Amy creyó haber tenido más que suficiente cuando, después de aquella triste noche en la que terminó borracha, se vio arrastrada por su hermano hasta casa. Incluso con lo poco consiente que se encontraba podía recordar lo molesto que estuvo cuando la sujetó del brazo en media fiesta para conducirla a casa. El rostro normalmente tranquilo de Drake estuvo en ese instante crispado de la molestia por, posiblemente, tener que hacerse cargo de ella en tal estado tan deplorable. Recordaba aún haber recibido un furioso sermón sobre beber poco y ser responsable de los actos que realizaba. Ella, por supuesto, había evitado decirle a su mellizo que en realidad había estado con Reece todo el tiempo en la fiesta, con el mismo chico que la había dejado allí, en medio de la nada, cuando se fue sin despedirse de ella ni decirle absolutamente nada.
Era vergonzoso porque sabía que, a diferencia de Reece Wood que sí sabía beber y no se emborrachaba en el proceso, ella no podía ni mantenerse en pie. Así que estuvo molesta con él pero sobre todo consigo misma por tal situación. Ese día que regreso a clases tuvo la casi certera decisión de alejarse de aquella nueva vida en la que se involucraba porque nada bueno obtendría de ello. Iba a tomar distancia de Wood y mantenerse tranquila sin fiestas ni alcohol más.
Iba caminando de salida cuando se cruzó con Reece a mitad de pasillo junto a Taylor. Pasó de ellos, presionando los libros contra su pecho y obligándose a no mirarlos ni un segundo.
―Amy, espera ―La detuvo Reece en seco, sujetándole la mano con fuerza―. Tenemos que hablar.
Cansada de tanto drama se limitó a sacudir su brazo y a librarse de él.
―¿Qué quieres?
―Reece déjala en paz ―gruñó Taylor con fastidio―. Tenemos cosas que hacer, Jake está esperándonos.
Estupendo
―Ve yendo, luego te alcanzo.
Cruzada de brazos, observó fijamente cómo Taylor se iba con molestia por el pasillo, no sin antes lanzarle miradas cargadas de seriedad, como si le advirtiera de algo en silencio. No entendía qué sucedía entre ellos pero poco le importaba como para preocuparse.
―No estarás molesta, ¿o sí? Vamos, Amy, estaba borracho y no sabía ni por donde iba ―rio a mandíbula batiente―. Ya, perdón por dejarte ahí. Te lo recompensaré, ¿bien?
―Déjalo, Reece, en serio no quiero nada más que tenga que ver con ustedes.
Sus pies retrocedieron casi con torpeza cuando lo vio acercarse tan rápido. Reece caminó hacia ella con una sonrisa traviesa en el rostro, la asechó tranquilo como un león a su presa, los ojos brillando de expectación hacia ella. De pronto estuvo acorralada entre el moreno y el frío muro grisáceo.
―Y yo dije que te lo recompensaré. Vamos a ver una película, ¿qué dices?
Se quedó absorta y confundida tan pronto lo oyó. No era precisamente lo que esperaba oír, aunque realmente no esperaba nada. Pero, ¿salir con ella? ¿no sentía acaso vergüenza de que lo vieran con ella? Es decir, ni siquiera Drake lo permitía, su hermano se avergonzaba de ella casi con exageración. Y eso detestaba, Amy no tenía nada de malo para que ello fuese así. Sí, solían reírse de ella por algo que aún no lograba entender, le hacían bromas pesadas y la repudiaban como si tuviese alguna enfermedad terminal. Es más, las pocas veces que se acercaban a ella para molestar o para conversar era, irónicamente, por su tan popular hermano Drake.
―¿Quieres... salir? ―preguntó atónita, el asombro subiendo hacia sus ojos cuando sus mejillas se sonrojaron ligeramente en una sonrisa inocente.
Los labios de Reece se abrieron abruptamente como si de pronto le hubiesen arrebatado el habla. La boca del muchacho se entreabrió unas tres veces y se cerraron otro par antes de soltar una sonrisa ladeada. Pareció haber quedado absorto y confundido mirándola, hundiéndose lenta y peligrosamente en ella.
―Como amigos, Amy, no te emociones ―bromeó antes de entrelazar sus manos con delicadeza.
―Acabas de arruinarlo ―rio Amy también mientras se dejaba conducir por él a través del largo pasillo sinfín―. Quiero una de terror o suspenso, son las mejores.
Entonces carraspeó sonoramente al darse cuenta de lo notorio que su emoción lucía. Parecía una niña pequeña a punto de ir a un centro de atracciones por primera vez en su vida y eso la avergonzó un poco. Intentó relajarse al oír la voz de Reece recitarle y contarle los planes que tenía para ambos.
―Se supone que son las chicas las más emocionadas con esta mierda de la fiesta de disfraces, ¿vendrías conmigo? Seremos la pareja más jodidamente sexy de la noche, lo puedo ver―espetó emocionado antes de halar ligeramente de ella hacia la derecha.
Su corazón pareció dejar de latir una milésima de segundo antes de agolpar con fuerza en demasía contra su pecho. El calor no tardó en agolpar sus mejillas junto a una sonrisa estúpida que adornó sus labios. Eran aquellas cosquillas que tenía en la boca del estómago aquel preciso instante lo que hacía mucho no sentía. Porque nunca absolutamente nadie la había invitado a ninguna parte. Era la primera vez que un chico la trataba de esa manera, que al menos la invitaba a alguna de esas fiestas tan grandes e increíbles. Nunca había ido en sus dieciocho años a esas grandes fiestas nocturnas, es más, recordaba que Drake hacía de todo para que ella no fuera a la fiesta y así "evitar avergonzarlo en público". Solía ser muy torpe de pequeña, sobre todo cuando rompía algo a su alrededor o quebraba algo que hacía que los demás se rieran de ella.
Estuvo tan perdida en sus pensamientos que muy tarde notó que acababan de entrar al comedor abarrotado de personas. No había una sola mesa libre o disponible, ni siquiera cuando esperó a que Reece tomara su bandeja después de hacer la larga cola de espera.
―Sólo espérame un rato, Amy. Termino de almorzar y soy todo tuyo. Sabes que no puedo pensar con el estómago vacío —insistió Reece mientras halaba de su mano y la arrastraba hacia una mesa en concreta que muy tarde, a su pesar, advirtió.