Su cazadora

Capítulo 28

La noche anterior me había quedado dormida antes de ir a ver a Ariadna de modo que, aquella mañana, fui a buscarla para desayunar. Me había dado cuenta de que, en el armario de mi habitación, se encontraba toda la ropa que había dejado en mi apartamento alquilado y la que llevaba en la maleta del viaje, además de varias prendas más compradas por Zigor, de modo que no tuve que pedirle que me prestase ropa, como había temido.

Bajé a la habitación de mi amiga cuando consideré que era una hora prudente para despertarse, y llamé a la puerta con los nudillos. No obtuve respuesta, por lo que supuse que estaría dormida, y entré. Tenía gran confianza con Ariadna, al fin y al cabo.

Quedé paralizada cuando me di cuenta de que no se encontraba sola en la cama. Ella se encontraba completamente dormida, desnuda y, junto a ella, con los ojos abiertos y cubierto solamente con las sábanas, se encontraba Milo. Debía de haberme escuchado llamar a la puerta.

—¿Qué…? —pregunté en voz baja.

Él colocó un dedo sobre sus labios, indicándome que guardase silencio, y asentí. Salí de nuevo al pasillo y cerré la puerta para asimilar lo que acababa de ver. Ariadna se había acostado con Milo, el hermano menor de Zigor. Sonreí al pensarlo y reí un poco ante la incredulidad que me producía la situación.

Unos momentos después de haber salido yo, salió también Milo, vestido con la misma ropa que había llevado el día anterior. Parecía feliz.

—Os habéis acostado —afirmé.

—Muy audaz por tu parte —ironizó—. Sí, nos hemos acostado. Tu amiga me gusta.

—Pero no es tu alma gemela, ¿verdad? —pregunté.

Lo último que deseaba era que alguien, fuera quien fuese, hiciese daño a Ariadna. Estaba dispuesta a proteger a mi amiga a cualquier precio, aunque se tratase de Milo.

—No, no lo es —admitió—. Pero es muy difícil que la encuentre. Puede, incluso, que ya haya muerto y no nos hayamos conocido. Y Ariadna es atractiva, simpática… me gusta.

Sentí cierta lástima por Milo. Dos de sus hermanos habían encontrado a sus almas gemelas, algo altamente improbable, pero él no tenía la esperanza de hacerlo. Me sentía egoísta pero no quería que encontrase a su alma gemela si deseaba estar con Ariadna. No quería que se viese obligado a dejarla y le hiciese daño.

—Cuídala —le pedí.

—No habría escogido a tu amiga si no tuviese intención de hacerlo —me tranquilizó—. No soy un capullo, Liher.

—Lo sé… pero Ari es como una hermana para mí. Si sufriese por tu culpa, creo que sería incapaz de perdonarte, aunque seas mi cuñado.

Mis palabras tenían un tono de seriedad. Sabía que solamente se habían acostado una noche, poco después de conocerse, pero sospechaba que no se detendrían tan pronto. Ariadna se ilusionaría pronto; la conocía.

—No soy ningún mujeriego, aunque mi comportamiento sea, a veces, algo inmaduro —dijo él—. Aún conservo el recuerdo de mi madre y de mi hermana pequeña, y no habría soportado que nadie jugase con ellas y con sus sentimientos. Por tanto, yo no lo hago con ninguna mujer.

Aquel razonamiento me convenció, pues era consciente de que los cuatro hermanos habían querido de verdad a aquellas dos mujeres. Elisa había sido, para todos, la niña de sus ojos, su protegida.

En aquel momento se abrió la puerta de la habitación. Ariadna se encontraba bajo el marco de la puerta, mirándonos con ojos soñolientos. Se había vestido con la misma ropa que el día anterior, y reparé entonces en que no tendría más ropa en aquella casa.

—He escuchado voces —nos explicó—. ¿Va todo bien?

—Sí —respondí yo, adelantándome a Milo—. He venido para buscarte para ir a desayunar, pero puede que prefieras bajar más tarde…

—No. Me muero de hambre.

Le había bastado con verme hablar con Milo para saber que estaba al tanto de lo que había ocurrido la noche anterior, pero no hizo ningún comentario al respecto. Hablaríamos cuando estuviésemos las dos solas.

—¿Puedes dejarme ropa? —me preguntó Ariadna mientras bajábamos al comedor—. Vine de improviso y no traje nada.

—Claro, no hay problema.

—También puedo acompañarte a comprar —intervino Milo, que caminaba con nosotras hacia el comedor—. Liher no tiene permitido salir, al menos sin Zigor, pero yo podría acompañarte.

Aunque al principio mi amiga dudó, porque no tenía dinero, Milo la convenció pronto de que su familia era lo suficientemente rica como para no tener que preocuparse por comprar unas prendas de ropa y de que aceptase. Acordaron ir aquella misma tarde.

En la mesa del comedor solamente se encontraba Zigor, leyendo un periódico mientras desayunaba unas tostadas acompañadas por una copa de sangre. Levantó la vista cuando nos escuchó llegar.

—Buenos días —dijo.

Aunque lo había visto al despertarme y solamente habían pasado unos minutos, le di un suave beso en la comisura de los labios antes de sentarme a su lado en la mesa. Debía de ser debido a nuestra conexión que no podía evitar las muestras de cariño en lo referente a Zigor.

—No esperaba verte aquí a estas horas —comentó Milo—. ¿No deberías estar en la empresa?



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En el texto hay: vampiros, amor, millonario

Editado: 03.11.2022

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