Un grito sonó por encima de mis sollozos. Todos nosotros nos sobresaltamos y miramos a nuestro alrededor, pero no nos hizo falta mucho tiempo para descubrir qué había sucedido. Una mancha de sangre se extendía por la espalda del cazador que se disponía a matar a Zigor y, segundos después, su cuerpo se desplomó en el suelo. Sus ojos abiertos estaban sin vida. El hombre había sido asesinado.
—¿Qué está pasando? —exigió saber Luken. Su voz se hizo oír sobre el alboroto general.
Varias personas avanzaron, y sus figuras se hicieron visibles detrás del círculo de cazadores. Una de aquellas personas era Milo. Los vampiros nos habían rodeado, y nos habían dejado sin escapatoria.
Lentamente, tanto yo como mis dos amigos nos levantamos para mirar a nuestro alrededor. Los papeles se habían invertido, y habíamos pasado de ser los cazadores a ser las presas. Habíamos caído en nuestra propia trampa.
—¿Creíais que no estaba preparado para un ataque semejante? —se burló Zigor—. Lo único que habéis logrado hoy es matar al chófer, un humano común.
No sabía cómo sentirme. Por una parte, sentía alivio por saber que Zigor no moriría aquel día. Por otra, temía por las vidas de mis dos amigos, por la de Luken y por la mía propia. Porque, después de haber traicionado a Zigor, había pocas posibilidades de que me personase.
—¿Cómo…? —preguntó una cazadora, tratando de comprender lo que había sucedido.
—Sabía, desde el principio, que Liher era una cazadora, y sospechaba que me traicionaría —contó Zigor—. Estaba preparado. No me costó descubrir que el plan era atacar cuando estuviese solo o rodeado por pocas personas. Y que se llevaría a cabo al regresar del viaje. Y cuando he visto que Liher enviaba un mensaje en el coche, he sabido que había llegado el momento.
Nunca habíamos tenido oportunidad de vencerlo. En ningún momento. Siempre había estado varios pasos por delante de nosotros, obteniendo información sin que nosotros nos percatásemos de ello. Mi traición había sido en vano.
Zigor hizo un gesto en dirección a Milo, quien avanzó hacia mí y me sujetó del brazo con firmeza, pero sin hacerme daño. No parecía guardarme rencor. Simplemente me miraba con lástima, como si de verdad lamentase lo que estaba sucediendo.
—Tienes que venir conmigo —me dijo en voz baja—. Órdenes de mi hermano.
Ariadna y Adrián no podían hacer nada por evitarlo, pues ellos mismos estaban en peligro, de modo que me limité a dejarme llevar por Milo, quien me hizo retroceder hasta donde se encontraban los vampiros, unos metros más atrás de donde me encontraba previamente. No me hizo ningún daño. Simplemente me mantuvo sujeta para que no me moviese ni pudiese escapar.
—Por esto no conducías tú hoy —comprendí.
—Exacto —dijo Milo.
Volví a centrarme en lo que sucedía con Zigor. Dos vampiros se habían situado tras él, asegurándose de que nadie lo atacase. Uno de ellos tenía su mismo color de cabello y sus ojos azules, aunque su expresión no era tan fría como la de Zigor, a pesar de su seriedad. Su presencia no imponía tanto.
—Nuestro hermano —murmuró Milo, siguiendo la dirección de mi mirada.
—En ese mensaje que Liher ha mandado iba vuestra ubicación —comentó Luken en aquel momento—. Si sabías que atacaríamos, ¿por qué has continuado?
—Me gusta el teatro, y quería saber hasta dónde era capaz de llegar Liher —explicó tranquilamente Zigor—. Ha intentado traicionarme, sí, pero no lo ha logrado completamente. ¿Sabías que me ha pedido tomar otro vuelo y marcharnos? ¿Y que incluso me ha pedido cambiar de camino?
Algunos cazadores me dedicaron miradas cargadas de reproche, pero yo les ignoré. Me sentía avergonzada. Había intentado traicionar a Zigor, y después salvarlo, y él había estado en todo momento al tanto de mis intenciones. Él sabía bien por qué le pedía regresar al aeropuerto o quedarnos más días en Austria. Siempre lo había sabido.
¿Había sido todo una mentira? Aquella duda me asaltó de pronto. Tal vez Zigor no fuese siquiera mi alma gemela. Tal vez hubiese jugado conmigo, pues siempre había sabido que era una cazadora. No sabía qué pensar.
—Liher no haría eso —trató de convencerse a sí mismo Luken.
—Si piensas así, no la conoces —replicó Zigor.
Entonces hizo una nueva señal a Milo, quien asintió, haciéndole saber que había comprendido la orden. Sin duda se trataba de algo relacionado conmigo, pues me miró.
—Es hora de marcharnos —me dijo.
—¿Marcharnos? —me sorprendí—. ¿Por qué?
Lo único que se me ocurría en aquel momento era que Zigor tuviese pensado alguna clase de castigo para mí, por haberlo traicionado a pesar de todo, aun pensando que era mi alma gemela.
—Mi hermano no quiere que te quedes más tiempo —me explicó Milo—. No quiere que veas lo que suceda.
—¡No! —El grito escapó de mis labios de manera casi involuntaria—. ¡Ari! ¡Adrián!
Intenté correr hacia ellos, pero Milo me abrazó contra su propio cuerpo, impidiéndome hacer ningún movimiento. Sin embargo, había llamado la atención de todos, especialmente la de Zigor, que me observaba fijamente. Yo, por mi parte, solamente podía mirar a mis dos amigos, a quienes no sabía qué destino esperaba. Ariadna intentó incluso avanzar hacia donde yo me encontraba, pero un vampiro dio un par de pasos en su dirección y ella se vio obligada a detenerse.