Cuando ya es tarde...
Amy Donovan encontró la oportunidad perfecta para alejarse de aquel ambiente tan tóxico y que tanto daño le había ocasionado. Necesitaba alejarse de todo, olvidarse algunos y empezar de nuevo. Estaría precisamente, o para su mala suerte, en la misma ciudad donde estudiaba su hermana durante el verano. Ellas no se llevaban muy bien pero realmente prefería estar ahí, conociendo a nuevas personas y entablando nuevas amistades, que continuar sufriendo con la presencia de personas que la hirieron alguna vez.
Peyton le había aconsejado aquella opción y Amy alguna vez, sin haber pensado que ocurriría, había aceptado. ¿Qué diablos iba a pensar que aquello funcionaría? Así qué allí estaba, empacando las maletas en un desesperado intento por huir de allí. Tenía muchos planes para aquel año. Buscaría un empleo y encontraría su propio hogar en el mundo, algún lugar donde quedarse a vivir y que le alcanzara económicamente. Ella realmente se había planteado como meta el huir de aquel infierno. Se encontraba recogiendo algunos tomos de su casillero cuando oyó ligeros cuchicheos a su alrededor. Ignoró al grupo de muchachas que la observaban curiosas y, susurrándose algo entre ellas, reían a su costa.
¿Qué sucedía? A ella no podía importarle menos. Fue cuando acomodó los últimos libros en su bolso, aquellos que llevaría para estudiar y repasar en sus tiempos libres, cuando un par de manos la acorralaron en medio pasillo. Sintió de pronto un cuerpo aprisionándola y un calina aliento cosquilleándole el cuello hasta llegar a su oído.
―Necesitamos hablar, preciosa.
Una corriente helada la envolvió y su corazón pació querer salírsele del pecho, no solo del susto, sino también por haberse encontrado precisamente con aquella persona que tanto había estado evitando. Tomó una larga calada de aire y se dio fuerzas para encarar a Reece. Giró como pudo, y apenas bastó tenerlo frente a ella para que él la envolviera entre sus brazos como sí temiera dejarla caer. La rodeó firme, mirándola anhelante y triunfal, era aquel brillo de felicidad y esperanza lo que podía ver en los ojos claros de Wood.
―No es precisamente el lugar para hacer esto, suéltame, Reece.
Él sonrió y se inclinó hacia ella hasta desaparecer aún más cualquier distancia posible.
―¿O qué? ¿Irás a llamar a Hunter, tu guardaespaldas?
Bufó hacia él y colocó las manos en su pecho, intentando huir de allí sin ningún resultado.
―¿Cómo puedes decir eso? Es tu amigo también.
―Esto no se trata de él ―Se quejó―. Quiero hablar contigo de nosotros ―La detuvo, aprisionándola aún más, si era posible, contra los casilleros. Sólo entonces deslizó una mano en ella, tomándola de la cintura con tanta suavidad que a ella regresaron todos los momentos que pasó con él, tan ardientes y que lucieron eternos algún día. Cerró los ojos ante la caricia que le dio en la mejilla, tocándola y detallando Reece cada parte del rostro de ella como si deseara guardarlo en su memoria para siempre, hasta el fin de sus días. Pero los cerró con un nudo en la garganta, sintiéndose traicionada por su propio sentir, por aquellos recuerdos que la atormentaban aún por haber sido utilizada por la persona que más quiso y confió. Le dolió una vez más su error, porque no estaba enamorada de él, pero lo quiso como amigo y como amante, si aquello podía ser posible―. Te extraño, Amy, por el infierno que te extraño muchísimo. Necesito oír tu voz, verte sonreír... ―Lo oyó decir en un susurro.
Lo miró extrañada al recibir una mirada que nunca había visto antes en él. La miraba tan anhelante y desesperado que la confusión la azotó de pronto. Podría seguir jugando a ser la amiga con derechos de Reece, pero ello significaría acabar con la poca dignidad que le quedaba. Continuar con aquella relación tan tóxica implicaba sobreponer a Reece por encima de ella misma. Debía quererse un poco y, por una vez, acabar definitivamente con eso.
―Esto acabó hace mucho tiempo, Reece, supéralo ―espetó tan firme que incluso pareció indiferente a él.
―Mentira ―rió él, bajando el rostro hasta que sus labios casi se tocaron―. Sigues derritiéndote cada vez que te toco, preciosa. ¿Y sabes qué? ―murmuró tan bajo que sólo ella pudo oírlo―. Yo también me muero por ti. Sé que aún no es tarde, porque te quiero tanto... No he podido dejar de pensar en ti, ni un segundo. Dame otra oportunidad y déjame hacerte la mujer más feliz de todas.
Y entonces la besó. Fue una fracción de segundo cuando tocó sus labios y los saboreó cuando ella, sintiendo sus ojos empañarse y su corazón siendo estrujado una vez más, lo alejó lo suficiente de ella. La perdió.
―Tú nunca me quisiste, Reece, sólo fui una chica más con la que te divertías cuando querías. Ya te di una oportunidad y todo acabó muy mal ―Se alejó a pasos firmes de él y meneó la cabeza―. No puedes solo venir, decirme eso y luego besarme como si yo no sintiera nada, como si no me doliera tanto. Necesito tiempo y espacio, y tú también. Tengo que reconstruirme y quererme a mí primero, Reece, así como tú lo haces ―Lo miró una vez más y dijo―: me iré a otra ciudad algunos meses, ¿qué harás tú? ¿Esperarme? ―rió con toda la burla que ni siquiera él pudo haberle dado, una risa fría y hueca―. El gran Reece Wood podrá superar esto mucho mejor que yo, no lo dudo. En realidad no me sorprendería si al regresar te veo morreándote con un par de chicas, como lo hacías siempre frente a mí. Así que no digas que me quieres, no lo hagas. He perdido toda la confianza que te tenía. Adiós, Reece.
Reece Wood la vio irse y un nudo en la garganta se instaló en él. Su corazón parecía haber desaparecido porque de pronto todo le dolía tanto, que sólo entonces, y por primera vez, acababa de asimilar que la había perdido quizá para siempre. La realidad lo golpeó de tal manera que no supo qué hacer ni cómo reaccionó. Deseó ir tras ella y decirle que sí la quería, que era incluso más que eso, que estaba enamorado pero que tenía miedo de amar. Le aterraba la idea de entregarle su corazón a alguien, por mucho que supiera que ella lo cuidaría muy bien. Su respiración se entrecortó y su gran error fue dejar que el orgullo ganara. Solo recién acababa de asimilar que la había perdido.