La pregunta de Paulo sobre cuándo tendríamos un hijo aún rondaba mi mente cuando me levanté a la mañana siguiente. Zigor había respondido que había tiempo de sobra, que aún era muy pronto, y nadie había insistido. Yo no había dicho nada. No esperaba ser madre tan joven.
No tardé en acostumbrarme a aquella casa y a su rutina. Pasaron un par de días en los que Ariadna y yo no salimos de la finca, pero pudimos entretenernos con los hermanos Garay, que no dudaban en estar a nuestra disposición para hablar o distraernos, y que nos contaban historias sobre su familia o sobre lo que habían vivido en sus más de cien años de vida. Así supe que Zigor, el mayor, tenía casi ciento cincuenta años. Por las noches, Zigor me llevaba a su habitación, y no nos separábamos hasta que él iba a trabajar a la mañana siguiente. Apenas utilizaba mi habitación.
Aquel día, Zigor se había marchado pronto a trabajar, porque tenía una reunión. Se había despedido de mí con un beso sin molestarme más de lo necesario, y después se había marchado, dejándome continuar durmiendo.
Bajé a desayunar más tarde de lo que había planeado. Solamente se encontraba Ariadna en el comedor cuando llegué, pero aún había comida preparada para desayunar.
—¿Y Paulo y Milo? —preguntó.
—Creo que Milo aún sigue durmiendo —respondió ella—. No lo he visto esta mañana. Y Paulo ha salido a correr.
Me fijé en que tenía unas ojeras disimuladas con maquillaje.
—Los vampiros duermen poco —comenté—. ¿No es extraño que Milo siga durmiendo?
Sujetó con ambas manos su taza de café y la acercó a sus labios. Dio un largo trago para espabilarse antes de responder a mi pregunta.
—Anoche pasaban las cinco de la mañana cuando se fue de mi habitación —me dijo—. Nos acostamos y después pasamos un rato hablando.
—Pensaba que habríais dormido juntos.
—No. Prefiero dormir sola, al menos por el momento.
Tomé una tostada y le unté mantequilla. Era un desayuno simple, pero también uno de mis preferidos. En aquel lugar, podía disponer de lo que desease para desayunar, comer y cenar, sin tener que cocinar. No estaba acostumbrada a aquello, pero debería hacerlo si Zigor era rey.
—Creo que ha ocurrido algo —comentó entonces mi amiga—. Anoche oí hablar a Milo y a Paulo… Luken y Adrián deben de haberse puesto nerviosos y exigen saber dónde estamos y cómo nos encontramos.
—Espero que no cometan ninguna estupidez. No quiero que pongan nerviosos a los niños, ni que les hagan daño.
—¿Crees que nos están contando todo?
Quería creer que sí. Zigor había dicho que podría estar al tanto de todo, y esperaba que, si sucedía algo, me lo hiciese saber lo antes posible. Pero no me había dicho nada acerca de Adrián y Luken, y no cabía duda de que sabía todo lo que sucedía en la academia.
—Espero que sí, pero no puedo estar segura —admití.
—Temo que la situación esté peor de lo que nos cuentan.
—Y quieres comprobarlo por ti misma —adiviné.
A mí también me gustaría comprobar que mis seres queridos se encontrasen bien, pero no tenía manera de hacerlo. Salir de aquella finca era imposible para mí, al menos en aquel momento. La orden de Zigor me lo impedía.
—Podríamos ir —comentó ella, pensativa.
—No puedo salir de aquí. Podría pedirle a Zigor que me permitirse ir a la academia para asegurarme de que todos están bien, pero no sé si aceptaría.
—Podrías llamarlo —sugirió Ariadna.
Pero no tenía ningún teléfono disponible. Zigor me había quitado el mío, y a mi amiga tampoco le habían permitido conservar el suyo. No querían que tuviésemos contacto con nuestros compañeros y arriesgarse a una traición.
—No tengo teléfono —dije.
Decidimos esperar a que Milo bajase a desayunar para pedirle su móvil para hablar con Zigor. Cuando le explicamos lo que deseábamos, su expresión cambió. Había perdido todo rastro de jovialidad, y se mostraba serio. No le había gustado lo que queríamos hacer.
—No podréis ir —dijo.
—¿Por qué no? —quiso saber Ariadna, molesta—. En primer lugar, yo puedo marcharme cuando desee, según dijisteis. Y, además, si la situación está controlada, ¿por qué no podríamos ir y verlo nosotras mismas?
—Porque vuestra presencia allí podría dar lugar a revueltas —respondió él—. Iréis cuando el sitio termine y todo esté completamente bajo control. No antes.
—Quiero hablar con Zigor —intervine. Tal vez, si hablaba con él, podría convencerlo.
—Son órdenes de mi hermano. No hay más que discutir.
Salió del comedor sin haber desayunado, antes de que nosotras pudiésemos seguir protestando. Tal vez él no estuviese contento con nuestras demandas, pero nosotras tampoco lo estábamos. Al fin y al cabo, nos estaban prohibiendo algo a lo que considerábamos que teníamos derecho.
—No confío en ellos —opinó Ariadna—. Liher, en esa academia están mis padres, Adrián, los niños… incluso tu padre y Luken están allí.
Los nervios comenzaban a apoderarse de ella, algo comprensible. Habíamos crecido en la academia y nuestros seres queridos estaban allí. No nos permitían verlos, y la razón que nos daban no nos parecía suficiente justificación.