Encuentros, decepciones y confesiones
No podía ser una cobarde y alejarse de sus problemas tanto tiempo. Era fácil evadirlos y fingir que nada de eso sucedía cuando la realidad era muy diferente. Debía enfrentar a Hunter y a Reece algún día, dejarles sus pensamientos claros y precisos. Por una vez en su vida debía quererse y ponerse a sí misma por encima de los demás. Ya varias veces había fallado en eso y fue Amy la única que terminó completamente herida.
Su plan era hablar primero con él, pero, de alguna manera, aquel encuentro que no había querido por mucho tiempo fue más corto de lo que pensó. Camino a la casa de Hunter, a unos parques de distancia, vio la larga silueta de un muchacho que tan bien conocía, la espalda erguida y la cabeza apoyada sobre las palmas de las manos. Suspiró profundo y rehuyó los pensamientos que tenía en aquel instante de huir y mantenerse alejada de él por más tiempo. Había pasado tantos meses desde la última vez que lo vio, desde aquel día que tuvieron algo juntos que supo entonces que no valía la pena continuar enfadada ni guardando rencor a alguien cuyos recuerdos ya poco le afectaban.
Así que estuvo allí, a metros de distancia de Reece, quién no había notado su presencia por lo ocupado que se encontraba tan solo y con aquel aspecto apesadumbrado. Aquellos ojos tan llenos de vida yacían fijos sobre la nada, perdido en sus propios pensamientos que le parecieron a Amy atormentarlo.
—Reece... —apenas murmuró.
Y la cabeza de Wood se levantó recta y tensa, buscándola con la mirada con los labios entre abiertos y los ojos expectantes, brillantes, como si hubiesen soplado en él una suave brisa de esperanza. No quería pensar en sus sentimientos, no ahora que tanto daño le hicieron siempre. Pero cuando aquel que alguna vez fue su amigo se levantó, camino hacia ella y la abrazó con tanta fuerza que quedó suspendida en los aires, sintió algo romperse dentro suyo al ver aquella mirada tan perdida que Reece traía. La abrazó fuerte y acongojado, queriendo exprimir de ella toda su esencia, acariciándole toda la espalda en un desesperado intento por tenerla nuevamente.
—Joder, Amy, no tienes una idea de cuánto pensé en ti —Le dijo al oído con una risa baja—. Pensé que ya no volverías y no podía con eso. Nadie me dijo que llegarías —Se quejó resentido.
Sólo cuando sus pies volvieron a tocar el suelo pudo verlo realmente. Tenía el cabello ligeramente más largo de lo normal, tan fornido como siempre y tan...
—No has cambiado nada —sonrió, dejando que llegaran a ella los recuerdos que, lejos de entristecerla, la llenaron el pecho de un primitivo calor.
—Tú, sin embargo, estás más preciosa —suspiró. Levantó la mano hacia ella y acarició su rostro lentamente, guardando para él aquel recuerdo— Sigues siendo esa Amy que me encanta.
—No ha cambiado nada, Reece —retrocedió, por su propio bien y por el de él. Se alejó del muchacho y lo miró tan fijamente como pudo—. Lo lamento pero...
—No, Amy, sólo quiero recuperarte, así que tranquila. Verás que en un par de meses confiarás en mí tal como lo hiciste antes —dijo él tan seguro que una corriente helada la sacudió de pies a cabeza—. ¿Amigos? —rió Reece antes de extenderle la mano con una mirada inocente y una sonrisa maliciosa. Y aunque algo allí no lucía tan normal como él lo hacía ver, Amy accedió—. Perfecto, amiga —soltó tan burlón como irónico antes de darle un vistazo algo detrás suyo—. Demonios, tengo que irme, mi madre acaba de llegar para, ya sabes, cosas familiares —bufó. Se inclinó a ella y le plantó un largo beso en la mejilla—. Te veo luego, eso tenlo por seguro.
Amy se fue tranquila e incluso feliz porque había logrado solucionar sus problemas con Reece. Aunque estaba tan preocupada por otro inconveniente que había olvidado un pequeño detalle sobre él. Reece Wood decía siempre conseguir lo que tanto quería. Y después de casi media hora más caminando logró dar con la casa de Hunter. Aunque no tuvo que acercarse ni tocar la puerta porque lo había encontrado para entonces. Frente al auto rojo que yacía frente a la grande casa grisácea de los Nowell, sintió su corazón detenerse bruscamente al verlo tan entretenido con alguien más. Su respiración de detuvo abruptamente y sintió su mano temblar al verlo sujetando las muñecas de Anne. No podía ver sus rostros, pero era suficiente con ver cómo la mantenía fija y quieta contra aquel desastroso auto. No corrió ni huyo hacia su casa, Amy, tan furiosa como nunca, acortó la distancia hacia ellos. No podía asimilar la idea de que, días después de haberla besado, estaba ahora jugando con otra. No podía mucho menos creerlo de él, de Hunter Nowell.
—Eres mío, cuando yo quiera y donde yo quiera —bramó la muchacha con furor, luchando por liberarse.
Y sólo entonces notó qué sucedía realmente, cuando estuvo a escasos pasos de distancia.
—Vete a joder a otro, a mí déjame en paz y... ¿Amy?
Se quedó a metros de él con los brazos cruzados y mirándolos tan confundida como furiosa. Y solo entonces, Hunter soltó bruscamente a Anne y se alejó de ella como si su contacto lo quemara. Claro que una situación así podía mal interpretarse, pero Nowell lucía demasiado furioso y escaso de paciencia, con los ojos llameando de ira, como para que se tratara de algo romántico.
—No hemos terminado de hablar —bufó Anne con molestia al notar la fija mirada que Hunter tenía en Donovan—. Amy, estás interrumpiendo, sé educada y vete de aquí —ordenó alterada al ver que, de pronto, perdía el control de la situación.
La suave y fría risa de Hunter se oyó en todo el lugar, pero sólo necesitó dirigirle una de sus miradas serias y severas para que Anne retrocediera.
—Me has colmado la paciencia, Anne, desaparece de mi vista y deja de meterte conmigo. No soy tu juguete.
Cuando el silencio la abrumó por completo, se acercó a él con tanta firmeza que pudo ver en Hunter una sonrisa cargada de diversión asomándose en la comisura de los labios. A un par de pasos de él, levantó el rostro y lo enfrentó no muy segura de cómo iba a terminar a aquello o, peor aún, qué era lo que debía decirle.