Su dulce debilidad

Capítulo 2: Un amigo de la infancia

Amy Donovan cerró la puertecilla de su taquilla cuando oyó risas detrás suyo. No se aterró ni mucho menos sintió el miedo corroer por su cuerpo, sino al contrario. Sino que la furia la inundó por completo al sentir que alguien la observaba insistente, riendo y voces distorsionadas, al parecer, burlándose de ella. No estaba de humor para juegos ni mucho menos para soportar a la detestable Ariel que se esmeraba día a día a hacerle la vida imposible.

Así que la encaró. Giró sobre sí misma y se cruzó de brazos, lista para mandarla a fastidiar a otra persona cuando lo vio. Entonces sí que se encogió de golpe.

Un muchacho alto se mantenía apoyado sobre el muro, los brazos cruzados y flexionados dejaban ver su trabajado cuerpo del que solía mofarse. Los ojos marrones se fijaban con burla sobre ella, sonriéndole con malicia mientras deslizaba la lengua con suavidad sobre los labios.

Su corazón latió desbocado ante la imagen al instante por la impresión. No le tenía miedo a nadie pero si debía escapar de alguien sería de él. Ese muchacho que alguna vez fue su amigo de la infancia pero que ahora su simple presencia significaba problemas con ella.

Un par de chicas pasaron frente a él y lo miraron entre divertidas y coquetas, jugando con mechones de cabello.

—Hola, Jake —rieron sonrojadas al unísono.

La mirada acaramelada del muchacho se movió con pereza sobre ambas para dedicarles una sonrisa amplia y, si no era mucho, guiñarles el ojo.

Iba a escapar de allí lo antes posible, a correr a trompicones lejos de él cuando la voz del muchacho la detuvo en seco. De pronto todo el pasillo estaba casi desértico, como si la presencia de Jackson Ross ahuyentara a todos.

—Vaya, Jamie —Le dijo él lentamente como si paladeara el nombre con disgusto, como un limón exprimiéndose en su boca—. Empezaba a preocuparme, ¿puedo saber dónde estabas?

Él sabía cómo hacerla enfadar. Jackson la conocía tanto que no necesitaba esforzarse para conseguir toda su atención. Sabía cómo aterrarla y enfurecerla a partes iguales. Lo sabía de tal manera que no se sorprendió ni un poco cuando Amy se acercó a él con firmeza, empujándolo y mirándolo rabiosa.

—Soy Amy, Amy Donovan no Jamie —gruñó molesta—. Y puedes buscarte a alguna de tu estúpido club de fans, déjame en paz —escupió—. No quiero que alguien me vea contigo o tendré problemas por culpa tuya.

Así como ella debió haber previsto lo que sucedería.

De pronto las manos del cobrizo se enroscaron a cada lado de su cintura y, de un solo movimiento, la empujó contra la fría pared rocosa con cierta brusquedad. Los ojos marrones llameaban sobre ella y los largos dedos de Jackson incluso parecían quemar sobre su piel, aferrándola como si temiera una posible escapatoria. Él ladeó el rostro hacia ella y entonces su corazón pareció a punto de estallar.

—La pequeña Jamie... —espetó lentamente—. Jamie, Jamie... —canturreó en un susurro casi inaudible sobre su oído—. Deja de ignorarme, necesitamos hablar.

Una corriente helada recorrió cada parte de su cuerpo al oír aquellas palabras que la descoloraron. Y alterada, miró a sus lados y fijándose que no había absolutamente nadie observandolos en aquella posición tan prometedora. Si su enamorada veía que Jackson estaba a tan sólo centímetros de distancia de ella, se encargaría de dejarle en claro a Amy que no debía acercarse a él jamás. Era por Jackson Ross por lo que tenía tantos problemas.

—No tenemos nada de qué hablar, déjame.

Jackson Ross rió y se alejó de ella hasta a dos metros de distancia como si su contacto le repeliera. No quería saber nada de ellos pero la imagen de Jackson nunca la dejaba tranquila.

¿Acaso las cosas podían empeorar?

Sí, siempre podían.

Pero en casa tenía otro tipo de problemas y era gracias al nuevo amigo de su hermano.  A Amy le gustaba todo lo que Reece Wood transmitía con su sola presencia. Le encantaban sus ojos y aquella sonrisa capaz de derrumbar todo a su paso. Él le agradaba y mucho. Pero empezaba a molestarle tener que ver cómo aquel joven irrumpía en su hogar día tras día. Porque dentro de su hogar él era un chico simpático con ella, divertido y conversador, pero en clases la ignoraba hasta tal punto que la hacía sentir invisible. Eran casi como amigos secretos.

Era un claro detalle.

—No está —espetó con dureza cuando vio por el rabillo del ojo a Reece Wood bajo el marco de la puerta de su casa—. Mi hermano no está, así que ya puedes irte.

—¿De qué hablas? —rió él cuando depositó un largo beso en su mejilla que se sonrojó al instante.

—Drake, no está en casa.

Su respiración se hizo pesada y el sonrojo aumentó aún más al notar que no dejaba de mirarla con insistencia. Toda ella lucía como un tomate por los nervios, su corazón palpitando con fuerza contra su pecho. Mantenía la mirada fijamente en la pantalla del televisor aunque ni siquiera podía saber de qué trataba la película. Se acercó a ella a paso lento y le dirigió una mirada que no había hecho más que analizarla en la sutiles dos semanas.

—Hey, eh... —empezó a decir él con indiferencia, extendiendo los brazos hacia ella—. ¿Sabes por qué estoy aquí, verdad?. Solo quiero ayudarte a ser mejor y poder defenderte sin ayuda de nadie.

La voz de Reece llegó a ella lentamente, susurrándole al oído a centímetros de distancia, el aliento cosquilleándole el rostro. Sus pulsaciones se aceleraron de manera frenética, su rostro encendido al ver los gélidos ojos grises sobre ella.

—Y voy a ayudarte a cambiar, a ser más fuerte. Prometo que todo saldrá bien. Nadie te volverá a extorsionar ni a pisotearte. Déjame ayudarte.

Y entonces, cuando la mano de Reece empezó acariciándole el rostro con suavidad, los nudillos deslizándose bajo su barbilla y una sonrisa en los labios, la imagen de Jackson Ross y su enamorada, esa que le hacía la vida imposible, se cruzaron en su cabeza. Reece quería ayudarla a cambiar y ella no entendía cómo.



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En el texto hay: celos, amor, triangulo amoroso

Editado: 29.10.2020

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