Amy Donovan soltó un suspiro tembloroso y corrió despavorida hacia el estacionamiento. Habían pasado tantos largos y cadenciosos minutos que estaba convencida de que su hermano mayor la había dejado abandonada en ese infierno. Pero, obviamente, y tratándose precisamente de Drake, aquello era casi imposible.
Un peso se le asentó en la boca del estómago cuando la imagen de una camioneta blanca apareció frente a sus ojos. Entonces se detuvo en seco para darse un último intento de aparentar que todo estaba en su lugar, que no tenía el rostro enrojecido y casi hinchado después de haber querido defender a alguien. Después de que la hubieran golpeado sin cansancio un grupo de chicas.
—¡Amy, no tengo todo el día! —gritó su hermano Drake desde la ventana antes de golpear el claxon un par de veces, tan repentino que fue imposible no pegar un respingo.
Dio una larga bocanada de aire y, colocándose la enorme capucha del abrigo negro, avanzó con la cabeza gacha al auto.
Subió rápidamente a los asientos traseros y fingió estar acomodando algo en su mochila cuando el auto arrancó. No queria que la viera otra vez golpeada, que una vez más habían le hicieron daño.
—¿Qué sucede? —cuestionó la voz de su hermano en un largo resoplido—. Amy, estoy hablándote.
Su mano tembló.
No importaba cuántas veces intentaba defenderse, siempre eran mucho más que ella, sola y abandonada en algún lugar. Podía golpear y defenderse, pero no cuando se trataban de cuatro muchachas.
—Nada —respondió tajante.
—¿Qué demonios...? —El auto bajó la marcha—. Déjame verte.
—No tengo nada.
Y su voz, sin poderlo evitar, tembló.
—¡Ahora, Amy!
Fueron aquellos gritos, que resonaron sin cansancio en todo el lugar desolado y vacío, lo que la hizo sacudirse de pies a cabeza. Sus ojos parpadearon con dificultad hacia la nada antes de, sin siquiera pensarlo, enfocarlos sobre los verdes intenso y llamativos del moreno.
No necesitó modular palabra para que él la mirara enfurecido. Todo se puso nuevamente en silencio y el auto avanzó descontrolado por la carretera, tan veloz que su corazón empezó a palpitar con fuerza.
Esperó segundos y largos minutos hasta que finalmente pudo inyectarse una dosis de valentía cuando pudo intervenir.
—No pude hacer nada. Estaban molestando a Blue, la tenían con la cabeza en el re...
—¡No me importa! —rugió Drake con furia antes de aparcar el auto frente a la casa que significaba su tranquilidad. Entonces una risa, dura y cínica, la hizo sacudirse de pies a cabeza—. ¿Qué pretendías hacer? ¿Salvarla? —volvió a reír—. ¿Tú, que te tratan peor que ella? No sé por qué eres tan ingenua como para pensar que puedes salvar a todo el mundo —escupió antes de salir del auto y dar un sonoro portazo.
La imagen de un alto moreno se presentó delante de sus ojos de manera dolorosa. Una opresión le perforó el pecho al rememorar las frías palabras que tanto le dolieron. Porque era verdad. Amy intentaba hacerse lo más fuerte posible y resultaba casi imposible cuando un grupo molesto de personas se esmeraban en molestarla, en hacerle pasar el peor momento de su vida.
Desabrochó su cinturón y casi se aventó fuera del auto para adentrarse a su tranquilo hogar. Cerró la puerta con cuidado detrás suyo y buscó con la mirada a su mellizo por el salón, sin ningún resultado.
—Amy, solo quiero que tengas cuidado.
Rió sin ganas, sin creerle ni un poco. Su hermano era aquel chico que todas amaban y deseaban como príncipe azul. Era algo reservado pero tenía un sonrisa encantadora y una simpática personalidad que hacia suspirar a las chicas. Tenía todos los amigos que quería y favores a su total disposición. Y luego estaba ella, ignorando a diario la opresión que sentía cada vez que Drake le repetía "Lo lamento, pequeña, pero no quiero que me vean contigo dentro". Iban juntos a clases todos los días pero debía bajarse casi cuadras antes porque su hermano lo prefería así.
Él siempre había sido el hijo favorito. A Drake siempre lo adoraban por todo lo que hacía mientras a ella la mantenían alejada, ignorada.
¿Cómo iban a quererla cuando su propio hermano se avergonzaba de ella?
Estaba frustrada, muy molesta al sentarse en el amplio sofá del salón cuando oyó un ligero carraspeo cerca de ella.
—Amy, ¿puedes...? —carraspeó Drake nuevamente—. Vendrá un... amigo y necesito que nos dejes a solas.
Traductor de "El gran Drake Donovan: Ve a tu habitación y evita que mi amigo te vea aquí".
Le molestaba que pensaran que fuera débil, frágil y delicada cuando él mismo le había enseñado a defenderse, a n dejarse caer por nadie.
—No, estoy viendo televisión —espetó bruscamente al encender el mismo y ponerlo a alto volumen.
Le importó muy poco quién era mientras oía a su hermano soltar una hilera de palabras malsonantes a la deriva de cada firme paso que daba a su alrededor.
—Amy, por favor —pidió con desesperación.
Sonrió de lado y subió el volumen aún más, fingiendo no haberlo oído.
Y el timbre sonó.
Bajó el sonido a uno cómodo y normal mientras se retiraba el empapado abrigo y su gorra de lana que le encaraba usar. Se acomodó y todo le pareció suceder en cámara lenta cuando la puerta se abrió.
—No tengo tiempo, Donovan. ¿Qué diablos quieres? —dijo una fuerte voz grave de pronto—. Como Taylor se entere que estoy aquí me asesinará. No voy a...
Taylor Bradford era como la copia maléfica de su propio hermano, siempre detestable y arrogante hasta no poder más. Y, como debía ser, ambos se odiaban a más no poder.
Fue entonces cuando lo vio, cuando notó que el frío silencio y las insistentes miradas acababan de caer sobre ella como peso muerto. Giró la cabeza apenas un poco y bastó ver unos gélidos ojos puestos encima para que una corriente eléctrica la recorriera de pies a cabeza.