Su dulce debilidad

Capítulo 32: La curiosidad de Reece

La curiosidad de Reece

A Reece Wood le parecía desconsiderado por parte de Hunter que los hubiera dejado, a él, Taylor y a Jackson, olvidados en el campo de fútbol para irse seguramente a tirarse a Anne o lo que fuera que estuviera haciendo. Tenían planes de ir a algún bar a tomar, bailar y fracasar en el intento por olvidar a Amy.

-Insisto en que nos larguemos sin Nowell -bufó Jake por tercera vez en las horas que llevaban buscándolo-. No es un niño y seguramente está pasándolo bien, ahora vámonos de aquí, necesito un trago.

Taylor rió sin gracia, ya exasperado cuando detuvo el auto bruscamente y apuntó a Ross con seriedad.

—Te jodes, esto no estaría sucediendo si no te hubieses quedado con su teléfono. Además esto es por él, no podemos celebrar sin la estrella.

Suponía que Hunter estuvo tan molesto por la discusión que tuvo en los camerinos con Zack, el mejor amigo de Anne, que posiblemente estaría ahora en su casa renegando. Probablemente Nowell ni siquiera tendría ganas de ir a ningún lugar que no fuera la cama de la pelirroja, y lo entendía.

—Suéltalo ya, Tay, ¿qué jodidos tramas con Hunter? Andas detrás de él todos los días.

Taylor tan sólo se encogió de hombros y rehuyó la mirada hacia los jardines como si aquella situación no fuera más que irrelevante. Había algo en él, en aquella mirada oscura y misteriosa de su amigo que, por primera vez en mucho tiempo, supo que había algo que no les había contado. Parecía como si, entonces, necesitara a Nowell para algo demasiado importante, siempre andaba cuidándolo, hablaban y conversaban donde fuera como si guardasen algún secreto.

—Ahora te digo, pero voy por él primero —fue lo único que respondió Taylor mientras bajaba rápidamente del auto.

Reece lo detuvo, tomándolo con fuerza del brazo y presionando la mandíbula ante aquella mirada que recibió de falsa inocencia. De alguna manera, en serio, le molestaba que sus amigos lo hubiesen dejado de lado para no contarle aquello que parecía muy importante. No tenía idea de qué ocultaba, pero aunque Taylor había prometido decírselo en minutos, Wood decidió averiguarlo por sí solo.

—Iré yo, dame la llave —ordenó al extender la mano y cerrar los dedos en torno al manojo de estas cuando se las depositó.

Reece tan solo malinterpretó la situación y muy tarde lo supo.

Abrió la puerta con aquella dichosa llave que Hunter le había dado a Taylor para aquellas reuniones nocturnas que tenían los cuatro. Entró cauteloso y se decidió por averiguar qué tramaba Hunter. El pequeño problema fue que no lo vio por ningún lado. Al menos hasta que se le ocurrió la maravillosa idea de mirar en la habitación usando oyó risas y voces provenientes de la planta superior.

Y muy pronto aprendería lo importante que era, siempre, tocar la puerta antes de entrar.

Subió las escaleras lentamente y buscó por el largo pasillo alguna habitación correcta. Hablaría con él y pronto estaría al tanto del ridículo juego en el que se encontraba Bradford. Por supuesto que así sería.

Fue cuando pasó frente a una puerta entrecerrada cuando una voz aguda y femenina llamó su atención. Acomodándose el cabello, avanzó sonriente hasta que llegó a la última habitación de aquella planta. Entonces, seguro y convencido de sí mismo, dio un vistazo adentro. Y apenas colocó la mano sobre la perilla cuando el sonido de una voz que tan bien conocía lo golpeó de tal manera que sintió hundirse en lo más profundo de su ser. Sus latidos se detuvieron y golpearon furiosos, apenas dejándole respirar al oír una vez más.

—No te muevas mucho.

Entonces los vio.

Sintió su alma caérsele a los pies y su corazón romperse al verlos tan cómodamente acurrucados uno cerca del otro. Fue como recibir una patada en el estómago ver a Hunter recostado tranquilamente en la cama mientras mantenía las manos en la cintura de una chica que, sentaba a horcajadas sobre él, limpiaba algo de su rostro con aprensión.

—Me gusta la idea de tener mi propia enfermera —dijo Hubter con fingida pesadez, deslizando las manos una y otra vez bajo la blusa de la joven—. Aún me duele el cuerpo como para dejarte ir, pequeña. ¿Te quedas conmigo, verdad?

Y Amy soltó una baja risa que hizo a Reece estremecerse al anticipar la posible respuesta. Una corriente helada lo recorrió de pies a cabeza y su respiración se hizo tan superficial que, de pronto, se sintió mareado y nauseabundo.

—Sabes que sí.

—Y tengo frío, así que posiblemente me quede abrazado a ti hasta quedar dormido.

Y si antes creía que el mundo se había detenido, ahora se encontraba con el corazón en la mano cuando cuando vio en cámara lenta cómo la cobriza se erguía lenta y sensualmente sobre Nowell para darle un lento beso en los labios.

—Claro que sí, bebé —Le respondió ella sonriente.

No podía creerlo. Sintió estar sumergido en una pesadilla al ver que aquel beso no hacía más que calentarse más. Y se vio ridículo, allí de pie bajo el marco de la puerta y viendo cómo estaban por desnudarse frente a él. La angustia se vio de pronto tan agria que, sin notarlo, cerró su puño con fuerza a cada segundo que transcurría. Estaba furioso con ella pero sobretodo con él.

Hunter no tenía ningún jodido derecho de tocar lo que no era suyo. Estaba con Anne ahora y eso significaba que no podía, en lo absoluto, jugar con nadie ni aprovecharse de Amy. Lo supo siempre. Ahora mejor que nunca supo que Hunter no era el tío bueno que todos pensaban que era.

Se hacía ver muy cariñoso e inocente cuando, en realidad, jugaba con, quizá, más de dos mujeres.

—¡¿Qué demonios sucede aquí?! —golpeó furioso la puerta con tanta fuerza que el sonido rebotó en toda la habitación hasta hacerlos sobresaltar.

Con una mueca de desagrado vio lentamente cómo Hunter la abrazaba con firmeza, apresándola entre sus brazos de manera inconsciente ante el arrebato.
Se mantuvo firme y cruzado de brazos, como si tuviese frente a él algo de sumo valor que no pensaba soltar.



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En el texto hay: celos, amor, triangulo amoroso

Editado: 29.10.2020

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