PERDIENDO EL CONTROL
Amy Donovan había bajado las escaleras tan rápido como pudo, cuando Reece le dijo que estaba esperándola abajo con una sorpresa. Por supuesto, no hubiera imaginado que esa sorpresa tenía nombre y apellido. Él apenas le dio una sonrisa baja y señaló con la cabeza a alguien descansando en la otra calle.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó extrañada.
Resultó bastante confundida cuando vio frente a ella, apoyado contra la columna de manera despreocupada, la imagen de un muchacho alto, fornido y en forma al frente de su casa. Así despreocupado y distraído baba incluso la sensación de seriedad, como si fuese un chico malo con el cual no debía meterse nadie. Al menos esa fue su segunda impresión.
—Hunter será tu nuevo tutor en defensa personal.
A Amy no le daba mucha gracia estarse paseando por todos lados con los amigos de Reece.
—¿Por qué no lo haces tú y ya, Reece? —musitó tan bajo como pudo para que el otro no pudiera oírle, por muy cerca que estuviese.
—Eso no es lo mío —fue lo único que dijo antes de terminar por acercarse a Hunter Nowell y darle uno de eso abrazos (golpes en la espalda) a su amigo— Qué hay, hermano.
Hunter terminó por estirarse y dirigirse a ella con una sonrisa tan cálida y agradable que le fue imposible no devolverle la sonrisa. Ladeó el rostro y se mordió los labios de pronto, frotándose las manos con emoción.
—Esto será grandioso, créeme que estás con la persona correcta. Seré tu profesor en defensa personal y no te arrepentirás de haberme contratado. Mi sensei es el viejo Trenton Bradford, así que no debes temer en nada Esta es mi tarjeta para futuros acuerdos —Hunter se puso serio y retiró de su chaqueta negra de cuero un trozo de papel cuadriculado que parecía haber sido arrancado de un cuaderno cualquiera que se la extendió. Encima y al medio de todo solo decía "Hunter Nowell: profesor en defensa personal para principiantes como tú. Número de contacto: 999887760"
Amy frunció el ceño, confundida y sonriendo ampliamente cuando leía aquello que parecía ser una tarjeta de presentación profesional, aún cuando estaba escrito con plumón verde. Lo dobló y guardó en su pantalón mientras Reece se llevaba una mano al rostro con clara vergüenza. A ella, aunque le pareció bastante agradable, simpático, y había logrado arrancarle una sonrisa, decidió simplemente no ceder su confianza tan fácilmente. Juzgar a los demás estaba mal, pero no quería imaginar que pudiera coger un cariño amical a Hunter para luego ser ignorada en la escuela. No se dejaría llevar.
—Me pregunto si madurarás alguna vez, Nowell. En fin... —Reece se sacudió el cabello, cuyos mechones caían sobre su frente para dirigirse a ella una vez más—. Esto es lo mejor, nadie lo hará mejor que él y yo no tengo paciencia para esas cosas. Además que te vean con Hunter... —Wood calló y le dirigió una mirada extraña a su amigo, como si hablasen en silencio—. No volverán a fastidiarte, creeme, míralo como si fuese tu Golden pass.
Hunter, sin embargo, lució ofendido cuando dijo—: No soy un estúpido pase a ningún lado. Pero te ayudaré, hablaremos con más calma el lunes en el gimnasio a las seis de la tarde. A esa hora no suele estar tan lleno. Te espero allí, ¿bien?, así que cualquier cosa solo me escribes.
Todo parecía ser tan sencillo con él que hasta le pareció extraño. Bueno, eso ya se vería. Reece y Amy se quedaron viendo a Hunter alejarse veloz en la motocicleta por las solitarias calles de su vecindario.
—Es agradable, no tienes de qué preocuparte —dijo él de pronto, colocado el brazo por encima de sus hombros—. Así que, Amy, mañana es el gran día, ¿no?
Las cosas se habían empezado a salirse de control, pero le gustaba. A Amy no le importaba nada que no fuera el momento, olvidarse de sus problemas y de cada tristeza que inundaba sus pensamientos todo el día. Era lo único que quería, que por un momento pudiera olvidarse de todo y vivir su vida como seguramente lo hacían sus compañeros.
Y Reece era quien le enseñaba a hacerlo. Fue él quien le mostró aquellas noches llenas de música tan alta que llegaba a aturdir sus sentidos, bares donde, por primera vez en su vida, había probado diferentes tipos de alcohol. Solo recién empezó a tomarle un extraño gusto por aquella vida descontrolada que mucho antes hubiera detestado con todo su ser. Iba cada noche que su nuevo y buen amigo Reece la llamaba, se vestía y dejaba que, al menos al inicio, Peyton la ayudara a arreglarse y maquillarse como tan femenina podía ser. Huía de sus amigos, si es que aún le quedaba alguno, y se perdía en el nuevo mundo que Reece Wood acababa de enseñarle.
Él...
Amy había sido demasiado inocente como para haberse ilusionado con él desde el primer beso, desde la primera vez que Reece pareció preocuparse e importarle. Intentó con tantas fuerzas olvidarse de Jackson que pareció casi lograrlo.
Pero casi...
Porque había un pequeño detalle que ella no tomó en cuenta hasta que la realidad cayó sobre sus hombros como peso muerto. Amy creyó ser alguien especial para Reece, que aquellas muestras de afecto ―que cabe resaltar no eran muy frecuentes en su vida― significaban algo más para él que unas simples caricias en la intimidad.
Estuvo muy equivocada. Y fue como un balde de agua fría cayendo sobre ella cuando lo descubrió. Se sintió tan ridícula que la ilusa fantasía que empezaba a crear con él desapareció al instante. No había ningún Jake ni Reece en su vida que pudieran arreglar lo decepcionada que estaba. Ahora lo tenía todo claro. No importaba si el día anterior habían estado besándose en su propio auto, o si había sido todo muy bonito, especial, a Reece eso parecía no importante en absoluto. Para él, Amy no era nada más que otra chica con quién divertirse, ahora lo sabía. Pero aun así fue igual de doloroso cuando lo vio besándose con su perfecta hermana Peyton en mitad de los pasillos de su casa, aquella tarde que los pilló viéndose a escondidas de su propio hogar.