―Sólo vamos a divertirnos, Amy. Toma lo que quieras, ¿bien? Si necesitas algo estaré allá con mis amigos. Siéntete como en casa.
Asintió no muy convencida y se adentró en aquella enorme casa de Reece, viendo cómo los jóvenes a su alrededor reían y se divertían en la piscina. Era otra de las divertidas fiestas a las que Wood la había invitado, otra fiesta a la que había prometido que no iría. Y sin embargo estaba allí, siguiendo las sugerencias de su hermana y haciendo oídos sordos a su conciencia. Sí, debía estar leyendo algún libro y no perdiendo el tiempo en fiestas de adolescentes que no terminaban mal pero, ¿qué podía perder? Sólo quería alejarse de su vida por unos segundos.
Iba a aprovechar esas cortas vacaciones que tenía para liberarse de tensiones y despejar su mente. Lo que sí había costado fue llegar hasta allí después de casi dos horas de trayecto. Amy había estado divirtiéndose en allí, viviendo sus vacaciones como debía ser y no encerrada en su habitación, ni discutiendo con su madre nuevamente.
Sólo fue un momento, un instante mientras caminaba por la orilla de la piscina cuando se la cruzó, a ella que tanto había deseado no verla estaba frente suyo.
―Diablos, sólo me faltaba esto. ¿Qué diablos haces aquí? ―preguntó Ariel como si se hubiese ofendido de tan solo verla.
―Me han invitado ―dijo como única respuesta antes de dar media vuelta.
No pudo huir. Ariel la giró apenas un poco y lo último que vio fue una mueca de molestia en el rostro antes de que la empujara con fuerza a la piscina. Amy resbaló y se hundió en el agua, su corazón latiendo frenético por el impacto y repentino del momento. Tardó apenas un par de segundos en recomponerse y saber que, muy a su pesar, no podía librarse tía fácil de aquella pelirroja. La manera en la que Ariel le sonreía, tan altanera y orgullosa, la hizo rabiar y presionar los puños con tanta fuerza que, por un instante, deseó no haber sido lo suficientemente rápida como para haber prevenido que eso sucedería. La observó en el agua, la cabeza inclinada y sus mejillas sonrojándose de la furia y la vergüenza por lo que acababa de suceder. Oía con cierta timidez cómo la mayoría reía y soltaba carcajadas burlescas que, muy a su pesar, no hacían más que hacerla sentir peor.
―Solo era un recordatorio, Amy. Para que no olvides lo que no debe hacerse.
Y ella terminó por enrabiar aún más.
Colocó las manos en las losas azulinas y tomó impulso para salir de la piscina de un salto. Toda su ropa quedó empapada, su cabello mojado y el frío no tardó en calar hasta lo más profundo de sus huesos. Sólo tuvo que salir de las aguas heladas para que el frío la abrazara de manera casi asfixiante. Así que abrazándose y viéndose aún más penosa, no se dejó amedrentar una vez más. Alzó el mentón hacia la tonta pelirroja y casi escupió las palabras hacia ella con rabia.
―Jackson ni siquiera está aquí. ¡Déjame en paz por un día! ―gritó molesta mientras daba pasos veloces hacia ella.
No le tenía tanto miedo a Ariel cuando estaba sola, sin su ridículo grupito de matonas. Ariel ahora estaba sola pero frente a ellas enfrentándola y burlándose de todas formas.
―¿Y qué vas a hacerme? ―Se mofó, enrollando un mechón cobrizo entre los dedos con diversión―. Una estúpida como tú debería estar limpiándome los zapatos con la lengua, no enfrentándome. Anda, vete y haz algo útil ―soltó antes de dar media vuelta.
Dio un paso hacia ella y sin siquiera pensarlo la empujó y la zarandeó de los cabellos.
―¡No soy ninguna... estúpida! ¡Déjame tranquila por una vez en mi vida!
Y Ariel, en lugar de defenderse y golpearla como solía hacerlo, sólo atinó a chillar y a gritar desesperada de tal manera que ambas captaron la atención de todos. Los gritos subieron tanto que Amy la soltó como si su contacto le quemara. Retrocedió como impulso, mirándola con odio y volviendo a abrazarse a sí misma. De pronto tenía la impresión de que, además de mirarla, le dirigían una mirada cargada de reprensión.
―¡¿Qué demonios sucede aquí?! ―gritó Reece que pasaba al lado suyo. Y directo a Ariel, la sostuvo de los hombros antes de mirarla preocupado―. ¿Por qué lloras?
―Oh, estupendo... ―farfulló Donovan con fastidio, cruzada de brazos.
Ahora Ariel lloraba sólo porque apenas la había sacudido un poco. ¿Amy, que era mucho más baja y débil que Ariel había podido hacerle tanto daño?
Sí, muy lógico.
―Amy... me golpeó y...
Levantó una ceja con incredulidad y enfado. Le sorprendía de cierta manera que, aún así, Ariel continuara comportándose como una niña, acusándola con los demás como si realmente le importara a alguien más. Y, para variar, esa escena le recordaba algo en particular. Recordaba haber pasado por lo mismo con Jackson en el gimnasio, aquella vez en la que la pelirroja la acusó y terminaron todos discutiendo.
―Están muy grandes para estos juegos infantiles. Y además, ¿Amy? ¿Que Amy te golpeó? ―rió Reece con tanta fuerza que incluso resultó incómodo.
Se sintió encogerse lentamente cuando tuvo finalmente la fría mirada de Reece sobre ella. Un cálido rubor coloreó sus mejillas en el preciso instante en el que notó los grises ojos del moreno deslizarse sobre ella, desde sus piernas húmedas hasta su camiseta empapada que se ceñía por completo a su cuerpo. La observaba con tanta fijeza que parecía nada más existir a su alrededor, ni siquiera Ariel. Su corazón dio un vuelco, exaltada cuando dio los pasos necesarios para acortar cualquier distancia entre ambos. Apenas atinó a retroceder cuando los dedos tibios de Reece acariciaron su mejilla en un suave desliz.
Y eso la desconcertó.
―¿Pretendes que crea que esta adorable niña te hizo daño? ―Se mofó, rodeando los brazos detrás de ella y, sin importarle que estuviera empapada por el reciente empujón a la piscina, tomándole el mentón con suavidad―. Sólo mírala, por favor.