Amy acomodó sobre el cálido pecho aún con los ojos cerrados y movió la cabeza apoyada en aquel firme hombro. Apenas lo notó pero fue más que suficiente. Unos brazos la acurrucaban y la rodeaban con firmeza, podía sentir incluso un abrigo colocado sobre sus hombros que le cubría la espalda. Algo cálido parecía envolverla por completo y una brisa además soplaba de ella. Estaba aún adormilada, sumida en sueños pero apenas consiente de lo que sucedía a su alrededor. Era como despertar y caer en sueño nuevamente.
―Es en serio, nunca te había visto tan jodido por ninguna chica. Dios... ―rió alguien―. Sólo mírate.
Se acurrucó aún más, buscando calor en aquel cuerpo que desprendía un conocido pero delicioso aroma cuando una corriente de aire la sacudió. Se abrazó con mayor fuerza de aquel cuerpo, resguardándose entre los firmes brazos que la sujetaban.
―Claro que no ― rugió Reece en un susurro furioso.
No era consciente de lo que oía. Las palabras llegaban a ella como si de un sueño aparte se tratase y, aún así, soltaba una hilera de frases que apenas se podía comprender.
―Ya que estás tan meloso creo que deberías llevarla a su casa ―sugirió alguien con burla―. Es muy tarde para que la princesa esté así.
―¿En serio, Hunter? ―cuestionó otro con burla―. ¿Crees que Reece Wood va a tomarse el trabajo de llevarla a su casa?
―Pues eso debería hacer.
Reece soltó una risa burlona y su cálido aliento chocó contra su frente.
―Pues no, no la llevaré. Estoy cansado y no pienso cargar a Amy por dos horas hasta su casa.
De pronto empezaba a ser consciente de lo que estaba sucediendo a su al rededor. La consciencia y la lucidez empezaban a agolpar en su cabeza lentamente. Sus ojos se entreabrieron y pudo visualizar el patio de Reece con apenas algunas luces encendidas que los alumbraban. Así que no necesitó mirar para comprenderlo casi por completo poco a poco. Al parecer, los amigos de Reece eran los últimos que quedaban.
―No seas cruel, Wood. Igual puede dormir en mi coche, Reece, creo que salgo ahora y...
―No me jodas, Hunter, claro que no, yo me encargo de ella ―gruñó con fastidio.
Otra risa desconocida llegó a ella. Se removió ligeramente, decidiéndose cuándo poder levantarse y alejarse del chico para dejar de pasar aquella vergonzosa escena. Sus ojos, contra su voluntad, se cerraron nuevamente de golpe cuando el sueño la sacudió una vez más. Tampoco fue tan rápido. Sus ojos se le cerraban de vez en cuando, sumergiéndose en un fugaz sueño de apenas unos cuántos segundos.
―Y luego dices que no te gusta... No tiene nada de malo pero ella es demasiado buena para alguien como tú.
No supo por cuánto tiempo estuvo durmiendo más cuando finalmente se sumió en otro largo sueño. Estaba tan cansada y cómoda entre aquellos brazos, abrazada a Reece y sentada entre sus piernas, que apenas le importó un poco irse a su casa. No ahora, al menos, que estaba plácidamente dormida.
Reece Wood se mantuvo despierto y mirando con desconfianza la manera en la que uno de sus amigos, Mike, observaba fascinado a la muchacha que tenía entre sus brazos. No era común en él, pero verlo tan interesado en Amy lo hacía querer burlarse en la cara de su amigo.
Además ellos tenían razón. Amy era muy inocente para él, es más, no era en absoluto su tipo y eso, absolutamente todos, lo sabían. Él solo quería jugar un rato, divertirse con ella y ver hasta dónde la castaña era capaz de dejarlo ir. Era precisamente porque no se había fijado en chicas como ella antes lo que le causaba tanta curiosidad.
Tenía ese constante deseo, que le sabía casi prohibido, de probar el dulce sabor que la rodeaba.
No le importaba mucho más que ello. No iba a dejarla en la puerta de su casa porque Reece Wood tampoco era un caballero. Pero no era tan malo como para dejar a esa pobre muchacha desamparada. Él nunca dejaría a una jovencita sola cuando había espacio junto a él, por supuesto.
―Como sea, ya me voy ―dijo Hunter al levantarse―. Adios, hermano
―Tengo curiosidad por saber qué jodidos planes tienes con ella. No seas tan malo.
―¡Largo de aquí, idiotas! ―Les gritó entre risas.
Sólo cuando estuvieron finalmente solos se dispuso a irse a descansar. Al día siguiente tendría que limpiar todo aquel desastre y de sólo pensar en eso ya sentía que le pesaban los hombros. Las fiestas eran muy divertidas cuando no había que limpiar y recoger la basura que hacían los demás. Se levantó, la sujetó con firmeza y caminó directo a su habitación con las piernas pesándole con cada escalón que subía.
―¿Reece? ―La oyó soltar un suave suspiro sobre oreja que lo sacudió de pies a cabeza. La pequeña nariz acariciándole la mandíbula hizo su piel calentarse de manera repentina. La manera en la que se acurrucaba contra su cuerpo, buscando su calor e inspirando profundo en la curvatura de su cuello lo pusieron aún más torpe de lo que ya estaba en ese momento―. ¿A dónde vamos ahora? ―preguntó adormilada.
Tan cansada que estaba seguro que en al despertar no recordaría ese momento.
Sus manos buscaron la llave y lo más rápido que pudo abrió la puerta de su habitación. Un par de pasos más y finalmente, al llegar, no esperó ni un segundo para tumbarse cansado a su cómoda y muy amplia cama. La dejó recostada a un lado y ella, al instante, acomodó la cabeza en la blanca almohada como acto reflejo, se abrazó a ella y sus cabellos cayeron desparramados. A diferencia de lo normal, lucía tranquila y relajada.
Se veía tan...
Removió la cabeza en un desesperado intento por alejar aquellos desesperantes pensamientos que habían estado atormentándolo tanto últimamente y se arropó entre las sábanas con brusquedad y fastidio, dándole la espalda.
―Mierda.... ―soltó enfadado al notar que había olvidado apagar las luces.
Con lo cómodo que ya estaba...
―Reece... ¿Qué...? ¿Qué hacemos aquí?