin embargo, pretendía regalarme un collar que había pertenecido a la mujer que le había dado la vida.
Me pregunté cómo sería su familia. ¿Tendría hermanos? Su madre debía de haber sido una humana, porque las vampiras eran estériles, pero, ¿se habría convertido después de dar a luz? Lo único que me había contado era que había sido el primogénito de una antigua familia de vampiros, por lo que habría nacido siendo vampiro.
—Debe de ser muy valioso para ti si es un recuerdo de tu madre. No me lo puedes regalar…
—Puedo y lo estoy haciendo —replicó él—. Además, me recuerdas un poco a ella. Era una mujer sencilla que no daba mucha importancia a lo material. Podría haber vivido como una reina, pero no le interesaba hacerlo. Nunca lo quiso.
Me tomé el atrevimiento de colocar mi mano sobre la suya al percatarme de que estaba absorto en los recuerdos. Él bajó la mirada hacia nuestras manos unidas, y su expresión se relajó. Sonrió un poco al mirarme.
—Gírate.
Tomó el collar de la caja y lo colocó en mi cuello. A mí me habría resultado más complicado atarlo, pero él pudo hacerlo con gran facilidad. Al sentir el roce de sus dedos en la piel de mi cuello, el deseo me invadió. Logré, sin embargo, contenerlo. Mi cuerpo reaccionaba con demasiada facilidad a él, más de la que me gustaría.
—Gracias —dije al volverme hacia él de nuevo.