Su cazadora

Capítulo 33

Miré una vez más mi muñeca izquierda, donde llevaba puesta una pulsera de plata. A simple vista, parecía una joya normal, simple, pero en realidad era una pulsera de seguimiento. Solamente Zigor tenía las claves para obtener los datos que proporcionaba acerca de mis movimientos, y había prometido que no los miraría si no era necesario, pero a pesar de ello, no me gustaba llevar aquella pulsera puesta.

—¿Tardarás mucho? —pregunté, impaciente.

Zigor estaba en su despacho. Aquel día iríamos a la academia, y daría a Adrián y a los niños la noticia de mi embarazo. Pero él había tenido que pasar primero por la empresa para dejar solucionados un par de asuntos. Llevaba ya media hora esperándolo.

—Ya está —dijo él, levantándose de su silla.

Salimos juntos de su oficina y pasamos por delante de Estíbaliz sin siquiera saludar. No le gustaba vernos juntos, pero tendría que acostumbrarse.

Cuando bajamos al vestíbulo para salir de la empresa, nos encontramos con Diego, que estaba entrando. Se detuvo al verme en la empresa, a pesar de que creía que no volvería a verme por allí. Después, al notar que iba con el que había sido mi jefe, no pudo ocultar su sorpresa.

—Buenos días, señor Garay —le dijo a él, y después se volvió hacia mí—. Liher… pensaba que no volverías por aquí.

—Trabajará conmigo durante un tiempo —dijo Zigor.

—No me lo esperaba. ¿Cuánto tiempo te quedarás?

—No lo sé —respondí—. Lo que el embarazo me permita, supongo.

Mientras lo decía, acariciaba mi vientre. Aún no se notaba nada, pero me gustaba hacerlo y saber que allí crecía mi hijo. Y el de Zigor.

—¿Estás embarazada? ¡Enhorabuena! —Diego pareció quedar completamente desconcertado con la noticia—. ¿Quién es el padre?

—Yo.

Cuando Zigor dijo aquello, Diego quedó completamente pálido, sin palabras. La persona que había sido mi jefe y que pensaba que me había despedido había resultado ser el padre de mi bebé.

—Estamos juntos —le hice saber a modo de explicación.

—Vaya… enhorabuena, señor Garay —le dijo a mi pareja, quien asintió con la cabeza a modo de agradecimiento.

Diego no sabía qué más decir. Se despidió rápidamente, diciendo que debía ir a trabajar, y se marchó. Pronto lo perdimos de vista, y nosotros salimos tranquilamente del edificio.

—Creo que lo hemos sorprendido un poco —comenté.

—En cuanto se le pase la sorpresa inicial, se asegurará de que todos en la empresa sepan que estás embarazada y que estamos juntos —me advirtió—. Nadie puede mantener la boca cerrada con esta clase de asuntos.

Pero poco me importaba que la empresa entera supiese que esperaba un hijo de Zigor. Tarde o temprano tendrían que saberlo, pues un embarazo resultaba difícil de ocultar en un estado avanzado.

Al regresar al coche, fui yo quien me senté en el asiento del conductor. Zigor no puso ninguna objeción, solamente rio al ver la emoción que me producía conducir un coche semejante. Nunca había conducido uno con tantas funciones y tan caro.

—¿Ariadna y Milo? —pregunté.

—Irán directamente y nos esperarán allí.

No tardamos demasiado en llegar al bosque. En aquella ocasión, no nos detuvimos en la entrada, sino que avanzamos hasta llegar a las puertas de la academia. Los vampiros que allí había ya tenían notificada nuestra llegada, de modo que no se extrañaron al vernos llegar.

—¿Qué hay de las otras dos academias? —pregunté antes de salir del coche, con curiosidad.

—Están en la misma situación que esta. Ambas han sido sitiadas y los cazadores se han rendido.

Cuando salimos del coche, Milo y Ariadna ya nos estaban esperando para entrar. Algunos vampiros se acercaron a nosotros para saludarnos. Todos sabían ya quién era yo, o lo habían supuesto al verme junto a Zigor, y me sorprendió que me tratasen con el mismo respeto que a él a pesar de ser una cazadora.

Un par de vampiros me resultaban familiares. Reconocí a uno de ellos. Era el primer vampiro que se había enfrentado a mí cuando defendíamos la academia, quien me había confirmado que los ataques hacia mí no eran una casualidad.

—Tú… —dije cuando se acercó para saludarnos respetuosamente.

—Debo admitir que lucha bien, majestad —comentó, haciendo una pequeña inclinación de cabeza en mi dirección—. Pero no tenía permitido responder a sus preguntas.

—Lo entiendo.

Cuando entramos en la academia, lo hicimos rodeados por varios vampiros. Nos detuvimos en la entrada, donde había reunidos varios cazadores que querían saber lo que sucedía tras haber oído que el rey de los vampiros iría a visitar la academia.

Adrián fue uno de los primeros en reconocernos, y quiso avanzar hacia nosotras. Sin embargo, un par de vampiros se interpusieron en su camino, impidiendo que se acercase demasiado. Iba a pedir que lo dejasen pasar cuando alguien se escabulló entre la multitud y se acercó a mí corriendo, abrazándose a mi cintura. Era Iraia.

—Liher —dijo. Su voz apenas era audible, porque tenía la cabeza contra mi estómago—. Creía que te había pasado algo malo.



#14198 en Fantasía
#5423 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: vampiros, amor, millonario

Editado: 03.11.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.