Amy Donovan parpadeó confusa hacia el muchacho que los observaba divertido bajo el marco de la puerta.
―Sólo la cuidaba ―oyó decir a Mark con malicia, aunque ella estaba demasiado ebria como para notarlo.
―Lo he notado. Suéltala.
Sus ojos se cerraron ligeramente y, cansada, dejó que su cuerpo cayera sobre un fuerte torso, dejando que unos brazos la rodean y la levantaran con cierta dificultad. No tenía idea de qué sucedía, pero apenas era consciente del cabello corto y bien peinado de Reece, del aroma a cigarros que la camiseta del moreno aturdía sus sentidos aún más de lo que ya estaba. Sus ojos incluso se cerraban por ratos y todo lo que podía visualizar eran flashes veloces de ellos saliendo de la fiesta, Reece cargándola, ambos entrando al auto y, de pronto, se encontraba cómodamente en el asiento del copiloto mientras le decía miles de cosas al muchacho que lo hacían reír a carcajadas.
Estaba tan borracha que no podía humillarse peor aún.
―Eres muy lindo... ―murmuró con la voz arrastrada y la lengua perezosa mientras lo observaba conducir sonriente―. Lástima que seas un idiota.
La estruendosa carcajada de Reece Wood no se hizo esperar.
―Pues tú no estás mal. El problema contigo es que... ―respondió sin siquiera pensar―. Eres una Donovan. Lo has hecho muy bien hoy, Amy.
―Gracias ―respondió orgullosa sin saber muy bien a qué se refería―. Yo... ―musitó entre bostezos.
Todo se puso negro por un instante, o eso creyó ella. Quizá estuvo hablando hasta el cansancio, o quizá el sueño la venció. Pero como fuera, solo pudo reaccionar cuando, de pronto, el auto se detuvo tan abruptamente que su rostro golpeó con la ventana, haciéndola despertar y abrir los ojos en desmesura, su corazón latiendo desenfrenado.
―Uy, lo siento ―rio Reece, dejando que el alcohol hablara por él―. Bueno, señorita, hemos llegado. Definitivamente tengo que... ―Soltó un hipo y rio nuevamente―. Tenemos que salir más seguido, eres una compañera grandiosa.
Una estúpida sonrisa se deslizó en el rostro de Amy cuando, con torpeza, intentó abrir la puerta del auto. Aún mirando fijamente los ojos grises y cansados de Reece, dio un paso en falso sobre la vereda que casi la hizo caer de rostro al suelo. Tuvo que sujetarse de la puerta, sus latidos yendo tan rápido que parecían irreales, antes de lograr ponerse en pie. No tenía idea de cómo, sola y borracha, consiguió encaminarse a su casa casi arrastrándose por los muros, riendo y saludando a un Reece juguetón que le gritaba obscenidades a media madrugada.
―¡No lo olvides! ¡Mañana! ―fue lo último que Wood dijo antes de encender el motor del auto y desaparecer por la carretera―. ¡Iré por ti!
Y después de casi diez minutos, en la entrada de su casa en plena madrugada, con el frío calando sus huesos, logró abrir la puerta. Le tomó otros cinco minutos encontrar su habitación en un vano intento por hacer silencio, aunque había recibido un mísero "Deja de joder, estamos durmiendo" por parte de su querido hermano. Al menos estaba lo suficientemente inconsciente como para no ponerse sentimental y a pensar que, si se tratase de Drake quién llegaba en aquellas penosas condiciones, sería su madre quien estaría aguardándolo en la puerta, ayudándolo a subir para arroparlo. Amy cerró la puerta detrás suyo con cierta brusquedad, quizá la suficiente como para haber despertado a toda su familia. Peor aún, mientras iba a su cama tropezó y cayó de golpe al suelo, causando un ruido estrepitoso.
¿Cautela? ¿Qué era eso a las tres de la madrugada?
No veía nada y no sentía nada más que el desasosiego invadiéndola por completa. Allí en el suelo, su cabeza doliéndole con fuerza aumentaban los deseos de llorar hasta quedar vacía.
―Jamie, joder, ¿qué estás haciendo? ―oyó una voz adormilada en la habitación mientras ella hacía graves esfuerzos por levantarse.
Unas manos la sostuvieron de la cintura mientras se levantaba. Y unos ojos marrones observándola curiosos fue lo primero que vio cuando se recompuso.
― ¡¿Cómo demonios entraste aquí?!
Entonces otra estúpida sonrisa se formó en sus labios, nada consiente de los pocos centímetros que los separaba. Rio ligeramente y, sin esperar un segundo, levantó los dedos hacia él, acariciando sus labios lentamente. Le costaba bastante actuar racionalmente por su estado. Porque de haber estado sobria hubiese recordado por qué evitaba estar tan cerca de él. De haberlo estado recordaría que intentaba olvidarlo con todas sus fuerzas, por muy difícil que él se lo pusiera. No podía solo curar una herida cuando él insistía tanto en entrar a su vida.
―Jamie... ―insistió, inspeccionándola una última vez antes de dar su veredicto―. No puedo creerlo, estás borracha.
―¡No lo estoy!
Jackson era el único preocupado por no despertar a nadie más, al parecer. Le cubrió los labios con el dedo índice.
―Ve a dormir.
―Eso hacía, Jake.
―Vale, solo quería saber si todo fue bien con el idiota de Reece, nada más. Vamos, ahora debes descansar y tranquila que ya me voy pero, en serio, cierra esa ventana que me pone nervioso pensar que algún loco podría entrar así de fácil como yo.
―Gracias, Jake ―Le sonrió genuina antes de ir a su cama y tumbarse entre suspiros―. No hagas ruido al salir, no quiero que vayan a despertarse.
Una risa fue todo lo que oyó antes de caer dormida.
|...|
Jackson le sonreía y la trataba con todo el cariño que podía, la adulaba y la llenaba de palabras que la embriagaban cuando no había nadie más observando, como si realmente fuesen buenos amigos. Él estaba siempre para ella como un juego prohibido, algo que Ross no podía permitir que nadie más de la escuela pudiera ver. Cuando estaban solos era el más atento de todos, pero si había compañía sucedía todo lo contrario. Y ese fue precisamente el problema. Amy debió haber previsto lo que algún día podría suceder, cuando la fantasía creada por él desapareciera dolorosamente.